La muerte de Orlando Jorge Mera ha consternado a la nación dominicana. En medio del desconcierto y el dolor que su fallecimiento ha causado, desde los más diversos sectores y desde todas las aceras políticas se han externado las más sinceras y expresivas valoraciones acerca de la extraordinaria trayectoria y las inmensas cualidades humanas y políticas de un político y servidor de la nación que, como él mismo afirmó al inaugurar su interesantísimo blog, creyó firmemente en el debate político, “para conseguir un resultado positivo para la mayoría” y desterrar malas prácticas, como “utilizar la mentira, la descalificación y el insulto como instrumentos habituales y sistemáticos de quienes buscan descalificar al adversario, convertido en enemigo, más que encontrar soluciones a los problemas y convencer a la gente de sus propuestas”.
Hoy nada añadiré a lo que se ha manifestado acerca de un político verdaderamente inusual en nuestra selva política, salvo decir que esas mismas positivas cualidades de Orlando, explican por qué, a pesar de haber militado en los últimos años en partidos opuestos, sostuvimos siempre armoniosas relaciones familiares, nacidas de nuestra infancia en Santiago, de una vida política en común durante muchos años y de compartir ideales, valores y experiencias forjados en el crisol de quien fuera -es- nuestro modelo político y profesional de accionar, su padre, mi tío, Salvador Jorge Blanco.
Sí quiero abordar un aspecto de la vida de Orlando, a veces soslayado por las nuevas generaciones, que lo conocen sobre todo por su vocación y carrera política: su faceta de jurista. Y es que Orlando, además de practicar derecho en su bufete, concentrándose en el derecho civil, la propiedad intelectual y el derecho societario, y de defender múltiples casos político-electorales, fue profesor de derecho administrativo de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), sostuvo una columna regular por años en la revista especializada Gaceta Judicial y otra semanal en la prensa -haciendo abordajes doctrinales claves en las distintas ramas del derecho, en particular en los campos de la propiedad intelectual, la regulación, las telecomunicaciones y el derecho público, recogidos parcialmente en tres libros de su autoría, indispensables para el cabal conocimiento de dichas disciplinas-, e inició su lamentablemente truncada tesis de doctorado sobre la institución del juicio político.
Aquí debemos recordar que Orlando se estrenó como abogado cuando participó en el caso más difícil que le puede tocar a un hombre de leyes: la defensa de la honra de su padre y el nombre de toda una familia cuyo único patrimonio ha sido el trabajo duro y la honestidad a toda prueba.
Esa experiencia, que lo marcó para siempre, le motivó a escribir en 1991 una tesis en la PUCMM sobre “el uso de la justicia con fines políticos”, con la que culminaba una licenciatura de derecho en la que obtuvo los honores summa cum laude, pronunciando el discurso de su graduación, en adición a haber sido seleccionado por sus excelentes notas como miembro del Consejo Editorial de la Revista de Ciencias Jurídicas de la PUCMM. Esta tesis estudia precursoramente y a profundidad lo que hoy conocemos como “lawfare”. Otro importantísimo legado de un hombre público excepcional que debe inspirar nuevas incursiones dogmáticas en un tema fundamental para la consolidación del Estado democrático de derecho en nuestro país.
Fuente: Hoy.