Nelson Espinal Báez
La historia demuestra que la izquierda extrema y autoritaria no tiene que ser destruida desde fuera. Ella misma se autodestruye. Son fábricas de pobreza. Lula es centro izquierda democrática. Así lo demostró desde el poder.
El 11 de abril del 2018 escribí en esta misma columna “Lula: encerraron al hombre y liberaron el mito.” En el mismo preveía lo que estamos viendo hoy en Brasil, mientras reflexionaba sobre sus temas internos y como la geopolítica aprovechó sus debilidades institucionales para apuntalar agendas e intereses propios de la real politik, en particular del trumpismo gobernante en EE. UU.
Tal y como indique en el artículo, “Lava Jato” fue la oportunidad perfecta para las maniobras geopolíticas. Ese mecanismo de corruptela transnacional tenía el suficiente calibre para influenciar y hacer girar la agenda continental bolivariana. Lo lamentable es que este proceso haya erosionado la democracia y el estado de derecho en Brasil.
En efecto, Lula no debió estar preso por un apartamento del cual no existió prueba alguna que lo relacione, que nunca ocupó, que nunca le fue transferido, vendido ni alquilado. Lula debió ser juzgado por prohijar o tolerar la gran corrupción de los más poderosos contratistas de Brasil.
En otras palabras, la evidencia contra Lula da Silva estaba muy por debajo de los estándares que se tomarían en serio en sistemas judiciales medianamente respetables. No quiero dejar de señalar que fue precisamente el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula, que otorgó autonomía al poder judicial para investigar y procesar la corrupción en el gobierno. Se había ganado esa autoridad moral.
Y es que, en efecto, hubo muchas violaciones al debido proceso contra Lula da Silva y contra la presidenta destituida Dilma Rousseff, a quien no se le destituyó por corrupción. Sino que se le acusó de una maniobra contable para hacer que el déficit presupuestario federal pareciera temporalmente menor de lo que era. Algo que otros presidentes y gobernadores en Brasil y en otros países habían hecho comúnmente sin consecuencias. El propio Procurador Federal (Procurador General en nuestro país) concluyó que no se trataba de un delito.
Es así como una presidenta elegida por 52 millones de ciudadanos era destituida mediante una charada jurídica y parlamentaria, donde solo los militantes y dirigentes del PT salieron a defenderla porque el pueblo se había sentido traicionado por la corrupción que prohijó el gobierno. Esa traición del PT y esa actitud de cruzada moralista de la oposición de entonces junto a la ultra derecha internacional, le abrieron el camino al fundamentalismo. Ya lo hemos dicho, toda revolución moral termina siendo fascista.
Digámoslo en forma directa, se usó el sistema de justicia para avanzar agendas políticas de extrema derecha. Y eso los pueblos lo ven, lo resienten. Mas aun, fue ese mismo Lula quien sacó a 10 millones de personas de la pobreza y desarrollo políticas de inclusión social y humanas muy positivas para Brasil.
Todo esto fue sembrando la leyenda detrás de un líder carismático que viene de las capas más humilde y trabajadora del pueblo brasileño. Al encerrar al hombre, le dieron nacimiento al mito. Hoy con casi el 50 % del electorado a su favor.
Ahora bien, la política es dialéctica, la fuerza creativa de Brasil es enorme, y en esa dialéctica, la agenda de la ultra derecha logró su objetivo, Jair Bolsonaro hoy sobrepasa el 43% del electorado y se encamina fortalecido para la segunda vuelta. Recuerdo en sus inicios, cuando empezó fustigando la institucionalidad, haciendo apología de la tortura y de los torturadores, de las dictaduras y de los dictadores.
El 30 de octubre Brasil tendrá su segunda vuelta. Y hay que decirlo claro y fuerte, de esta primera vuelta salieron fortalecidas las instituciones democráticas, empezando por el sistema electoral, no obstante, los obstinados e infundados ataques del presidente Bolsonaro.
La historia demuestra que la izquierda extrema y autoritaria no tiene que ser destruida desde fuera. Ella misma se autodestruye. Son fábricas de pobreza. Lula es centro izquierda democrática. Así lo demostró desde el poder. Los mitos movilizan los pueblos. De ganar las elecciones debe fortalecer su visión de estadista y moverse al centro del espectro político para construir puentes con una derecha democrática más huérfana que Adán el día de las madres. De esa forma se seguirá alejando de esa nueva manía política que salta de una “extrema derecha chavista” a una “extrema izquierda trumpista”.