Por: Nassef Perdomo Cordero, abogado.
Las sociedades contemporáneas son mucho más complejas de lo que nos parecen. La misma costumbre a ellas nos esconde sus laberintos, por lo que nadie puede manejar con destreza todas sus facetas.
Esto es cierto tanto para quienes participan en el debate público como para los ciudadanos comunes, aunque los primeros se esfuercen en disimularlo.
Es esta una realidad ineludible, con la que las personas lidian haciendo acopio de diversas estrategias cuando dan seguimiento a los acontecimientos sociales y a la participación de sus actores. Una de las más comunes y efectivas es comparar en el tiempo las posiciones que asume cada uno de ellos.
La detección de incongruencias es uno de los caminos más seguros a la pérdida de capital social y político.
Para los actores sociales y políticos es tentación común —y comúnmente exitosa— modificar sus posiciones dependiendo de las circunstancias que les toca vivir.
Mas, las hemerotecas, potenciadas por la dictadura de los motores de búsqueda, se convierten en cadalso recurrente. Y con razón, porque mantener un centro de gravedad más o menos estable en el debate público es parte de la responsabilidad del liderazgo que se delega orgánica o institucionalmente en ciertas personas.
No quiere decir esto que quedan vedados los cambios de postura. Después de todo, la estasis permanente sólo se produce con la muerte; que ocurra en el pensamiento del liderazgo sería antitético a la función que se ha delegado. Pero los teatros de máscaras terminan generando un rechazo muy difícil de paliar.
Quien desde una posición —la que sea— se queja amargamente de que otros hagan lo que se hizo antes no genera empatía, sino regodeo en el apuro manifiesto.
Tiene que haber concordancia mínima entre lo que se dice hoy y lo dicho ayer. No es cierto que los hechos son lo único importante, porque estos están atados a las posibilidades y realidades enfrentadas. No olvidemos que la palabra es el reflejo de las intenciones pero, sobre todo, que la contradicción utilitaria erosiona la base de la legitimidad presente. El discurso debe cuidarse siempre.