Guido Gómez Mazara
Así lo definía el insuperable Silvio Rodríguez: iba matando canallas/ con su cañón de futuro. Ya antes, las mentalidades primitivas asumían que el honor se lava con sangre. Entre lo poético y el comportamiento irracional, la condición humana debe impedir que el instinto animal reduzca el sentido de racionalidad, abriendo las compuertas de conductas ajenas al elemental sentido de civilización.
Desde la lógica de lo estrictamente imprudente, el interés es siempre perturbarte y colocar etiquetas para descalificarte. Lo inteligente es nunca dejarte conducir por la senda que pretenden los contrarios. La intención consiste en siempre descalificarte. Ahora bien, es de sabios ganarle la batalla en el terreno de la civilización institucional. Paso de águila, mirada de lobo y hacerse el bobo.
Hace años aprendí sobre sus líneas de ataques, esencialmente las que se activan por incentivos económicos revestidos de razón política y que sienten necesidad de proyectar en los otros, lo que realmente mal representan. Ahí se inician campañas perversas, con el incentivo económico de rivales internos, desprovistos del talento indispensable pero siempre dispuestos a financiar voceros en capacidad de cobrar por dicterios y facturar calumnias. Al final, los mediadores y pactistas en capacidad de “convencerte” de la factibilidad de dejar las cosas “así” y que prevalezca el no sentirte agraviado por el vendaval de difamaciones y sus propaladores.
No tiene que ver con política, en esencia, es una crisis de la condición humana. Se resisten frente al talento de los otros, detestan el sentido de independencia de los que discrepan de sus criterios y asumen como imprudente toda conducta con verdadero sentido de originalidad. El interés es aislarte y edificar el sentido de desgracia alrededor del concepto de no gozar del favor de los amos de turno. Se equivocan porque no están interpretando la noción de un cambio que no se puede reducir al sentido de lo partidario.
Lo cierto es que el real crédito reside en la consistencia y allanar las instancias institucionales, sin importar la capacidad de control del poder. Al final, el escenario ciudadano posee una enorme capacidad de establecer sentencias condenatorias más allá de la formalidad legal. No es lo que ganamos en el tribunal sino la capacidad de que las sentencias coincidan con el sentido de justicia de la gente.
14 reenvíos, 2 recusaciones a magistrados, sin pruebas y las distancias tácticas del estimulador que, amargado porque un decreto me colocó en el despacho que debió esperar su progenitor 70 años para ocuparlo, no sin antes claudicar ante su enemigo histórico.
La verdad derrotando la mentira, y desolado el rufián que se prestó de tonto útil.