El país sigue atrapado en la trampa del ‘brexit’: desde entonces, gran parte de las élites y de los ciudadanos parece abandonada a la nostalgia y al cambio de ministros cada poco mes. Por eso ahora hay un obligado viaje hacia el pragmatismo de Rishi Sunak, a quien la mayoría de los militantes conservadores (importante es recordarlo) no quisieron hace un mes y medio.
La precipitada salida de Liz Truss del 10 de Downing Street ha vuelto a recordarnos que Reino Unido sigue atrapado en la trampa del brexit. Una trampa en la que se metió con gusto, y no con pocos engaños. En palabras recientes de uno de los principales asesores de Tony Blair, Alastair Campbell: «El referéndum del 23 de junio de 2016 fue uno de esos momentos en los que un país elige su propio declive».
Desde entonces, gran parte de las élites –y de los ciudadanos de un Estado conocido hasta hace poco por su pragmatismo y su estabilidad política– parece abandonada a la nostalgia y al cambio de ministros cada poco mes. Aunque a determinada prensa británica le gusta hablar de la «italianización» de Reino Unido, se trata de algo distinto y peor: no es lo mismo no haber alcanzado nunca la estabilidad –caso de Italia– que haberla tenido y perderla con argumentos y causas tan discutibles.
Primero fue el cese del canciller del Exchequer, el historiador económico Kwasi Kwarteng, cuya posición se hizo insostenible por la reacción de los mercados y de los organismos internacionales a su mini-presupuesto, que contemplaba recortes de impuestos a las rentas más altas pero no una reducción equivalente de los gastos con los que sostener la hacienda. Hay algo lastimoso en su caída, pues parecía haber estado toda la vida preparándose para el cargo.
«No es lo mismo no haber alcanzado nunca la estabilidad que haberla tenido y perderla con argumentos y causas tan discutibles»
He hablado del síndrome de Arbogast, en referencia al detective privado de la película Psicosis, para referirme a esos personajes que parecen llamados a resolver alguna trama o algún reto pero la realidad acaba por aniquilarlos a la mínima de cambio. Demasiado confiados en sus fuerzas, saberes y brillantez, tienen dificultades para amoldarse a situaciones cambiantes, y más aún cuando se está tan enamorado de un corpus ideológico férreo. Ese era el caso de Kwarteng y su referencia a la Britain Unchained, como la llamó en un libro que firmó junto con Truss, entre otros autores partidarios del Brexit y de una economía ochentera asentada sobre la curva de Laffer.
Después le llegó el turno a la propia Truss, que al extemporáneo imitation game de políticas económicas de otra época y otras circunstancias, añadió un interés consciente por imitar las palabras, la ropa y los abalorios del principal referente británico para los partidarios de las recetas del mini-presupuesto: Margaret Thatcher. Sucede que ni los tiempos eran los mismos, ni ella era Thatcher. Por eso ahora hay un obligado viaje hacia el pragmatismo de Rishi Sunak, a quien la mayoría de los militantes conservadores (importante es recordarlo) no quisieron hace un mes y medio. Somos hijos de nuestra realidad presente, y por eso la admiración desmedida por otro líder y otro tiempo solo produce malos líderes y malas decisiones.
Fuente: Ethic.