El sexo es bueno. El sexo es sano. El sexo es una parte esencial de nuestro tejido social. Y tú —en concreto— deberías hacerlo más, probablemente.
Los estadounidenses, en plena epidemia de soledad, no tienen el suficiente sexo. En casi todos los grupos demográficos, los adultos estadounidenses —mayores y jóvenes, solteros y emparejados, ricos y pobres— tienen menos relaciones sexuales que en cualquier momento de las últimas tres décadas.
El sexo no es la única forma de interacción humana satisfactoria y, desde luego, no es un bálsamo para la soledad en todas sus formas. Aun así, debería considerarse una parte fundamental de nuestro bienestar social, no un capricho o una simple añadidura. Esto se debe en gran parte a que el aumento de la soledad va en paralelo al descenso del sexo. Más de una cuarta parte de los estadounidenses no habían mantenido relaciones sexuales ni una sola vez en el último año, la última vez que lo preguntó la Encuesta Social General, en 2021. Era el nivel más alto de inactividad sexual en la historia de la encuesta.
Esa cifra incluye casi el 30 por ciento de los hombres menores de 30 años, y se ha triplicado desde 2008. En la década de 1990, alrededor de la mitad de los estadounidenses mantenían relaciones sexuales semanales o con mayor frecuencia; esa cifra es ahora inferior al 40 por ciento. En el caso de muchas personas que sí mantienen relaciones, la frecuencia ha disminuido precipitadamente. Y no se trata solo del sexo: los emparejamientos y la convivencia también han ido a la baja. Se pasa menos tiempo con los amigos y los amantes: no son problemas distintos, sino síntomas del mismo malestar cultural, un aislamiento que está demoliendo la vida social, la vida amorosa y la felicidad de los estadounidenses.
Las estimaciones varían, pero entre uno y dos tercios de los estadounidenses afirman sentirse solos. La soledad entra en un círculo vicioso: el debilitamiento de los lazos culturales, el deterioro de la salud física y un menor contacto social exacerban la soledad y viceversa, hasta el punto de que la soledad reduce la esperanza de vida. La soledad es un fenómeno difícil de cuantificar para los investigadores, pero hay algunas señales elocuentes, y apuntan a una sociedad que está perdiendo el rumbo. El número de estadounidenses que afirman no tener ningún amigo cercano se ha cuadriplicado desde la década de 1990, según un estudio del Survey Center on American Life. La cantidad que el estadounidense promedio pasó en 2021 con amigos fue el 58 por ciento menor que en 2013, reveló la Oficina del Censo.
La COVID-19 ha contribuido al aumento de la soledad y la disminución del sexo, pero solo es parte de la causa. Entre 2014 y 2019, la disminución del tiempo que la gente pasaba con amigos fue más pronunciada que durante la pandemia. Y durante la pandemia, muchos estadounidenses pasaron cada vez más tiempo solos, sin amigos ni compañía romántica. Los jóvenes estadounidenses son, como se sabe, menos propensos al sexo que las generaciones de sus padres, y cuando mantienen relaciones lo hacen con menos parejas estables.
En mi trabajo como escritora sobre sexo y cultura, he hablado con decenas de hombres para los cuales la falta de sexo es una característica definitoria de su vida cotidiana. Es lo que conforma sus intereses, sus motivaciones y sus esperanzas. Algunos son incels —como se abrevia en inglés “célibes involuntarios”, que creen en una ideología tóxica y misógina—, pero la mayoría no lo son. Algunos creen que tratar de tener sexo sería completamente inútil. A su vez, han empezado a interpretar que salir, pasar el rato con sus amigos y conocer a nuevas personas también sería inútil. Este razonamiento se vuelve cíclico: pronto, no solo temen no encontrar una pareja sexual, sino que además empiezan a temer incluso las interacciones sociales platónicas. El sexo es solo un componente de su soledad general, pero en muchos casos es el eje sobre el que gira el problema general.
Es fácil restar importancia a estos hombres por considerarlos anomalías, o describir su estado como el resultado de una serie de fracasos personales o incluso una consecuencia de la masculinidad moderna. Pero, aunque buena parte de la investigación en torno al descenso del sexo se concentra en los hombres jóvenes, casi todos los segmentos de la población estadounidense están experimentando la ausencia de relaciones sexuales, y esto tiene repercusiones profundas. Si la falta de sexo está afectando a la participación cultural y social de estos jóvenes, es probable que también nos esté afectando al resto. La falta de sexo se puede traducir fácilmente en una menor socialización, en menos familias y una población más enferma: el sexo mitiga el dolor, alivia el estrés, mejora la calidad del sueño, disminuye la presión arterial y fortalece la salud del corazón.
Los escritores como yo hemos hecho que la falta de sexo masculina sea un problema muy conocido, a pesar de que las mujeres se encuentran en la misma situación. Los datos de la Encuesta Social General indican que su actividad sexual podría ser inferior a la de los hombres, incluso. En 2021, alrededor de una cuarta parte de las mujeres menores de 35 años declaró no haber mantenido relaciones sexuales en el último año. En el caso de los hombres, la cifra era del 19 por ciento. Y las mujeres que sí mantienen relaciones son menos propensas a estar satisfechas con el sexo que practican. Tanto hombres como mujeres afirman sentir arrepentimiento o infelicidad tras el sexo ocasional, pero es más común en las mujeres, y es probable que se deba en parte a las percepciones culturales de la autonomía sexual. El sexo puede unir a las personas, pero eso solo funciona cuando el sexo es bueno.
Las mujeres y los hombres no solo van camino de la total inactividad sexual: también van por el mismo camino a la soledad. Las mujeres jóvenes son más propensas que los hombres a declarar haber perdido el contacto con los amigos durante la pandemia, y un estudio británico reveló que las mujeres tendían más que los hombres a sentirse solas “a menudo” o “siempre”. Los informes se centran con frecuencia en la inactividad sexual de los jóvenes varones —y en la ideología incel—, pero el descenso del sexo y el aumento de la soledad y el aislamiento social no son problemas masculinos. En el Estados Unidos del siglo XXI, la soledad es en esencia un problema omnipresente, y el típico temor del estudiante de secundaria de que “todos los demás sí tienen sexo” nunca ha sido menos cierto.
No hay una solución única. La epidemia de soledad ha sido provocada por diversos factores que se han exacerbado durante décadas. Las redes sociales son uno de los culpables; la guerra de desgaste del siglo XX contra las zonas peatonales es otro. Pero a medida que la soledad se ha acelerado, ha acabado perpetuándose a sí misma: nuestra actual soledad social —y la falta de sexo— es fruto de los cambios sociales y culturales, mientras que su continuidad perpetúa aún más esos cambios.
La epidemia de soledad es tal vez un problema de la sociedad, pero se puede resolver, al menos en parte, en el dormitorio de cada cual. A los que, por nuestras circunstancias, podemos practicar más sexo, deberíamos hacerlo. Esta es una rara oportunidad de hacer algo para mejorar el mundo que te rodea, y que no implica más que concederte uno de los placeres más esenciales de la humanidad.
Tener más sexo es tanto una terapia personal —tu médico estaría de acuerdo con ello— como una declaración política. La sociedad estadounidense está menos conectada, compuesta por individuos que parecen cada vez más dispuestos a aislarse. Practicar más sexo puede ser un acto de solidaridad social.
No todo el mundo que desea más sexo puede hacerlo con la misma facilidad. Las discapacidades, las objeciones religiosas, la asexualidad y cualquier conjunto de restricciones y responsabilidades cotidianas coartan o cierran la actividad sexual para muchas personas. Puede que haya quienes, simplemente, no quieren practicar más sexo, o no practicarlo en absoluto. Pero incluso quienes no quieren practicarlo más deberían evitar la apatía. El sexo es intrínseco a una sociedad desarrollada a partir de la conexión social, y, ahora mismo, nuestras conexiones y nuestras vidas sexuales están colapsando la una junto a la otra.
Muchas personas —como los hombres jóvenes con los que he hablado en mi trabajo— se han resignado a desplazar sus deseos sexuales, a recurrir exclusivamente a la pornografía o a otros estímulos en internet, lo cual es un reflejo de los muchos tipos de relaciones que han quedado subsumidas en el mundo digital. Como bálsamo para la soledad, el sexo digital puede ser solo un poco mejor que la amistad digital: una fuente de envidia, resentimiento y rencor, que fomenta la soledad, en vez de curarla. Nada que ver con la experiencia real.
Por tanto, cualquier persona con la capacidad de hacerlo debería tener sexo, tanto como pueda y con la mayor frecuencia que pueda.
Por: Magdalene J. Taylor