Por Antoni Gutierrez-Rubí
Uno de los aspectos más sugerentes del discurso —y de la personalidad pública— de Yolanda Díaz es la reivindicación de la felicidad como objetivo político, actitud personal y colectiva y energía transformadora y movilizadora.
Hace unos días, en la presentación de la nueva plataforma Sumar, la política ponía el foco en la necesidad de ser felices: «No queremos distopías. Queremos ser felices», proclamaba. La conexión emocional auténtica y empática como motor de cambio y renovación: los tristes no ganan elecciones he afirmado siempre.
La felicidad no es solo un deseo buenista. La Felicidad Interna Bruta (FIB) se ha establecido como un indicador que mide la calidad de vida en términos holísticos y psicológicos en contraposición al Producto Interior Bruto (PIB). El World Happiness Report 2022, elaborado por las Naciones Unidas, contempla seis variables determinantes: el PIB per cápita, el apoyo social, la libertad de elección, la corrupción, la generosidad y la esperanza de vida (con buen estado de salud).
En palabras del economista Jeffrey Sachs, uno de los autores que han contribuido a esta investigación, se puede extraer una lección clara: «La generosidad entre las personas y la honestidad de los gobiernos son cruciales para el bienestar».
En tiempos de zozobra y pesimismo contagioso, hay algo rebelde y esperanzador en la sonrisa —dulce y fuerte— de la líder gallega. Yolanda ha leído, seguro, a Albert Camus: «Ya que no vivimos tiempos revolucionarios, aprendamos, al menos a vivir el tiempo de los rebeldes. Saber decir no, esforzarse cada uno desde su puesto en crear valores vitales de los que ninguna renovación podrá prescindir, mantener lo que vale, preparar lo que merece vivirse, y practicar la felicidad para que se dulcifique el terrible sabor de la justicia, son motivos de renovación y de esperanza.»
Solo los misóginos, machistas o torpes pueden despreciar la fuerza que la felicidad (y la bonhomía) pueden tener en una política vacía, casi desnaturalizada. Si fuera por sonrisas, Yolanda, avanza y conecta. Pero se trata de votos. Hará falta algo más que buenas intenciones, condición necesaria, pero no suficiente. Pero, al menos, una brisa democrática y renovadora se nota en las mejillas agradecidas de muchas personas que, desilusionadas, se habían rendido.