Por Margarita Cedeño @Margaritacdf
En esencia, resulta difícil, por no decir imposible, adjudicar valores absolutos a la democracia y a las herramientas que sirven para sustentarla. Todo parece ser relativo.
En la medida en la que la civilización comenzó a diferenciar lo propio de lo que es común, las libertades comenzaron a tomar sentido y se dio inició a la construcción de estamentos que, obligatoriamente, fueron evolucionando con la sociedad, adaptándose a las consecuencias generadas por cada acontecimiento de relevancia histórica y, lo que es más importante, perneado por la transformación de nuestros valores individuales y colectivos.
Uno de los aspectos fundamentales de la democracia que está en constante evolución es la isegoría, que tomado de los principios básicos de la democracia ateniense, se refiere a la libertad de palabra de todos los ciudadanos y en la igualdad para hablar en la asamblea. El internet y la proliferación de los medios de comunicación y las tecnologías han generado un crecimiento exponencial en las posibilidades que tienen los ciudadanos de opinar y estar presentes en el debate público, un indicador que, por sí solo, constituye un síntoma de una mejor democracia.
Sin embargo, el aumento en cantidad no necesariamente ha estado acompañado de una mejoría en calidad del debate, que es el indicador más importante para medir la calidad de la democracia.
Como en todos los aspectos de la vida, hace falta una reflexión profunda sobre el espacio donde se puede ejercer una libertad, para que no se convierta en un libertinaje y caigamos en una trampa.
El tema viene a colación porque si bien es cierto que en una democracia moderna hay que garantizar los derechos participativos y las libertades individuales, no menos cierto es que la libertad y la igualdad deben subordinarse a la estabilidad, a la búsqueda del consenso y al bienestar colectivo.
Aunque el Twitter constituye un foro para el debate público y una herramienta que impulsa el pluralismo y la participación, no se puede negar que cada vez más se aleja del ideal que promueve el diálogo, que es la búsqueda de un mejor mundo común.
Arístoteles lo planteó con meridiana claridad: la disposición de la palabra racional o el logos brinda la posibilidad de dialogar mediante la palabra, identificando lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo útil y lo perjudicial.
Huelga preguntarse: ¿el Twitter potencia la capacidad de los seres humanos de utilizar correctamente sus capacidades de logos o, por el contrario, las dificulta?
Sumergidos en un mar de noticias falsas, tendencias manipuladas, bots, uso de obscenidades, manipulación de la información y abuso de las posiciones de poder, resulta cada vez más difícil aprovechar el gran potencial de Twitter como red social para construir una mejor democracia, en lugar de afectarla.
La verdadera revolución que genera la democracia es la universalización de los valores fundamentales que sustentan el bienestar de la humanidad y la libertad de expresión y la igualdad para elevar la voz, son parte de esos valores que deben estar al alcance de todos y todas.
El derecho al uso de la palabra constituye el elemento esencial del poder político, por ende, en la medida en que se democratiza, es mejor. Apostemos por un uso de las redes sociales que aporte a la isegoría, no que la destruya.