Lo relevante para entender las miserias contemporáneas del Reino Unido no son los territorios de ultramar perdidos hace mucho, sino las decisiones tomadas por los propios británicos hace poco: si ahora se repitiera el referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea, el resultado sería distinto.
Por Víctor Lapuente
Hace muchos años, un historiador contaba que el país al que debía mirar el Reino Unido no era el referente típico de desarrollo tecnológico-industrial (como Estados Unidos o Alemania) o social (como Suecia o Canadá), sino España. Porque nuestro país era, en términos de psicología colectiva, lo más parecido a lo que se le venía al Reino Unido encima: la sensación de lento e irreversible declive tras haber sido una potencia imperial.
Y, en cierto sentido, el Reino Unido se encuentra sumido hoy en una situación en el que la nación española se hubiera podido sentir reconocida durante muchas décadas –quizás siglos– hasta la llegada de la democracia. La capacidad que ha tenido España desde entonces para reinventarse como país, aceptando su lugar en el mundo y asumiendo que ni es el más glorioso ni el más mísero de los pueblos, es posiblemente lo que el Reino Unido va a necesitar en un futuro próximo.
No es un proceso fácil ni limpio, porque, en España, tanto la sombra de la Leyenda Negra como de la Blanca son todavía alargadas. De hecho, en el estadio cultural parecen ahora más prolongadas que nunca. Pero, a nivel popular, los españoles y españolas hemos recuperado un estatus de «ciudadanía normal europea».
El Reino Unido no se encuentra ahí. Para empezar, la decadencia de un imperio es un fenómeno pausado, que se dilata en el tiempo y que viene salpicado de momentos dulces. Perdió sus colonias hace más de medio siglo y, a pesar de la caída relativa de la economía británica frente a sus competidores europeos, ha habido momentos de recuperación casi eufórica, como en los ochenta y noventa.
«Los gobiernos británicos han elegido la austeridad sobre la inversión: los bajos niveles de gasto público han lastrado la acumulación de capital humano»
Pero, obviamente, lo relevante para entender las miserias contemporáneas del Reino Unido no son los territorios de ultramar perdidos hace mucho, sino las decisiones tomadas por los propios británicos hace poco. Unas decisiones que han separado el destino de la isla del resto del continente. Aunque, para ser precisos, no de toda la isla: el norte, Escocia y algunas zonas limítrofes están distanciándose mentalmente de Inglaterra, no tanto por su identidad histórica como por su modelo de futuro. Escocia quiere parecerse a los países nórdicos y a ello se ha puesto, aumentando el gasto público y facilitando la gratuidad de más servicios públicos. Y, mientras Escocia se acerca a Noruega, Inglaterra intenta aproximarse a Estados Unidos, copiando su modelo neoliberal, aunque de una forma defectuosa.
En las disyuntivas clave de este siglo, el Reino Unido ha optado por las alternativas más cómodas a corto plazo, pero con importantes costes a largo plazo. En un reciente artículo en The Atlantic, Derek Thompson listaba las tres dicotomías básicas que han alejado al Reino Unido de las naciones más prósperas de Occidente, el grupo de democracias capitalistas que, en su momento, los británicos lideraron, pues tanto el sistema económico capitalista como el sistema político democrático tuvieron su cuna en esa isla.
En primer lugar, a nivel económico, el Reino Unido lleva décadas priorizando las finanzas sobre la industria. El Thatcherismo propició la conversión de la City de Londres en la capital financiera del mundo cuando, hace un par de siglos, era su capital industrial. Thatcher y sus seguidores consiguieron atraer capital de todo el planeta, incluyendo de jeques árabes y oligarcas rusos. Londres se transformó en una megalópolis global, pero, a su alrededor, el país se desindustrializó: los bajos costes laborales para trabajos manuales, fruto de las excelencias del mercado desregulado, frenaron la modernización industrial.
«La ciudadanía ha sido seducida con mentiras pro ‘brexit’ tanto de políticos como de periodistas sin escrúpulos»
En comparación con otras naciones desarrolladas, el Reino Unido tiene un nivel de robotización muy bajo. Y, en algunos casos, menguante. Entre 2003 y 2018, mientras se reducía en un 50% el número de máquinas de lavado automático de coches, aumentaban en un 50% los puestos de lavado a mano. Con trabajadores cobrando sueldos tan precarios resulta más rentable confiar en los brazos humanos que en los mecánicos.
En segundo lugar, a nivel político, los gobiernos británicos han elegido la austeridad sobre la inversión. Los bajos niveles de gasto público en infraestructuras, sanidad pública y educación, en particular en formación profesional, han lastrado la acumulación de capital humano. Una economía moderna requiere un conjunto de inversiones públicas crecientes que, en el Reino Unido, han sido evitadas por unos gobiernos, fundamentalmente conservadores, que han aplicado el manual thatcherista de «menos gobierno es mejor».
En tercer lugar, a nivel social, los votantes británicos, en el referéndum del brexit y en la coronación posterior de primeros ministros que prometían ejecutarlo de forma expedita, como Boris Johnson, han escogido cerrazón en lugar de apertura al mundo. Sin duda, la ciudadanía ha sido seducida con mentiras de políticos y periodistas pro brexit carentes de escrúpulos. Y, en estos momentos, si se repitiera el referéndum sobre la permanencia en la UE, el resultado sería distinto. Pero la sociedad británica debe asumir su cuota de responsabilidad en este desaguisado. Ya sea por resentimiento posimperial o posindustrial, los británicos han preferido erigir fronteras antes que eliminarlas.
Las tres tendencias –económica, política y social– apuntan en una misma dirección: miedo al futuro. Es como si las derrotas colectivas, del goteo de pérdidas coloniales a las goteras económicas desde la crisis de los 70, hubieran hecho mella en la psique nacional, conduciéndola de la autoconfianza y el espíritu de sacrificio al conformismo y el temor al cambio. Donde los británicos de antaño veían oportunidades ahora sólo divisan amenazas. Ojalá los nuevos gobiernos, del tory Sunak ahora y de los laboristas en breve, sepan revertir esta tendencia. Pero, para eso, deben entender que lo que requiere el Reino Unido va más allá de unas políticas concretas. El país necesita sentarse en el diván.
Fuente: Ethic.