Con el regreso a la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva no solo es Brasil el que inicia una nueva etapa política, y no solo es el mundo el que se beneficiará, por ejemplo, de una política más sensata respecto a la Amazonia. Es también América Latina la que casi completa un significativo giro a la izquierda. En lo que va de año, la victoria de Lula en Brasil sucede a la de Gabriel Boric en marzo en Chile, y a la de Gustavo Petro en julio en Colombia. Pero si nos remontamos al 2018, veremos que en ese año Andrés Manuel López Obrador alcanzó el poder en México. Y que en el 2019 Alberto Fernández hizo lo propio en Argentina; como lo hizo en el 2020 Luis Arce en Bolivia, y en el 2021 Pedro del Castillo en Perú. Un goteo constante.
El mapa de Latinoamérica es ahora mayoritariamente izquierdista. El grueso de su PIB corresponde a países con gobiernos de progreso social. Sin embargo, se hace difícil pronosticar las alianzas que podrían establecerse entre todos esos países. Y más aún con otros como Cuba, Venezuela o Nicaragua, donde la izquierda tiene un tinte autoritario, herencia ya agotada de los tiempos de la guerra fría.
El criterio de progreso de los ganadores en Brasil sintoniza con el de nuestros tiempos
Las prioridades han cambiado. El futuro de las nuevas izquierdas, en sus distintos orígenes y formatos, dependerá de cómo sepan enfrentarse a los retos del presente. Se da por hecho que el horizonte de los regímenes castrista, chavista u orteguista es bajo, puesto que políticamente obedecen a un modelo obsoleto, económicamente se han demostrado inviables y en términos de respeto a las libertades dejan mucho que desear, por no decir que las conculcan de continuo.
Pero, si abrimos el foco y analizamos los regímenes latinoamericanos izquierdistas que han subido al poder a lo largo del último lustro, habrá que convenir en que sus naturalezas son muy distintas, tanto respecto a los mencionados tres países como entre ellos. López Obrador, el presidente de México, practica un populismo decepcionante. Gabriel Boric, en Chile, es el fruto de un viejo malestar social: es cierto que sufrió un revés al ser desestimada la reforma constitucional, pero también lo es que su intento de superar el orden legal de origen pinochetista era pertinente y contaba, además, con un extendido respaldo popular.
En este panorama, el regreso a la presidencia brasileña de Lula, que ya la ocupó durante dos mandatos, entre los años 2003 y 2010, parece en sintonía con los tiempos actuales. Lula se propone abundar en sus políticas sociales, encaminadas a atenuar la inequidad, que es uno de los grandes problemas de los países con un reparto de la renta muy desequilibrado. Y, además, anuncia unas políticas comprometidas en materia de protección medioambiental, opuestas por completo a las de su antecesor Jair Bolsonaro, que se ha comportado de modo muy irresponsable, por ejemplo, en todo lo relativo a la Amazonia, un imprescindible pulmón verde brasileño y, también, planetario.
En un mundo globalizado, las elecciones en un país de las dimensiones de Brasil –con alrededor de 215 millones de habitantes y una superficie que es casi la mitad de la de toda Sudamérica– tienen un efecto relevante más allá de sus fronteras. No solo por la dimensión del país. También por su grado de influencia internacional. Por ejemplo, en su capacidad para reformular el mensaje de progreso en un continente como el latinoamericano, donde conviven los ecos de viejos postulados soviéticos (en Cuba, pongamos por caso) con una llamada de atención sobre las urgencias latinoamericanas reales, y también globales, del presente. Por tanto, si quiere tener una proyección internacional, el triunfo de la izquierda brasileña deberá revalidarse también con el reconocimiento de su mensaje y compromiso allende sus fronteras.
Fuente: La Vanguardia