Por Pablo McKinney.-
Decía Azorín que vivir es ver volver.
Son las enseñanzas de la historia.
Ocurrió primero en 1983, cuando conocí al joven activista cultural Ricardo Bello quien extrañamente a pesar de su patológica devoción por el presidente Joaquín Balaguer me cayó bien, salvo en los demasiado frecuentes momentos en que, con un optimismo que para entonces rayaba en la locura, me aseguraba convencido que en 1986 el Doctor Balaguer regresaría al poder que había perdido en 1978.
Muchas tasas de café -colado por la manos mágicas de Rosa Parker en Color Visión- compartí con Ricardo, mientras estoicamente me resistía a aceptar su absurda -y repetitiva- afirmación de que el delfín más ilustrado del Trujillismo, el Doctor, volvería a la presidencia de la República.
Como es de todos sabido, por los efectos de la década perdida de Latinoamérica, por los malos juegos de los organismos internacionales (FMI), y esa vocación fratricida que siempre ha perseguido al PRD (heredada ahora por su hijo menor el PRM), en las elecciones de 1986 el Doctor, ya absolutamente ciego, volvió a ocupar su despacho de siempre en la que fue su segunda casa, el Palacio Nacional.
Fue así como Ricardo Bello, el joven empresario y activista cultural, se convirtió para mí en un ejemplo de constancia y fe en sus sueños, aunque estos fueran tan fúnebres como la vuelta al poder de quien en 1966 había negociado la sangre de una generación por regresar al Poder. ¡Ay, Síndrome de Hubris que tanto daño has causado a estos pueblos!
Mil años después, aunque en las antípodas ideológica de Balaguer y Ricardo, me ocurriría igual con el Gordo Oviedo, mientras Lula ingresaba en la cárcel y toda una gendarmería mediática, política y de inspiración imperial hacía añicos su obra de gobierno, a pesar de sus innegables avances especialmente en lo que tiene que ver con justicia social, igualdad de oportunidades y lucha contra la pobreza.
Para entonces, corría abril de 2016, sólo al Gordo y a nadie más en ningún lugar de este país, ni en el mesón de Bari cualquier día, ni en la Casa de Teatro cualquier noche ni en La Parada 77 alguna madrugada; a nadie más en ningún lugar, ya digo, se le ocurría afirmar convencido que Lula da Silva volvería a la presidencia de Brasil… y Lula volvió, ha vuelto.
Moraleja: Uno siempre debe creer en sus sueños, por absurdos que puedan parecer a los demás. Toda gran verdad de hoy, fue alguna vez una terrible herejía como la de Ricardo con su idolatrado Dr. Balaguer, o El Gordo Oviedo Landestoy (alias, José Ernesto) con su entrañable amigo Lula da Silva.