Análisis. La huella de un crimen que consterna
Por Felipe Ciprián.
Amparados en la impunidad y en el terror a que tienen sometidos hace tiempo a abogados, periodistas, profesores, agricultores, políticos, religiosos, mujeres y jóvenes; oficiales, clases y alistados de la Policía Nacional asesinaron a golpes a José Gregorio Custodio en San José de Ocoa el pasado domingo.
Lo afirmo categóricamente: lo mataron a golpes y la jerarquía de la Policía Nacional, en lugar de dar un ejemplo botando y sometiendo a la justicia de inmediato a todos los culpables de ese execrable crimen contra un joven inofensivo, lo que hizo fue un silencio sepulcral mientras los asesinos chantajeaban a médicos para que dijeran que murió “por una alergia” a una tableta de Omeprazol.
La historia de este crimen de la Policía Nacional se consumó como sigue:
El pasado sábado 16, Gregorio estuvo ingiriendo aguardiente y ebrio estaba violento, pero en ningún momento agredió de ninguna forma a su mujer, Johanny Casado, quien al sentirse vulnerable, acudió a la Policía denunciando la situación.
A las 2:11 de la madrugada del domingo una patrulla persiguió a Gregorio por la calle 27 de Febrero, en pleno centro de la ciudad de Ocoa. Él entró a la Clínica Arias.
Dos policías llegaron en una motocicleta, penetraron a la clínica privada sin orden judicial, en la madrugada.
Cinco minutos después lo sacaron a la calle esposado a la espalda, lo estrellaron al pavimento, le colocaron una bota en el cuello a un hombre que no movía ni un dedo mientras lo apuntaban con escopetas, llamaron por teléfono a su base y minutos después llegó una camioneta con cuatro policías que lo tiraron en la parte trasera y se lo llevaron a la sede ubicada en la calle Duarte esquina avenida Canadá.
Su madre, Milandina Custodio, al enterarse de que estaba preso, acude a investigar la causa y a llevarle alimentos. Fue en tres ocasiones a la Policía y nunca le permitieron entregarle las comidas y al indagar sobre su condición, siempre los policías de guardia le dijeron que se la mandara porque Gregorio “estaba durmiendo”.
El joven entra en la cárcel a las 2:20 de la madrugada del domingo. En horas de la noche de ese mismo día, después de majarlo a golpes como muestran las fotos de su cuerpo, lo llevan al hospital San José, donde su madre pudo verlo ya en las agonías de la muerte, pero tuvo tiempo de decirle: “¡Milanda, me muero hoy. Los policías me molieron a golpes!”.
A las 9:00 de la mañana del lunes, Gregorio estaba muerto en el hospital San José y el centro de salud ocupado por policías metiéndoles terror a los médicos para que dijeran que murió de una alergia y que no tenía signos de violencia.
Los familiares de Gregorio tratan de entrar a ver el cuerpo en la morgue del hospital para comprobar su estado, pero policías escopeteros bloquean la entrada.
Después, la familia logra que el procurador fiscal de Ocoa, Francis Valdez, los autorice a entrar, revisan el cadáver, le hacen fotos y videos, comprueban que está lleno de golpes contundentes de la cabeza a los pies, lo que también observa el fiscal y luego admite en entrevista con la emisora Zol 106, que tiene signos de violencia y él tiene las evidencias.
Estaba reventado
Aunque personal en el hospital le informó a la familia que Gregorio estaba “reventado por los golpes”, los policías se encargaron de infundir terror a los médicos para que escribieran que los hematomas que tenía en todo su cuerpo eran una “alergia” que finalmente habría provocado un shock que mató a un joven lleno de salud. Altas instancias de la Policía fueron informadas por mí una hora después del fallecimiento de Gregorio en el interés de que actuaran con diligencia para esclarecer el crimen y evitar que la “imagen” de la Policía Nacional y su actual jefatura, se vieran afectados por una acción delictiva de hombres uniformados y armados por el Estado, pero que no responden a las líneas de respeto a los derechos humanos que persigue el gobierno de Luis Abinader.
La única respuesta que obtuve de un oficial amigo, fue que había que esperar “el informe oficial”. Es decir, el que prepararía la misma gente que lo mató y que andaba chantajeando a todo el mundo.
Esos son los hechos y los conoce tanto o mejor que yo, la Policía, la Procuraduría General de la República, pero están actuando con la velocidad de la categoría de la víctima: un infeliz muerto, no un hijo de oligarca.
Naturalmente, si fuera un entierro de primera categoría, el desfile de declaraciones y golpes de pecho hubiese llegado hasta el mismo Palacio Nacional, pasando por la Procuraduría, la Policía, por Castaños Guzmán de Finjus, Participación Ciudadana, la Iglesia católica, la Evangélica y hasta el Club de los Indiferentes.
La prensa respondió
Pero el crimen perpetrado por la Policía contra Gregorio encontró oídos atentos y corazones solidarios en toda la prensa nacional (periódicos, emisoras de radio y televisión, digitales, comunicadores independientes y ciudadanos en las redes sociales) que han expuesto el caso y han posibilitado que quienes puedan tratar de encubrir este asesinato, no logren su objetivo y sus autores materiales no queden impune.
Respondan a Ocoa
Cuando los policías que mataron a Gregorio nacieron, ya yo estaba en las calles de Ocoa luchando por la libertad y los derechos humanos para que las actuales generaciones no tuvieran que vivir bajo el terror de delincuentes uniformados, armados y con el escudo nacional en la frente, así que les advierto que conozco muy bien sus métodos, pero conozco mucho más hasta dónde están enterradas las raíces de los ocoeños que no se doblegarán en su reclamo de justicia.
El pueblo de San José de Ocoa ha tenido que vivir horrores por el comportamiento de la Policía, pero ha sabido luchar y resistir con honor ese tipo de afrenta. No tengo dudas de que ahora no será diferente y si el gobierno no auspicia –sin titubeos- el envío a la justicia de todos los asesinos y cómplices en la muerte de Gregorio, muy pronto se tendrá que enfrentar a un creciente movimiento social de reclamo de respeto a la vida.
Todos los días me llegan mensajes de familiares y amigos –incluso militares- de los atropellos que cometen policías con absoluta impunidad, de los que ha hablado públicamente el alcalde Aneudy Ortiz, y al menos dos diputados ocoeños.
Cuando se cumple un año del horrible crimen de los pastores evangélicos Joel Díaz y Eliza Muñoz, en Villa Altagracia, los policías de Ocoa lo celebran masacrando a un joven indefenso, pero que con su sangre ha movido la opinión y su crimen no podrá quedar impune.
Advierto muy claramente que todo lo que he dicho aquí lo sabe la Policía y la Procuraduría mucho mejor que yo y debe tenerlo documentado si están investigando, por lo que nadie me venga a mí a pedir que aporte más datos, porque no estoy para que me hagan chistes.
Fuente: Listín Diario