No menu items!
-Publicidad-spot_img

Miseria y política: la tragedia sin fin del cólera en Haití

Comparte esto:

Una oleada de protestas paralizó el país caribeño a finales del año pasado, provocando un desabastecimiento de agua y un nuevo brote de la enfermedad, por el momento controlado. El dominio del crimen en la capital, foco de los contagios, genera incertidumbre sobre el futuro

Los aguadores trabajan tranquilos hoy en Puerto Príncipe. Es viernes, los niños están en clase y las aglomeraciones no empezarán hasta mañana temprano. En enormes cubetas blancas que alguna vez guardaron pintura, cargan agua de una tubería, un trozo de plástico blanco, ancho como la trompa de un elefante, que aparece entre las raíces de un árbol, directamente de la pared del cerro. “Esa agua está limpia”, dice Richie Alexei, de 22 años, que aguarda su turno para cargar.

La confianza de Alexei en la frescura del agua carece de base teórica. Se apoya, sin embargo, en la experiencia del que ha estado allí muchas veces. No es que el cerro sea el mismo infierno, pero la cantidad de basura acumulada en la cañada, formando su propio cauce, meandros de botellas de plástico y envases de poliestireno, alimenta las dudas de cualquiera. A 15 metros de la trompa del elefante, otra tubería sale de la pared. Esa agua es mala, dice Alexei.

La dificultad para encontrar agua potable en Haití —o agua lo suficientemente limpia como para poder potabilizarse— afila el ingenio en la capital y su área metropolitana, hogar de tres millones de personas, siempre al borde de la catástrofe. A las crisis institucional y de violencia que mantienen la ciudad medio sitiada, hay que añadir los picos de la crisis sanitaria, siempre pendiente del agua, del acceso al agua, de la limpieza del agua.

El cólera volvió a Haití en octubre. El brote reactivó una epidemia que se daba por erradicada desde hacía más de tres años. En 2010, después del terrible terremoto que sufrió el país, y que dejó más de 200.000 muertos, la bacteria del cólera golpeó a la población. Casi un millón de personas se contagiaron y 10.000 murieron, uno de los peores brotes en la historia del país.

La enfermedad, provocada por la ingesta de agua contaminada, reapareció a finales del año pasado, en medio del caos que vivía entonces el país, y en pocos meses ya había causado más de 450 muertos. El país estaba entonces patas arriba, primero, por la ola de protestas que suscitó la subida del precio de los combustibles, de más del 100%. Y segundo, conectado con lo primero, por el secuestro de la terminal de almacenamiento de fuel del puerto de la capital, por una banda criminal.

El país estaba paralizado. Sin diésel, buena parte de la población carecía de electricidad. Sin gasolina, las empresas distribuidoras de agua potable no podían repartir garrafones. En Haití, los sistemas públicos de abastecimiento de agua y electricidad figuran en el terreno de la utopía. Por la situación, tuberías como la de Alexei se convertían en una de las pocas opciones disponibles. Pero no cualquiera podía llegar hasta aquí, hasta los cerros. En las zonas bajas de la ciudad, la única opción era cavar pozos. Y eso, en barriadas densamente pobladas y empobrecidas, donde las capas superficiales de la tierra están hechas de desperdicio, era como pegarse un tiro en el pie.

Martin Schüepp, director de operaciones del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), visitó Puerto Príncipe hace unos días, para tratar de tomarle el pulso a la ciudad tras las dificultades de estos últimos meses. “El problema con el cólera tiene que ver con una falta total de sanidad y servicios médicos en áreas densamente pobladas, además de la violencia”, argumenta. “Muchas clínicas y hospitales están teniendo problemas para trabajar por la inseguridad”, añade. El CICR, que volvió a Haití en 2021 después de una ausencia de cuatro años, ayuda ahora a otros organismos de la Cruz Roja emplazados en el país, a operar sus programas contra el cólera, entre otras tareas.

Más allá de la parálisis del año pasado, el problema de la violencia continúa y alimenta la incertidumbre sobre el futuro de la epidemia. En el barrio de Turgeau, cerca del centro de la capital, Médicos Sin Fronteras maneja un hospital con un área especializada en atención a pacientes de cólera. El encargado del centro, Jean Marc Biquet, señala que uno de los primeros casos del nuevo brote llegó aquí. En las últimas semanas, los contagiados son cada vez menos, lo que le hace pensar que el brote está controlado, más de 13.000 contagiados después. La pregunta es qué pasará si Haití vuelve a una situación de parálisis.

Los sábados, peleas por el agua

Cañada abajo, a 100 metros de la tubería de “agua buena”, mujeres y hombres lavan montañas de ropa en grandes jofainas. En sus ojos destella algo parecido al placer, no tanto por la actividad en sí, como por la falta evidente de problemas inmediatos. El día es fresco y hay espacio suficiente para bañarse. Algunos lo hacen. “Usted ahora lo ve así, pero los sábados hay hasta peleas por el agua”, dice una de las mujeres.

Vestida de amarillo, Felisa Albert, de 42 años, batalla con su pila de prendas, jabón va, jabón viene. Normalmente, llega los sábados, pero esta semana ya había acumulado mucha ropa sucia y ha decidido adelantar la visita. Los domingos, dice, es el día que viene a cargar agua. Además de con aguadores, la mujer y el resto de lavadores comparte espacio con las cabras, emblema capilatino, como los gatos en Estambul, o los perros en Santiago de Chile.

La vida de Albert es un tratado de dureza caribeña. Para lavar la ropa viene en tap-tap, las vistosas camionetas colectivas que inundan Puerto Príncipe y llevan al límite de su paciencia a los motoristas. Cuando viene por agua, ocho cubetas por viaje, ella y sus niños caminan tres horas, ida y vuelta. “Es que allá arriba, en la montaña, donde yo vivo, cobran la cubeta de agua a 75 gurdas”, explica. Unos 50 centavos de dólar.

Depende del dinero que tenga, casi siempre poco, el agua en casa de Albert sirve para cocinar, para lavarse… A veces también para beber. “Si hay dinero compramos bidones”, explica la mujer, “pero cuestan 100 gurdas y a veces no hay”, explica. Cuando no hay, toman agua de la tubería y le echan una pastilla de “aquatab”, para potabilizarla. Si quieren estar muy seguros de que el agua no les enfermará, la hierven también. El cólera en la cañada parece algo ajeno. Uno de los que pasan por allí dice que muchos en Haití creen que es una cosa política, una cosa del Gobierno.

Y… ¿Cómo culpar a nadie por pensar así? En Haití todo es política. La violencia, la carestía, la inflación, la venta de combustibles… Al doctor Miquel Ángel Ramón, parte del equipo de Médicos del Mundo en el país, no le extraña para nada la variante política en las percepciones del cólera en el país. “Ya está más que claro que el cólera llegó aquí por la misión de Naciones Unidas tras el terremoto de 2010″. Entonces, Naciones Unidas mandó una misión a Haití para ayudar en la reconstrucción, pero parte de sus integrantes, que venían de Nepal, importaron también la bacteria que provoca cólera.

Para Ramón, las labores de prevención en situaciones como las que ha vivido Haití en los últimos meses son cruciales. “Tratamos de mandar mensajes que cundan, fáciles de entender, explicar la historia del cólera, su biología, una enfermedad que se transmite por agua contaminada por heces, que pasa en muchos lugares del mundo, que en situación de carestía es fácil que vuelva a haber cólera, etcétera”, explica. El problema, claro, es que en situaciones de carestía como las que vive Haití cada poco tiempo, a veces no hay mucha más opción que el pozo o la tubería.

Un joven que sufre síntomas de cólera recibe ayuda en una clínica administrada por Médicos Sin Fronteras en Puerto Príncipe, Haití, en octubre de 2022.RAMON ESPINOSA (AP)

Fuente: El País

Comparte esto:

Una oleada de protestas paralizó el país caribeño a finales del año pasado, provocando un desabastecimiento de agua y un nuevo brote de la enfermedad, por el momento controlado. El dominio del crimen en la capital, foco de los contagios, genera incertidumbre sobre el futuro

Los aguadores trabajan tranquilos hoy en Puerto Príncipe. Es viernes, los niños están en clase y las aglomeraciones no empezarán hasta mañana temprano. En enormes cubetas blancas que alguna vez guardaron pintura, cargan agua de una tubería, un trozo de plástico blanco, ancho como la trompa de un elefante, que aparece entre las raíces de un árbol, directamente de la pared del cerro. “Esa agua está limpia”, dice Richie Alexei, de 22 años, que aguarda su turno para cargar.

La confianza de Alexei en la frescura del agua carece de base teórica. Se apoya, sin embargo, en la experiencia del que ha estado allí muchas veces. No es que el cerro sea el mismo infierno, pero la cantidad de basura acumulada en la cañada, formando su propio cauce, meandros de botellas de plástico y envases de poliestireno, alimenta las dudas de cualquiera. A 15 metros de la trompa del elefante, otra tubería sale de la pared. Esa agua es mala, dice Alexei.

La dificultad para encontrar agua potable en Haití —o agua lo suficientemente limpia como para poder potabilizarse— afila el ingenio en la capital y su área metropolitana, hogar de tres millones de personas, siempre al borde de la catástrofe. A las crisis institucional y de violencia que mantienen la ciudad medio sitiada, hay que añadir los picos de la crisis sanitaria, siempre pendiente del agua, del acceso al agua, de la limpieza del agua.

El cólera volvió a Haití en octubre. El brote reactivó una epidemia que se daba por erradicada desde hacía más de tres años. En 2010, después del terrible terremoto que sufrió el país, y que dejó más de 200.000 muertos, la bacteria del cólera golpeó a la población. Casi un millón de personas se contagiaron y 10.000 murieron, uno de los peores brotes en la historia del país.

La enfermedad, provocada por la ingesta de agua contaminada, reapareció a finales del año pasado, en medio del caos que vivía entonces el país, y en pocos meses ya había causado más de 450 muertos. El país estaba entonces patas arriba, primero, por la ola de protestas que suscitó la subida del precio de los combustibles, de más del 100%. Y segundo, conectado con lo primero, por el secuestro de la terminal de almacenamiento de fuel del puerto de la capital, por una banda criminal.

El país estaba paralizado. Sin diésel, buena parte de la población carecía de electricidad. Sin gasolina, las empresas distribuidoras de agua potable no podían repartir garrafones. En Haití, los sistemas públicos de abastecimiento de agua y electricidad figuran en el terreno de la utopía. Por la situación, tuberías como la de Alexei se convertían en una de las pocas opciones disponibles. Pero no cualquiera podía llegar hasta aquí, hasta los cerros. En las zonas bajas de la ciudad, la única opción era cavar pozos. Y eso, en barriadas densamente pobladas y empobrecidas, donde las capas superficiales de la tierra están hechas de desperdicio, era como pegarse un tiro en el pie.

Martin Schüepp, director de operaciones del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), visitó Puerto Príncipe hace unos días, para tratar de tomarle el pulso a la ciudad tras las dificultades de estos últimos meses. “El problema con el cólera tiene que ver con una falta total de sanidad y servicios médicos en áreas densamente pobladas, además de la violencia”, argumenta. “Muchas clínicas y hospitales están teniendo problemas para trabajar por la inseguridad”, añade. El CICR, que volvió a Haití en 2021 después de una ausencia de cuatro años, ayuda ahora a otros organismos de la Cruz Roja emplazados en el país, a operar sus programas contra el cólera, entre otras tareas.

Más allá de la parálisis del año pasado, el problema de la violencia continúa y alimenta la incertidumbre sobre el futuro de la epidemia. En el barrio de Turgeau, cerca del centro de la capital, Médicos Sin Fronteras maneja un hospital con un área especializada en atención a pacientes de cólera. El encargado del centro, Jean Marc Biquet, señala que uno de los primeros casos del nuevo brote llegó aquí. En las últimas semanas, los contagiados son cada vez menos, lo que le hace pensar que el brote está controlado, más de 13.000 contagiados después. La pregunta es qué pasará si Haití vuelve a una situación de parálisis.

Los sábados, peleas por el agua

Cañada abajo, a 100 metros de la tubería de “agua buena”, mujeres y hombres lavan montañas de ropa en grandes jofainas. En sus ojos destella algo parecido al placer, no tanto por la actividad en sí, como por la falta evidente de problemas inmediatos. El día es fresco y hay espacio suficiente para bañarse. Algunos lo hacen. “Usted ahora lo ve así, pero los sábados hay hasta peleas por el agua”, dice una de las mujeres.

Vestida de amarillo, Felisa Albert, de 42 años, batalla con su pila de prendas, jabón va, jabón viene. Normalmente, llega los sábados, pero esta semana ya había acumulado mucha ropa sucia y ha decidido adelantar la visita. Los domingos, dice, es el día que viene a cargar agua. Además de con aguadores, la mujer y el resto de lavadores comparte espacio con las cabras, emblema capilatino, como los gatos en Estambul, o los perros en Santiago de Chile.

La vida de Albert es un tratado de dureza caribeña. Para lavar la ropa viene en tap-tap, las vistosas camionetas colectivas que inundan Puerto Príncipe y llevan al límite de su paciencia a los motoristas. Cuando viene por agua, ocho cubetas por viaje, ella y sus niños caminan tres horas, ida y vuelta. “Es que allá arriba, en la montaña, donde yo vivo, cobran la cubeta de agua a 75 gurdas”, explica. Unos 50 centavos de dólar.

Depende del dinero que tenga, casi siempre poco, el agua en casa de Albert sirve para cocinar, para lavarse… A veces también para beber. “Si hay dinero compramos bidones”, explica la mujer, “pero cuestan 100 gurdas y a veces no hay”, explica. Cuando no hay, toman agua de la tubería y le echan una pastilla de “aquatab”, para potabilizarla. Si quieren estar muy seguros de que el agua no les enfermará, la hierven también. El cólera en la cañada parece algo ajeno. Uno de los que pasan por allí dice que muchos en Haití creen que es una cosa política, una cosa del Gobierno.

Y… ¿Cómo culpar a nadie por pensar así? En Haití todo es política. La violencia, la carestía, la inflación, la venta de combustibles… Al doctor Miquel Ángel Ramón, parte del equipo de Médicos del Mundo en el país, no le extraña para nada la variante política en las percepciones del cólera en el país. “Ya está más que claro que el cólera llegó aquí por la misión de Naciones Unidas tras el terremoto de 2010″. Entonces, Naciones Unidas mandó una misión a Haití para ayudar en la reconstrucción, pero parte de sus integrantes, que venían de Nepal, importaron también la bacteria que provoca cólera.

Para Ramón, las labores de prevención en situaciones como las que ha vivido Haití en los últimos meses son cruciales. “Tratamos de mandar mensajes que cundan, fáciles de entender, explicar la historia del cólera, su biología, una enfermedad que se transmite por agua contaminada por heces, que pasa en muchos lugares del mundo, que en situación de carestía es fácil que vuelva a haber cólera, etcétera”, explica. El problema, claro, es que en situaciones de carestía como las que vive Haití cada poco tiempo, a veces no hay mucha más opción que el pozo o la tubería.

Un joven que sufre síntomas de cólera recibe ayuda en una clínica administrada por Médicos Sin Fronteras en Puerto Príncipe, Haití, en octubre de 2022.RAMON ESPINOSA (AP)

Fuente: El País

-Publicidad-spot_img

Lo más leído