El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva intenta culminar su sorprendente regreso político al derrotar al actual mandatario Jair Bolsonaro en las elecciones que se celebran el domingo.
RÍO DE JANEIRO — En 2019, Luiz Inácio Lula da Silva pasaba 23 horas al día en una celda aislada, con una caminadora, de una penitenciaría federal.
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El expresidente de Brasil fue sentenciado a más de 20 años de prisión por cargos de corrupción; las condenas parecían poner fin a la carrera histórica del hombre que alguna vez fue el león de la izquierda latinoamericana.
Ahora, liberado de la prisión, Da Silva está a punto de volver a ganar la presidencia de Brasil, una increíble resurrección política que parecía impensable.
El domingo, los brasileños votarán por su próximo líder, y la mayoría elegirá entre el presidente Jair Bolsonaro, de 67 años, el actual mandatario de derecha, y Da Silva, un entusiasta izquierdista de 76 años mejor conocido como “Lula”, cuyas condenas por corrupción fueron anuladas el año pasado luego de que el Supremo Tribunal Federal de Brasil dictaminó que el juez que procesó sus casos no fue imparcial.
Durante más de un año, las encuestas han ubicado a Da Silva con una ventaja dominante. Ahora, un aumento en sus números sugiere que podría ganar el domingo con más del 50 por ciento de los votos, lo que evitaría una segunda vuelta con Bolsonaro.
Una victoria completaría la extraordinaria travesía de Da Silva, a quien el expresidente Barack Obama una vez calificó como “el político más popular de la Tierra”. Cuando dejó el cargo en 2011 después de dos mandatos, el índice de aprobación de Da Silva superaba el 80 por ciento. Pero luego se convirtió en la pieza central de una extensa investigación sobre sobornos gubernamentales que condujo a casi 300 arrestos, lo llevó a prisión y, aparentemente, acabó con su carrera política.
Hoy, el exlíder sindical vuelve a ser el centro de atención, esta vez listo para retomar el poder de la nación más grande de América Latina, con 217 millones de habitantes, y con el mandato de deshacer el legado de Bolsonaro.
“¿Cómo intentaron destruir a Lula? Pasé 580 días en la cárcel porque no querían que me postulara”, le dijo Da Silva a una multitud de simpatizantes la semana pasada, con su famosa voz grave que se escucha más ronca debido a la edad y a una campaña agotadora. “Y allí me quedé tranquilo, preparándome como se preparó Mandela durante 27 años”.
En la campaña electoral, Da Silva ha comenzado a compararse con Nelson Mandela, Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr., presos políticos que ampliaron sus movimientos después de ser liberados. “Estoy convencido de que sucederá lo mismo en Brasil”, dijo en otro mitin celebrado este mes.
El regreso de Da Silva a la presidencia consolidaría su estatus como la figura más influyente en la democracia moderna de Brasil. Se trata de un ex trabajador metalúrgico, con una educación que llegó al quinto grado e hijo de trabajadores agrícolas analfabetos, que durante décadas ha sido una fuerza política, y lideró un cambio transformador en la política brasileña que se aleja de los principios conservadores y se acerca a los ideales de izquierda y los intereses de la clase trabajadora.
El Partido de los Trabajadores, un movimiento de izquierda que fundó en 1980, ganó cuatro de las ocho elecciones presidenciales realizadas desde el final de la dictadura militar en 1988, y terminó en segundo lugar en el resto de los comicios.
Como presidente de 2003 a 2010, la gestión de Da Silva ayudó a sacar a 20 millones de brasileños de la pobreza, revitalizó la industria petrolera del país y elevó a Brasil en el escenario mundial, llegando a organizar la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos de Verano.
Pero también permitió que un gran sistema de sobornos se originara en todo el gobierno, por lo que muchos de sus aliados del Partido de los Trabajadores fueron condenados por aceptar sobornos. Si bien los tribunales desestimaron las dos condenas de Da Silva por aceptar un condominio y renovaciones de empresas constructoras que licitaron contratos gubernamentales, no afirmaron su inocencia.
Desde hace mucho tiempo, Da Silva ha afirmado que los cargos son falsos.
Si Da Silva gana la presidencia, en parte será gracias a una campaña de la vieja escuela. Recorrió su vasto país realizando mítines presenciales. Y decidió irse por lo seguro: no asistió a un debate el sábado pasado, ha ofrecido pocos detalles sobre sus propuestas, y rechazó la mayoría de las solicitudes de entrevistas, también con The New York Times.
Además ha construido una amplia coalición, desde comunistas hasta empresarios, y escogió como su compañero de fórmula a Geraldo Alckmin, un exgobernador de centroderecha que fue su oponente en las elecciones presidenciales de 2006.
A Da Silva también le ha beneficiado que se enfrenta a un presidente profundamente impopular. Las encuestas muestran que aproximadamente la mitad de los brasileños dicen que nunca apoyarían a Bolsonaro, quien ha molestado a muchos votantes con un torrente de declaraciones falsas, políticas ambientales destructivas, la adopción de medicamentos no probados en vez de las vacunas contra la COVID-19 y los duros ataques que ha realizado contra rivales políticos, periodistas, jueces y profesionales de la salud.
En la campaña electoral, Bolsonaro ha dicho que Da Silva es un ladrón y un comunista, mientras que Da Silva describe al presidente como una persona autoritaria e inhumana.
Si es elegido, Da Silva sería el ejemplo más significativo del reciente giro a la izquierda de América Latina. Desde 2018, los movimientos de izquierda han protagonizado una oleada de elecciones contra los políticos en funciones en México, Colombia, Argentina, Chile y Perú.
En general, la campaña de Da Silva giró en torno a la promesa que ha formulado durante décadas: mejorar la vida de los pobres de Brasil. La pandemia azotó la economía del país, con una inflación que alcanzó los dos dígitos y el número de personas que padecen hambre se duplicó a 33 millones. También se comprometió a ampliar la red de seguridad, aumentar el salario mínimo, reducir la inflación, alimentar y darle vivienda a más personas y crear empleos a través de grandes proyectos de infraestructura.
“Fue el presidente antipobreza y ese es el legado que quiere conservar si gana”, dijo Celso Rocha de Barros, un sociólogo que escribió un libro sobre el Partido de los Trabajadores.
Sin embargo, como sucede con la mayoría de los políticos exitosos, los discursos de Da Silva suelen ser cortos en detalles y extensos en promesas. Con frecuencia forja su retórica en torno a un enfrentamiento entre “ellos”, las élites, y “nosotros”, el pueblo. Porta sus credenciales de la clase trabajadora en la mano izquierda porque a los 19 años perdió su dedo meñique en una fábrica de autopartes. Y transmite su mensaje de hombre común, con muchas referencias a la cerveza, la cachaza y la picaña, el corte de carne más famoso de Brasil.
“Piensan que los pobres no tienen derechos”, dijo la semana pasada frente a una multitud de simpatizantes en uno de los barrios más pobres de São Paulo. Y aseguró que él lucharía por sus derechos. “Vamos a volver a tener el derecho de hacer un asadito en familia el fin de semana, de comprar una picanhazinha, de comer ese pedacito de picanha con su grasa pasado por harina, y un vaso de cerveza fría”, gritó entre vítores.
“Es el candidato del pueblo, de los pobres”, dijo Vivian Casentino, de 44 años, una cocinera vestida con el color rojo del Partido de los Trabajadores, en un mitin celebrado esta semana en Río de Janeiro. “Él es como nosotros. Es un luchador”.
En su primer período como presidente, Da Silva utilizó el auge de las materias primas para financiar la expansión de su gobierno. Esta vez, la economía de Brasil está en un estado más precario y él propone impuestos más altos para los ricos con el fin de financiar más beneficios para los pobres. Algunos votantes están incómodos con sus planes después de que las políticas económicas de su sucesora, elegida por él, hicieron que Brasil entrara en una recesión.
Aunque su estilo político no ha cambiado en su sexta campaña presidencial, ha tratado de modernizar su imagen. Ha incluido más referencias a las mujeres, los negros, los pueblos indígenas y el medioambiente en sus discursos y propuestas, e incluso prometió abogar por las “ensaladas orgánicas”.
En una reunión reciente con personas influyentes de las redes sociales, incluido el youtuber más popular del país, un comediante ingenioso y un rapero con tatuajes en la cara, Da Silva los instó a contrarrestar las sugerencias de que era corrupto.
“Globo pasó cinco años llamándome ladrón”, dijo, refiriéndose a la cadena de televisión más grande de Brasil. Dijo que deseaba que el presentador principal del canal abriera el noticiero alguna noche pidiéndole perdón. “Las disculpas son difíciles”, agregó.
Da Silva nunca ha reconocido completamente el papel del Partido de los Trabajadores en el esquema de corrupción del gobierno que persistió durante gran parte de los 13 años que estuvo en el poder. La investigación, llamada Operación Lava Jato, reveló cómo las empresas pagaron cientos de millones de dólares en sobornos a funcionarios gubernamentales a cambio de contratos públicos.
Da Silva dice que sus enemigos políticos lo incriminaron para eliminar al Partido de los Trabajadores de la política brasileña. También acusó al gobierno de Estados Unidos de ayudar a impulsar la investigación.
La investigación finalmente se vio envuelta en su propio escándalo porque se demostró que fue utilizada como una herramienta política. Los fiscales se centraron en los delitos del Partido de los Trabajadores por encima de otros partidos, y los investigadores filtraron las conversaciones grabadas de Da Silva. Más tarde se reveló que Sergio Moro, el juez federal encargado del caso, estaba en connivencia con los fiscales, al mismo tiempo que actuaba como el único árbitro en muchos de los juicios.
En 2019, Da Silva fue excarcelado después de que el Supremo Tribunal Federal dictaminó que podía estar libre mientras presentaba las apelaciones. Luego, el año pasado, el tribunal desestimó sus condenas y determinó que fueron juzgadas en el tribunal equivocado y que Moro no fue imparcial.
Da Silva es impulsado por un culto a la personalidad, construido durante más de cuatro décadas a la vista del público, y es mucho más popular que el partido político que construyó.
Creomar de Souza, un analista político brasileño, dijo que las democracias inmaduras a menudo pueden girar en torno a una sola personalidad en vez de un movimiento o conjunto de ideas. “Algunas democracias jóvenes luchan por dar un paso adelante”, dijo. “Un individuo se convierte en una parte crucial del juego”.
En un mitin de Da Silva convocado en Río esta semana, Vinicius Rodrigues, un estudiante de historia de 28 años, estaba repartiendo volantes para el partido comunista. “Apoyamos a Lula específicamente”, dijo, pero no al Partido de los Trabajadores.
Cerca de allí, Luiz Cláudio Costa, de 55 años, vendía cintas para la cabeza que decían “Estoy con Lula” a 50 centavos de dólar. Siempre había votado por Da Silva, pero en 2018 eligió a Bolsonaro. “Me equivoqué”, dijo. “Necesitamos que Lula regrese”.
Fuente: NYT