Por Pablo McKinney. El bulevar de la vida.
Ahora, justo ahora que observamos al Colegio de Periodistas, a la Sociedad Dominicana de Diarios, a destacados líderes de opinión y a renombrados jurisconsultos exponiendo en artículos, redes sociales y programas de radio y televisión las falencias y peligros que presenta el proyecto de ley que busca regular el ejercicio del derecho a la intimidad y el honor, por considerar que este podría representar una amenaza para la libertad de expresión; justo ahora es buen momento para también hablar de la comunicación coprológica, del irresponsable oficio de insultador público, del cobarde ejercicio de sicario mediático tan aplaudido y apoyado en estos momentos en los cuales lo que más se valora no es la calidad ni la veracidad de los mensajes /informaciones/ contenidos que se emiten en redes o medios tradicionales, sino su virulencia, su saña y malignidad, el nivel de su coprológico accionar.
En lo que se discute el proyecto de marras, es bueno anotar que hoy importa más la viralidad (que se haga viral) que la verdad. A más grave el insulto, la descalificación y la mentira, mayor será la cantidad de likes y views. En tiempos de posverdad la mentira reina y la verdad siempre puede esperar.
Justo ahora, cuando existe una verdadera preocupación local y global por las desinformación y las campañas de difamación que desde las distintas plataformas digitales y medios tradicionales se llevan a cabo contra periodistas, comunicadores, líderes de opinión, políticos y ciudadanos de a pie por criticar con argumentos y sin insultos las decisiones de tal o cual partido político entero o segmento de partido, considero que un buen comienzo para frenar o ralentizar estas nocivas prácticas sería que, además de preocuparse y hasta realizar actividades de altísimo nivel para conceptualizar sobre el problema, los líderes y dueños de partidos políticos se ocuparan de desmontar el accionar coprológico de sus equipos de comunicación.
Que los muy señores se ocupen de que sus hordas mediáticas argumenten más e insulten menos; sabido como se sabe, que la única verdadera fortuna de un hombre es su buen nombre. El otro camino sería la barbarie y la sangre, el ojo por ojo y el diente por diente que solo sirve para generar ciegos y desdentados.
Estamos a tiempo. La barbarie acecha. Libertad de prensa, de empresa, de opinión y de expresión, no de difamación. Libertad sí, pero con responsabilidad.