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EFECTO HALO

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Por: Antoni Gutiérrez-Rubí

El psicólogo estadounidense Edward Thorndike fue el primero en demostrar el efecto halo con evidencia empírica en 1920. Introdujo el concepto en su artículo: Un error constante en las calificaciones psicológicas. Y, como destaca Phil Rosenzweig en su libro The Halo Effect, cometemos el error de presuponer y generalizar sistemáticamente, tanto en lo que se refiere a las críticas como a los elogios. Así, por ejemplo, ante una empresa que es rentable y exitosa (ámbito que aborda dicha obra), presuponemos que es competente y ejemplar, con unos procedimientos superiores en todos los ámbitos.

En el caso de la política, los juicios de valor con estos fundamentos pueden resultar devastadores. Son muchos los políticos y las políticas que pueden verse afectados por un hecho concreto, que puede tener efecto en cadena y extenderse como si fuera una mancha de aceite.

En el mundo polarizado en el que vivimos, hemos aprendido a acomodarnos a las primeras impresiones, evitando confrontar puntos de vista y abordar la ardua tarea de contrastar fuentes, escuchar otras opiniones o alimentar un espíritu crítico y constructivo que nos permita explorar (y explotar) las burbujas informativas existentes. En definitiva, nos resulta mucho más fácil —y cómodo— hacer generalizaciones y basar nuestros juicios en ellas. Tendemos a suponer y dar por hecho. A considerar que una parte hace el todo.

De un indicio, deducimos un hecho. Y en ese posicionamiento ideológico nos hacemos fuertes. Sin más. En el caso del efecto halo, una sola característica (positiva o negativa) nos lleva a suponer, de manera errónea, cómo debe ser el conjunto o la totalidad. De este modo, es más difícil observar una realidad que es poliédrica y que tiene aspectos buenos, otros malos… Se evita el escenario complejo de los claroscuros y el esfuerzo que comporta observar los hechos de modo distinto.

Todo ello se refuerza con las cámaras de eco digitales que reverberan y pueden contaminar. Es la tinta del calamar.  Modificar prejuicios y creencias globales es cada vez más complicado y agotador. Pero en la era de la infoxicación y la simplificación, el reto está en disponer de la autonomía suficiente y el rigor adecuado para no convertirnos en acólitos acríticos. De ello depende nuestra salud democrática. Y la personal.

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Por: Antoni Gutiérrez-Rubí

El psicólogo estadounidense Edward Thorndike fue el primero en demostrar el efecto halo con evidencia empírica en 1920. Introdujo el concepto en su artículo: Un error constante en las calificaciones psicológicas. Y, como destaca Phil Rosenzweig en su libro The Halo Effect, cometemos el error de presuponer y generalizar sistemáticamente, tanto en lo que se refiere a las críticas como a los elogios. Así, por ejemplo, ante una empresa que es rentable y exitosa (ámbito que aborda dicha obra), presuponemos que es competente y ejemplar, con unos procedimientos superiores en todos los ámbitos.

En el caso de la política, los juicios de valor con estos fundamentos pueden resultar devastadores. Son muchos los políticos y las políticas que pueden verse afectados por un hecho concreto, que puede tener efecto en cadena y extenderse como si fuera una mancha de aceite.

En el mundo polarizado en el que vivimos, hemos aprendido a acomodarnos a las primeras impresiones, evitando confrontar puntos de vista y abordar la ardua tarea de contrastar fuentes, escuchar otras opiniones o alimentar un espíritu crítico y constructivo que nos permita explorar (y explotar) las burbujas informativas existentes. En definitiva, nos resulta mucho más fácil —y cómodo— hacer generalizaciones y basar nuestros juicios en ellas. Tendemos a suponer y dar por hecho. A considerar que una parte hace el todo.

De un indicio, deducimos un hecho. Y en ese posicionamiento ideológico nos hacemos fuertes. Sin más. En el caso del efecto halo, una sola característica (positiva o negativa) nos lleva a suponer, de manera errónea, cómo debe ser el conjunto o la totalidad. De este modo, es más difícil observar una realidad que es poliédrica y que tiene aspectos buenos, otros malos… Se evita el escenario complejo de los claroscuros y el esfuerzo que comporta observar los hechos de modo distinto.

Todo ello se refuerza con las cámaras de eco digitales que reverberan y pueden contaminar. Es la tinta del calamar.  Modificar prejuicios y creencias globales es cada vez más complicado y agotador. Pero en la era de la infoxicación y la simplificación, el reto está en disponer de la autonomía suficiente y el rigor adecuado para no convertirnos en acólitos acríticos. De ello depende nuestra salud democrática. Y la personal.

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