Por Antoni Gutiérrez-Rubí
La inteligencia artificial (IA) se abre paso en todos los ámbitos de nuestra vida, desde la salud o la educación hasta el trabajo. ¿Y en la política? ¿Cómo puede modificar la vida democrática? En Dinamarca, ya existe un partido político, Synthetic Party, dirigido por IA y que presenta como líder al chatbot Leader Lars. Aspiran a presentar su propia lista a partir del 2023. Al chatbot no se le permite postular para ningún cargo público, pero eso no se aplicaría a los humanos de dicho grupo. “Dinamarca es una democracia representativa, por lo que habría humanos en la papeleta que podrían representar a Leader Lars y estar comprometidos a actuar como un medio para el desarrollo de la IA”.
En España, Daniel Innerarity es el encargado de impulsar la cátedra de Inteligencia Artificial y Democracia, fruto del convenio entre el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, el Instituto de Gobernanza Democrática y el Instituto Universitario Europeo. Innerarity es un referente en los debates sobre la IA: “El interrogante fundamental que se nos plantea es qué lugar ocupa la decisión política en una democracia algorítmica. La democracia es libre decisión, voluntad popular, autogobierno. ¿Hasta qué punto es esto posible y tiene sentido en los entornos hiperautomatizados, algorítmicos, que anuncia la inteligencia artificial?”.
La tentación de automatizar nuestra vida es algo real y ya posible
El debate y la reflexión están adquiriendo relevancia, aunque con retraso respecto a los avances y transformaciones de la IA en la política democrática. En febrero de este año, por ejemplo, se presentaba la primera guía de buenas prácticas para un uso responsable de la IA, de la mano del Observatorio del Impacto Social y Ético de la Inteligencia Artificial (OdiseIA) y la consultora PwC, en colaboración con Google, Microsoft, IBM y Telefónica.
Lamentablemente, estos debates no ocupan la centralidad de nuestra conversación pública, sea en la vida parlamentaria o mediática. La tentación de automatizar nuestra vida, renunciar al libre albedrío –y su cuota de error que nos hace humanos– y transferir a la computación la tarea de deliberación es algo real y ya posible. La democracia no solo está amenazada por los radicalismos, sino, también, por los determinismos tecnológicos que nos dirán que “no hay alternativa” a las decisiones opcionales.
Fuente: La Vanguardia..