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Conflicto Rusia Ucrania: El nuevo mapa del poder mundial

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Los efectos sobre América latina, la Argentina y el acuerdo con el FMI

El mundo unipolar construido a finales del siglo pasado alrededor de Estados Unidos entró en crisis. Se está en presencia de dos tendencias enfrentadas del capitalismo: uno fuertemente regulado por el Estado versus otro liderado por el capital financiero. Dónde quedó América latina. 

Por Por Arturo Laguado Duca*

La tercera década del siglo XXI estará signada por el entierro definitivo de los acuerdos de Yalta y la reconfiguración de las relaciones de poder en el mundo. Las Naciones Unidas venían muy debilitadas como foro de las potencias triunfadoras de la Segunda Guerra Mundial desde que Estados Unidos -junto a una coalición de países amigos- invadió a Irak en 2003 despreciando las recomendaciones del Consejo de Seguridad.

Esas recomendaciones han pasado a detentar un lugar más decorativo que decisorio, hasta el extremo de que las resoluciones de su Asamblea General no son muy tenidas en cuenta por nadie -el caso más conocido es el de la ocupación de los territorios palestinos por Israel, pero no el único-. 

Algo similar ocurre con organismos regionales como la OEA, actualmente desafiada por la emergencia de otras instituciones como la Celac. Estos son sólo algunos síntomas de la reconfiguración mundial.

Dado el vertiginoso crecimiento económico de China y la recuperación del poderío militar ruso tras la debacle de los años 90, el mundo unipolar construido a finales del siglo pasado alrededor de Estados Unidos entró en crisis, visibilizando el fin de hegemonía atlántica. Esta situación trató de ser revertida al menos desde la presidencia de Obama con los sucesivos enfrentamientos y sanciones comerciales impuestas desde entonces a la Federación Rusa y a la República Popular China.

Ante la miraba indiferente de los líderes europeos -con la sola reticencia de Alemania y Francia-, la OTAN fue cercando militarmente a la Federación Rusa expandiéndose hacia el Este, contrariando los acuerdos sostenidos con Gorbachov al momento de la disolución del Pacto de Varsovia. Una jugada que buscaba limitar el poder de Rusia que se había constituido, a través de la iniciativa de la Nueva Ruta de Seda, en el puente entre Occidente y Oriente.

Dadas esas circunstancias, sumadas a las tensiones introducidas durante el gobierno de Zelenski -un atlantista que ganó las elecciones luego del derrocamiento del presidente pro ruso Víktor Yanukóvich de la mano de las protestas del Euromaidán-, la insurrección separatista de la región rusoparlante de Donbass y la anexión rusa de Crimea, no debería sorprender la reacción de Rusia ante la negativa de la OTAN de dar garantías de que no incluiría a Ucrania en la Alianza.

En resumen, no hay nada de improvisado ni ninguna acción de personajes megalómanos en esa guerra: ni por parte de la Federación Rusa, ni de Estados Unidos, ni de la OTAN o Ucrania, sino que es el resultado de las mutaciones de poder en un mundo donde los Estados nación -aunque en el marco de bloques regionales- siguen defendiendo rabiosamente sus intereses.

Sanciones a Rusia

Sin embargo, con la guerra se hicieron más visibles algunas tendencias aparentemente olvidadas luego de la implosión de la URSS. Una de ellas, es la fuerte cohesión de Occidente contra la Federación Rusa con sanciones que trascienden lo económico (la valoración del impacto de las represalias económicas varía según los distintos analistas) para alcanzar el ámbito cultural y deportivo en una reacción sin precedentes que afecta, incluso, la libertad de prensa (prohibición de los canales de noticias Suptnik y RT). 

Pero, más novedoso aún, es la proliferación de sanciones motorizadas por capitales privados de todo tipo: desde las tarjetas de crédito internacionales hasta el heladero cordobés que «por solidaridad con Ucrania no vende crema rusa». También instituciones deportivas (entre otras, la FIFA y el Comité Olímpico Internacional), culturales (cancelación de cursos sobre Dostoievski, persecución de músicos y bailarines rusos), llegando a extremos que serían cómicos si no estuvieran atravesados por una guerra, como es el caso de la Federación Internacional Felina prohibiendo la participación de gatos rusos en las competencias. 

Una situación que no se vivió ni siquiera en los momentos más álgidos de la Guerra Fría. Es la primera vez que el intento de aislar a un país trasciende a los Estados nacionales, dejando un protagonismo no menor al gran capital privado: capital financiero y empresas de tecnología.

Escenarios de la posguerra

En medio de la ensordecedora propaganda de guerra, existe ya una amplia literatura que evalúa los posibles escenarios de posguerra trascendiendo la inmediatez del conflicto para propiciar su comprensión histórica. No es el objetivo de este artículo comentarla, sino destacar sus peculiaridades para tener un acercamiento a su impacto inmediato en el país. 

A pesar de ser presentado por los grandes medios de comunicación y diferentes sectores de la sociedad civil como un conflicto civilizatorio entre Occidente y Oriente, es la expresión de intereses de las grandes potencias y la alianza de sus élites con distintas versiones del capitalismo.

La manera en que se hegemonizó desde Occidente la interpretación de la guerra de Ucrania puede explicar la coincidencia de sectores del progresismo con la ultraderecha, al tiempo que oculta una discusión más de fondo sobre las tendencias enfrentadas del capitalismo en el mundo: uno fuertemente regulado por el Estado vs otro liderado por el capital financiero. 

Sin embargo, son los argumentos usados para justificar el aislamiento internacional de la Federación Rusa los que permiten entrever el alcance del desafío hegemónico que impone la nueva derecha después de la crisis del «neoliberalismo culturalmente progresista», según la expresión de Nancy Fraser.

Un ejemplo, pero no el único, son los neofranquistas de VOX quienes no dudan en recurrir a argumentos racistas para pedir el apoyo a la inmigración ucraniana diferenciándola de la del Tercer Mundo, o varios noticieros que destacan el color de piel de los refugiados o su pertenencia religiosa al mundo cristiano. En todo caso, es justo reconocer que, pasado el primer impacto, fuerzas progresistas de Francia, Inglaterra y España se niegan a alimentar esta maquinaria de Guerra.

La batalla cultural

Esta «batalla cultural», que esconde el conflicto entre distintas tendencias del capitalismo contemporáneo, pareciera revivir los argumentos de Huntington, un intelectual de derecha que en 1996 produciría un libro que fundamentaba las tensiones entre Occidente y Oriente como un fenómeno que trascendía la caída de la URSS. 

Según el autor estadounidense, los conflictos entre potencias se sostendrían en distintas concepciones del poder y el Estado, configurando civilizaciones moldeadas por religiones históricas distintas, no por ideologías políticas. De todas ellas, Huntington destacará tres grandes constelaciones: China, Rusia y el capitalismo occidental. 

En ese conocido informe, Huntington justificaba la necesidad de no bajar la guardia con la caída del Muro ya que, a su juicio, los conflictos pervivirían, al tiempo que definía a América latina como un territorio en disputa. Aunque empíricamente débil y teóricamente cuestionada, una visión «a lo» Huntington estaría atravesando la disputa actual.

La guerra y América latina

En la región, como era de esperar, la mayor parte de los gobiernos han mantenido su tradicional pertenencia a Occidente, pero con no pocos matices. Aquellos más alineados con las corrientes de derecha proestadounidense -un caso extremo es Colombia, país que desde 2017 es socio de la OTAN- han sobreactuado un rechazo digno de los años más álgidos de la Guerra Fría, embanderándose con Ucrania. 

En cambio, quienes sufren la persecución abierta o encubierta de Estados Unidos –Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia– se han acercado a la posición china consistente en exigir una paz que también reconozca el legítimo interés de la Federación Rusa de proteger su seguridad ante la constante expansión de la OTAN hacia el Este. 

En ese marco, México ha mantenido su tradicional postura de neutralidad ante los conflictos entre potencias -lo que muestra que siempre hay cierto margen en las decisiones de política internacional de los Estados latinoamericanos- acompañado por el Brasil de Bolsonaro.

Pero, en términos generales, la región ha corrido tras el discurso hegemónico atlantista, aunque sin comprometerse demasiado en su toma de posición. Lo más sorprendente en la política regional es la falta de evaluación de los cambios mundiales que traerá no sólo el conflicto, sino también la batería de sanciones a la Federación Rusa.

Posiblemente el nuevo mapa mundial no sea beneficioso para la región dado que la ofensiva antirusa prontamente puede extenderse a China -aunque bajo otra forma, como ya lo intentara Trump- y con ella a los negocios que propone en la región la potencia asiática por medio de la iniciativa conocida como la Nueva Ruta de la Seda que implica inversiones multimillonarias en infraestructura en todo el mundo.

Es pronto para saber qué tanto impactará la guerra en los negocios con China, pero, cualquiera sea el resultado, es innegable que un nuevo mapa mundial aparecerá como un dato objetivo que los países latinoamericanos deben tomar en cuenta en sus intentos de desarrollo

En lo inmediato, como destaca una editorial de France Press, el conflicto de Ucrania redundará en un incremento de la inflación en Europa que, posiblemente, repercuta en una América latina ya golpeada por este flagelo.

La posición de Argentina

Tampoco el gobierno argentino parece capaz de resistir a la ofensiva discursiva liderada por Estados Unidos. Si bien el liderazgo mundial del país en lo relacionado con los derechos humanos justifica la condena a su violación en los actos de guerra, la censura abierta a la Federación Rusa carece de la sutileza de los pronunciamientos chinos o mexicanos. En todo caso, la posición del país no llega a los extremos delirantes de la derecha representada en JxC que pide una subordinación abierta a los intereses de Estados Unidos.

Argentina eligió mantenerse retóricamente dentro de la esfera de influencia de Estados Unidos como la mayoría de los gobiernos de la región. A diferencia de México, eso significa abandonar la tradicional posición de neutralidad de los gobiernos nacional populares ante el conflicto entre potencias. Hay que destacar, sin embargo, que no se sumó a las sanciones económicas que reclaman los países de la OTAN.

En todo caso, las implicaciones de la guerra en Ucrania no son pocas para el país. El impacto más directo, pero no el más importante, es para aquellas 400 empresas que exportan alimentos a Rusia que deben enfrentar la renegociación de contratos, la desconexión del Swift y un incremento general de costos logísticos. El impacto indirecto, en el marco de la negociación con el FMI, será mucho mayor.

Cómo juega el acuerdo del FMI

El alcance del acuerdo con el FMI es un tema central en el debate político local generando posiciones encontradas dentro del seno de la misma coalición gobernante. Los defensores del acuerdo insisten en que el FMI fue mucho más permisivo con la Argentina que con todos los demás países con que produjo convenios recientemente, tanto en los plazos para el repago como en las condiciones para certificar los desembolsos (no pidió reformas estructurales, pactó un descenso relativamente lento del déficit primario y de la inflación). 

Los contradictores destacan, en cambio, que no se logró la eliminación de la sobretasa, ni una ampliación real de los plazos de repago y, en su lugar, sólo se consiguió un nuevo préstamo para cubrir los diez primeros pagos con desembolsos condicionados por revisiones trimestrales, lo que implicaría, en la práctica, un cogobierno con el FMI. A contracorriente de ambas posiciones está JxC a quien el acuerdo le parece demasiado laxo con el país.

Muy posiblemente es cierta la afirmación del oficialismo de que éste es el mejor acuerdo que se podía conseguir. Especialmente cuando las negociaciones se llevaron durante dos años a puerta cerrada, confiando más en la habilidad del negociador que en una solución política que enfrentara al FMI con la inmensa estafa del préstamo al gobierno de Macri. 

En todo caso, llegados a este punto sin haber construido un movimiento opositor al acuerdo, ya no es deseable defoltear la deuda con el Fondo sin comprometer aún más el tipo de cambio, arriesgando una corrida financiera o el financiamiento de las empresas y la incipiente recuperación.

Las negociaciones con el organismo financiero –entre otros temas- descansan sobre la disminución de los subsidios con el objetivo de reducir el déficit fiscal y acumular reservas. Con el objetivo de sanear la moneda se busca también un descenso paulatino de la inflación, problema reiteradamente mencionado por el presidente Alberto Fernández en su discurso del 1° de marzo ante la Asamblea Legislativa.

Tarifas e inflación

Así las cosas, la guerra ruso ucraniana introduce unas variables que complican aún más el acuerdo con el FMI. Los cuatro años que concede el FMI al país para llegar al déficit cero implican una paulatina reducción de los subsidios a la energía. Siendo la Argentina un importador de gas, la disparada de los precios de la energía en el mundo complica esta meta a menos que el Gobierno traicione su palabra y recurra a tarifazos.

El otro impacto directo tendrá que ver con el precio de los alimentos –uno de los principales motores de la inflación en el país-. Tanto Ucrania como Rusia son grandes productores de cereales por lo que la guerra impactó directamente en el precio de las commodities. 

Si bien esto es una buena noticia para los productores agropecuarios, no hay duda de que impactará directamente en la inflación argentina como ocurre cada vez que se incrementa el precio de la soja o de la carne vacuna. El resultado inmediato, además de una disparada de la inflación, será la suba del precio de los alimentos y consecuentemente, una reducción de la capacidad de consumo de la población

En otras palabras, la lógica planteada por el ministro Martín Guzmán de crecer para pagar -por ejemplo, incremento de la recaudación para disminuir el déficit- si ya antes de la guerra en Ucrania se veía poco viable, en el marco de una reducción del mercado interno, parece inalcanzable sin un fuerte ajuste fiscal.

Varios desafíos para el Gobierno

1. Evitar que el encarecimiento mundial de la energía y las commodities se traslade al mercado interno para lo que se verá obligado a establecer alguna forma de retenciones. Caso contrario tendrá que recurrir a un severo ajuste -con las inevitables consecuencias sociales y políticas asociadas- o enfrentar el riesgo de una espiral inflacionaria. Esa parece ser la posición de un sector del gobierno. Sin embargo, para que esta iniciativa prospere, es indispensable un fuerte apoyo político de todo el equipo gobernante, pues no hay duda de que enfrentará fuerte resistencia de los sectores del agronegocio.

2. Prepararse para una renegociación dura con el FMI antes de la próxima revisión trimestral. Si el cumplimiento de las metas a mediano plazo -cuatro años- se veía difícil, esa incertidumbre alcanza ahora al corto plazo dada la 

situación en Europa del Este. No debería ser difícil plantear la obsolescencia de los acuerdos alcanzados dadas las modificaciones de las relaciones internacionales.

3. La mayoría de los analistas concuerda en que la inestabilidad política mundial vino para quedarse un buen tiempo. En ese marco, el Gobierno debería resistir la tentación de embanderarse con uno de los actores del conflicto -en este caso Estados Unidos- y rescatar la tradicional posición peronista de neutralidad pragmática ante los conflictos entre potencias sin dejarse arrastrar por la retórica anti rusa de actores nacionales e internacionales.

Los países asiáticos -independientemente de su cercanía a Estados Unidos- han sabido reaccionar con cautela, cuidando sus intereses nacionales. Ni China, ni la India, Turquía, Serbia, Paquistán, Irán o los países del Golfo, se han sumado a las sanciones propuestas por Estados Unidos. Incluso Corea del Sur, fuerte aliado de Occidente debido al conflicto que mantiene con su homóloga del Norte, demandó a Estados Unidos una carta de exención para poder seguir comerciando con la Federación Rusa.

En resumen, las tensiones que se han ido acumulando con el desafío a la hegemonía atlántica estallaron en la guerra entre Rusia y Ucrania, configurando un cambio importante en el mapa mundial. Es obligatorio que el Gobierno tome nota de esos cambios y actúe en consecuencia. No sólo por su supervivencia política, sino también por las necesidades del desarrollo nacional.

* Profesor e investigador del Área Estado y Políticas Públicas de Flacso Argentina.

Fuente: Página12

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Los efectos sobre América latina, la Argentina y el acuerdo con el FMI

El mundo unipolar construido a finales del siglo pasado alrededor de Estados Unidos entró en crisis. Se está en presencia de dos tendencias enfrentadas del capitalismo: uno fuertemente regulado por el Estado versus otro liderado por el capital financiero. Dónde quedó América latina. 

Por Por Arturo Laguado Duca*

La tercera década del siglo XXI estará signada por el entierro definitivo de los acuerdos de Yalta y la reconfiguración de las relaciones de poder en el mundo. Las Naciones Unidas venían muy debilitadas como foro de las potencias triunfadoras de la Segunda Guerra Mundial desde que Estados Unidos -junto a una coalición de países amigos- invadió a Irak en 2003 despreciando las recomendaciones del Consejo de Seguridad.

Esas recomendaciones han pasado a detentar un lugar más decorativo que decisorio, hasta el extremo de que las resoluciones de su Asamblea General no son muy tenidas en cuenta por nadie -el caso más conocido es el de la ocupación de los territorios palestinos por Israel, pero no el único-. 

Algo similar ocurre con organismos regionales como la OEA, actualmente desafiada por la emergencia de otras instituciones como la Celac. Estos son sólo algunos síntomas de la reconfiguración mundial.

Dado el vertiginoso crecimiento económico de China y la recuperación del poderío militar ruso tras la debacle de los años 90, el mundo unipolar construido a finales del siglo pasado alrededor de Estados Unidos entró en crisis, visibilizando el fin de hegemonía atlántica. Esta situación trató de ser revertida al menos desde la presidencia de Obama con los sucesivos enfrentamientos y sanciones comerciales impuestas desde entonces a la Federación Rusa y a la República Popular China.

Ante la miraba indiferente de los líderes europeos -con la sola reticencia de Alemania y Francia-, la OTAN fue cercando militarmente a la Federación Rusa expandiéndose hacia el Este, contrariando los acuerdos sostenidos con Gorbachov al momento de la disolución del Pacto de Varsovia. Una jugada que buscaba limitar el poder de Rusia que se había constituido, a través de la iniciativa de la Nueva Ruta de Seda, en el puente entre Occidente y Oriente.

Dadas esas circunstancias, sumadas a las tensiones introducidas durante el gobierno de Zelenski -un atlantista que ganó las elecciones luego del derrocamiento del presidente pro ruso Víktor Yanukóvich de la mano de las protestas del Euromaidán-, la insurrección separatista de la región rusoparlante de Donbass y la anexión rusa de Crimea, no debería sorprender la reacción de Rusia ante la negativa de la OTAN de dar garantías de que no incluiría a Ucrania en la Alianza.

En resumen, no hay nada de improvisado ni ninguna acción de personajes megalómanos en esa guerra: ni por parte de la Federación Rusa, ni de Estados Unidos, ni de la OTAN o Ucrania, sino que es el resultado de las mutaciones de poder en un mundo donde los Estados nación -aunque en el marco de bloques regionales- siguen defendiendo rabiosamente sus intereses.

Sanciones a Rusia

Sin embargo, con la guerra se hicieron más visibles algunas tendencias aparentemente olvidadas luego de la implosión de la URSS. Una de ellas, es la fuerte cohesión de Occidente contra la Federación Rusa con sanciones que trascienden lo económico (la valoración del impacto de las represalias económicas varía según los distintos analistas) para alcanzar el ámbito cultural y deportivo en una reacción sin precedentes que afecta, incluso, la libertad de prensa (prohibición de los canales de noticias Suptnik y RT). 

Pero, más novedoso aún, es la proliferación de sanciones motorizadas por capitales privados de todo tipo: desde las tarjetas de crédito internacionales hasta el heladero cordobés que «por solidaridad con Ucrania no vende crema rusa». También instituciones deportivas (entre otras, la FIFA y el Comité Olímpico Internacional), culturales (cancelación de cursos sobre Dostoievski, persecución de músicos y bailarines rusos), llegando a extremos que serían cómicos si no estuvieran atravesados por una guerra, como es el caso de la Federación Internacional Felina prohibiendo la participación de gatos rusos en las competencias. 

Una situación que no se vivió ni siquiera en los momentos más álgidos de la Guerra Fría. Es la primera vez que el intento de aislar a un país trasciende a los Estados nacionales, dejando un protagonismo no menor al gran capital privado: capital financiero y empresas de tecnología.

Escenarios de la posguerra

En medio de la ensordecedora propaganda de guerra, existe ya una amplia literatura que evalúa los posibles escenarios de posguerra trascendiendo la inmediatez del conflicto para propiciar su comprensión histórica. No es el objetivo de este artículo comentarla, sino destacar sus peculiaridades para tener un acercamiento a su impacto inmediato en el país. 

A pesar de ser presentado por los grandes medios de comunicación y diferentes sectores de la sociedad civil como un conflicto civilizatorio entre Occidente y Oriente, es la expresión de intereses de las grandes potencias y la alianza de sus élites con distintas versiones del capitalismo.

La manera en que se hegemonizó desde Occidente la interpretación de la guerra de Ucrania puede explicar la coincidencia de sectores del progresismo con la ultraderecha, al tiempo que oculta una discusión más de fondo sobre las tendencias enfrentadas del capitalismo en el mundo: uno fuertemente regulado por el Estado vs otro liderado por el capital financiero. 

Sin embargo, son los argumentos usados para justificar el aislamiento internacional de la Federación Rusa los que permiten entrever el alcance del desafío hegemónico que impone la nueva derecha después de la crisis del «neoliberalismo culturalmente progresista», según la expresión de Nancy Fraser.

Un ejemplo, pero no el único, son los neofranquistas de VOX quienes no dudan en recurrir a argumentos racistas para pedir el apoyo a la inmigración ucraniana diferenciándola de la del Tercer Mundo, o varios noticieros que destacan el color de piel de los refugiados o su pertenencia religiosa al mundo cristiano. En todo caso, es justo reconocer que, pasado el primer impacto, fuerzas progresistas de Francia, Inglaterra y España se niegan a alimentar esta maquinaria de Guerra.

La batalla cultural

Esta «batalla cultural», que esconde el conflicto entre distintas tendencias del capitalismo contemporáneo, pareciera revivir los argumentos de Huntington, un intelectual de derecha que en 1996 produciría un libro que fundamentaba las tensiones entre Occidente y Oriente como un fenómeno que trascendía la caída de la URSS. 

Según el autor estadounidense, los conflictos entre potencias se sostendrían en distintas concepciones del poder y el Estado, configurando civilizaciones moldeadas por religiones históricas distintas, no por ideologías políticas. De todas ellas, Huntington destacará tres grandes constelaciones: China, Rusia y el capitalismo occidental. 

En ese conocido informe, Huntington justificaba la necesidad de no bajar la guardia con la caída del Muro ya que, a su juicio, los conflictos pervivirían, al tiempo que definía a América latina como un territorio en disputa. Aunque empíricamente débil y teóricamente cuestionada, una visión «a lo» Huntington estaría atravesando la disputa actual.

La guerra y América latina

En la región, como era de esperar, la mayor parte de los gobiernos han mantenido su tradicional pertenencia a Occidente, pero con no pocos matices. Aquellos más alineados con las corrientes de derecha proestadounidense -un caso extremo es Colombia, país que desde 2017 es socio de la OTAN- han sobreactuado un rechazo digno de los años más álgidos de la Guerra Fría, embanderándose con Ucrania. 

En cambio, quienes sufren la persecución abierta o encubierta de Estados Unidos –Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia– se han acercado a la posición china consistente en exigir una paz que también reconozca el legítimo interés de la Federación Rusa de proteger su seguridad ante la constante expansión de la OTAN hacia el Este. 

En ese marco, México ha mantenido su tradicional postura de neutralidad ante los conflictos entre potencias -lo que muestra que siempre hay cierto margen en las decisiones de política internacional de los Estados latinoamericanos- acompañado por el Brasil de Bolsonaro.

Pero, en términos generales, la región ha corrido tras el discurso hegemónico atlantista, aunque sin comprometerse demasiado en su toma de posición. Lo más sorprendente en la política regional es la falta de evaluación de los cambios mundiales que traerá no sólo el conflicto, sino también la batería de sanciones a la Federación Rusa.

Posiblemente el nuevo mapa mundial no sea beneficioso para la región dado que la ofensiva antirusa prontamente puede extenderse a China -aunque bajo otra forma, como ya lo intentara Trump- y con ella a los negocios que propone en la región la potencia asiática por medio de la iniciativa conocida como la Nueva Ruta de la Seda que implica inversiones multimillonarias en infraestructura en todo el mundo.

Es pronto para saber qué tanto impactará la guerra en los negocios con China, pero, cualquiera sea el resultado, es innegable que un nuevo mapa mundial aparecerá como un dato objetivo que los países latinoamericanos deben tomar en cuenta en sus intentos de desarrollo

En lo inmediato, como destaca una editorial de France Press, el conflicto de Ucrania redundará en un incremento de la inflación en Europa que, posiblemente, repercuta en una América latina ya golpeada por este flagelo.

La posición de Argentina

Tampoco el gobierno argentino parece capaz de resistir a la ofensiva discursiva liderada por Estados Unidos. Si bien el liderazgo mundial del país en lo relacionado con los derechos humanos justifica la condena a su violación en los actos de guerra, la censura abierta a la Federación Rusa carece de la sutileza de los pronunciamientos chinos o mexicanos. En todo caso, la posición del país no llega a los extremos delirantes de la derecha representada en JxC que pide una subordinación abierta a los intereses de Estados Unidos.

Argentina eligió mantenerse retóricamente dentro de la esfera de influencia de Estados Unidos como la mayoría de los gobiernos de la región. A diferencia de México, eso significa abandonar la tradicional posición de neutralidad de los gobiernos nacional populares ante el conflicto entre potencias. Hay que destacar, sin embargo, que no se sumó a las sanciones económicas que reclaman los países de la OTAN.

En todo caso, las implicaciones de la guerra en Ucrania no son pocas para el país. El impacto más directo, pero no el más importante, es para aquellas 400 empresas que exportan alimentos a Rusia que deben enfrentar la renegociación de contratos, la desconexión del Swift y un incremento general de costos logísticos. El impacto indirecto, en el marco de la negociación con el FMI, será mucho mayor.

Cómo juega el acuerdo del FMI

El alcance del acuerdo con el FMI es un tema central en el debate político local generando posiciones encontradas dentro del seno de la misma coalición gobernante. Los defensores del acuerdo insisten en que el FMI fue mucho más permisivo con la Argentina que con todos los demás países con que produjo convenios recientemente, tanto en los plazos para el repago como en las condiciones para certificar los desembolsos (no pidió reformas estructurales, pactó un descenso relativamente lento del déficit primario y de la inflación). 

Los contradictores destacan, en cambio, que no se logró la eliminación de la sobretasa, ni una ampliación real de los plazos de repago y, en su lugar, sólo se consiguió un nuevo préstamo para cubrir los diez primeros pagos con desembolsos condicionados por revisiones trimestrales, lo que implicaría, en la práctica, un cogobierno con el FMI. A contracorriente de ambas posiciones está JxC a quien el acuerdo le parece demasiado laxo con el país.

Muy posiblemente es cierta la afirmación del oficialismo de que éste es el mejor acuerdo que se podía conseguir. Especialmente cuando las negociaciones se llevaron durante dos años a puerta cerrada, confiando más en la habilidad del negociador que en una solución política que enfrentara al FMI con la inmensa estafa del préstamo al gobierno de Macri. 

En todo caso, llegados a este punto sin haber construido un movimiento opositor al acuerdo, ya no es deseable defoltear la deuda con el Fondo sin comprometer aún más el tipo de cambio, arriesgando una corrida financiera o el financiamiento de las empresas y la incipiente recuperación.

Las negociaciones con el organismo financiero –entre otros temas- descansan sobre la disminución de los subsidios con el objetivo de reducir el déficit fiscal y acumular reservas. Con el objetivo de sanear la moneda se busca también un descenso paulatino de la inflación, problema reiteradamente mencionado por el presidente Alberto Fernández en su discurso del 1° de marzo ante la Asamblea Legislativa.

Tarifas e inflación

Así las cosas, la guerra ruso ucraniana introduce unas variables que complican aún más el acuerdo con el FMI. Los cuatro años que concede el FMI al país para llegar al déficit cero implican una paulatina reducción de los subsidios a la energía. Siendo la Argentina un importador de gas, la disparada de los precios de la energía en el mundo complica esta meta a menos que el Gobierno traicione su palabra y recurra a tarifazos.

El otro impacto directo tendrá que ver con el precio de los alimentos –uno de los principales motores de la inflación en el país-. Tanto Ucrania como Rusia son grandes productores de cereales por lo que la guerra impactó directamente en el precio de las commodities. 

Si bien esto es una buena noticia para los productores agropecuarios, no hay duda de que impactará directamente en la inflación argentina como ocurre cada vez que se incrementa el precio de la soja o de la carne vacuna. El resultado inmediato, además de una disparada de la inflación, será la suba del precio de los alimentos y consecuentemente, una reducción de la capacidad de consumo de la población

En otras palabras, la lógica planteada por el ministro Martín Guzmán de crecer para pagar -por ejemplo, incremento de la recaudación para disminuir el déficit- si ya antes de la guerra en Ucrania se veía poco viable, en el marco de una reducción del mercado interno, parece inalcanzable sin un fuerte ajuste fiscal.

Varios desafíos para el Gobierno

1. Evitar que el encarecimiento mundial de la energía y las commodities se traslade al mercado interno para lo que se verá obligado a establecer alguna forma de retenciones. Caso contrario tendrá que recurrir a un severo ajuste -con las inevitables consecuencias sociales y políticas asociadas- o enfrentar el riesgo de una espiral inflacionaria. Esa parece ser la posición de un sector del gobierno. Sin embargo, para que esta iniciativa prospere, es indispensable un fuerte apoyo político de todo el equipo gobernante, pues no hay duda de que enfrentará fuerte resistencia de los sectores del agronegocio.

2. Prepararse para una renegociación dura con el FMI antes de la próxima revisión trimestral. Si el cumplimiento de las metas a mediano plazo -cuatro años- se veía difícil, esa incertidumbre alcanza ahora al corto plazo dada la 

situación en Europa del Este. No debería ser difícil plantear la obsolescencia de los acuerdos alcanzados dadas las modificaciones de las relaciones internacionales.

3. La mayoría de los analistas concuerda en que la inestabilidad política mundial vino para quedarse un buen tiempo. En ese marco, el Gobierno debería resistir la tentación de embanderarse con uno de los actores del conflicto -en este caso Estados Unidos- y rescatar la tradicional posición peronista de neutralidad pragmática ante los conflictos entre potencias sin dejarse arrastrar por la retórica anti rusa de actores nacionales e internacionales.

Los países asiáticos -independientemente de su cercanía a Estados Unidos- han sabido reaccionar con cautela, cuidando sus intereses nacionales. Ni China, ni la India, Turquía, Serbia, Paquistán, Irán o los países del Golfo, se han sumado a las sanciones propuestas por Estados Unidos. Incluso Corea del Sur, fuerte aliado de Occidente debido al conflicto que mantiene con su homóloga del Norte, demandó a Estados Unidos una carta de exención para poder seguir comerciando con la Federación Rusa.

En resumen, las tensiones que se han ido acumulando con el desafío a la hegemonía atlántica estallaron en la guerra entre Rusia y Ucrania, configurando un cambio importante en el mapa mundial. Es obligatorio que el Gobierno tome nota de esos cambios y actúe en consecuencia. No sólo por su supervivencia política, sino también por las necesidades del desarrollo nacional.

* Profesor e investigador del Área Estado y Políticas Públicas de Flacso Argentina.

Fuente: Página12

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