El bulevar de la vida Por Pablo McKinney
En la cuaresma del año 1983 -hace 39 años- el sociólogo y folklorista, Dagoberto Tejeda, salía en defensa de las festividades del gagá por razones muy parecidas a las que han provocado que en estos días lo hayan hecho otros intelectuales.
Dagoberto iniciaba su trabajo recordando lo que había provocado una presentación de gagá del grupo Convite en Casa de Teatro en 1977: “Dios mío, ¿Cómo es posible que Fredy Ginebra permita esta maldita música de negros en Casa de Teatro?” , para de inmediato pasar a explicarles a los señores, que el gagá “es una manifestación sincrética de la cultura africana y europea, de la dominicana y la haitiana, convertida desde hace tiempo en culto religioso dentro de las ricas manifestaciones de la cultura dominicana”.
La ignorancia y el prejuicio son libres, pero no pueden serlo las malsanas expresiones que su práctica provoca.
La prohibición de las festividades del gagá en San Pedro de Macorís arrasa con los derechos de los ciudadanos a la libertad de cultos, a la cultura y a la igualdad.
La Constitución dominicana proclama el derecho ciudadano a ser creyente de cualquier religión o de ninguna, y a rendir homenaje al ritual religioso de su preferencia, incluidas las liturgias católicas, los servicios evangélicos, la adoración del Corán o la celebración del Gagá.
Claro que ningún ciudadano está obligado a aplaudir y admirar esas expresiones religiosas y culturales, pero sí a respetarlas, si es que realmente deseamos seguir viviendo en democracia.
Los profetas de la discriminación, hechiceros del racismo en un país de mulatos, no tienen que entender las expresiones religiosas y culturales de la dominicanidad, (que incluye lo hispano y lo africano), como muchos no entendemos que ellos, diciendo tener un Dios/Alá/ Jehová/Ser de amor, odien/discriminen a sus semejantes por asuntos de raza, sexo, país de origen, ideología, preferencia sexual o condición socioeconómica.
¡Que la María Magdalena que tanto amó Jesús, los perdone cuando pueda!
No se puede amar a unos, (a Dios, que es una invención del mismísimo amor), desde el odio a los otros; como nadie debería creer que vive en una teocracia fundamentalista de ayatolás con sotanas, cardenales fascistas o talibanes genocidas.
A las expresiones religiosas y culturales diferentes a las suyas, no es admiración ni aplauso lo que le exige la Constitución de la República, sino respeto, muy señores míos, solo respeto… condición primera para ser respetado.