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El Nuevo Orden Mundial que nos preparan con el pretexto de la guerra en Ucrania

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por Thierry Meyssan

El conflicto en Ucrania no lo inició Rusia el 24 de febrero. Lo comenzó Ucrania ‎una semana antes y la OSCE es testigo de ello. Este conflicto periférico fue ‎planificado por Washington para imponer un Nuevo Orden Mundial que excluiría ‎a Rusia y después a China. ¡No deje usted que lo engañen!‎

De visita en Polonia, el presidente estadounidense Joe Biden calificó al presidente ruso ‎Vladimir Putin de “carnicero”, durante un encuentro con la prensa. Más tarde, en un discurso ‎público, Biden exclamó: “¡Por el amor de Dios, ese hombre no puede seguir en el poder!” ‎El Departamento de Estado ha tratado de restar importancia a esas declaraciones afirmando ‎que Biden se refería sólo al hecho de ejercer el poder sobre los vecinos de Rusia, sin precisar ‎dónde estaría ejerciéndose tal poder.

La operación militar de Rusia en Ucrania comenzó hace un mes. Pero las operaciones ‎de ‎propaganda de la OTAN están en marcha desde hace mes y medio. ‎

Como siempre, la propaganda de guerra de los anglosajones se coordina ‎desde Londres. ‎Los británicos han adquirido –desde la Primera Guerra Mundial– una experiencia ‎sin precedente ‎en ese campo. En 1914, Londres logró convencer a su población de que el ‎ejército alemán había ‎violado mujeres masivamente en Bélgica y de que cada británico estaba en ‎el deber de acudir ‎en ayuda de aquellas pobres mujeres. Aquello era más convincente que tratar ‎de explicar que ‎el Káiser Guillermo II estaba tratando de rivalizar con el Imperio colonial inglés. ‎Al final del ‎conflicto, la población británica exigió que las víctimas fuesen indemnizadas. ‎Se procedió ‎entonces a contabilizarlas y resultó que se había exagerado extraordinariamente ‎lo que ‎realmente había sucedido.‎

El presidente ucraniano Volodimir Zelenski declaró la guerra a Rusia ‎cuando ordenó a los banderistas incorporados a su ejército atacar a los ciudadanos rusos del ‎Donbass, ataque iniciado el 17 de febrero. Y después provocó a Moscú al declarar, ante los ‎dirigentes políticos de los países miembros de la OTAN, que Ucrania se dotaría de la bomba ‎atómica, en violación de los tratados internacionales firmados por ese país.

‎Esta vez, en 2022, los británicos han logrado convencer a los europeos de que, el 24 de ‎febrero, ‎los rusos atacaron Ucrania para ocuparla y anexarla. Según esa versión, Moscú estaría ‎tratando ‎de reconstituir la Unión Soviética y se dispondría a atacar una tras otra sus ‎antiguas ‎‎“posesiones”. Claro, esta versión es para los occidentales más honorable que hablar de ‎la ‎‎«trampa de Tucídides», la cual mencionaré más adelante.‎

En realidad, el 17 de febrero, las tropas de Kiev atacaron a la población del Donbass. ‎Después, ‎Ucrania agitó un pañuelo rojo ante el toro ruso con el discurso del presidente Volodimir ‎Zelenski ‎ante los dirigentes políticos y militares de la OTAN reunidos en Munich. Zelenski anunció ‎allí que ‎su país se dotaría del arma atómica ante Rusia. ‎

Si no me cree, estimado lector, aquí van los reportes de la Organización para la Seguridad y ‎la ‎Cooperación en Europa (OSCE) [ver el cuadro que aparece al final de este párrafo]. Hacía ‎meses ‎que no había combates en el Donbass, pero los observadores de la OSCE reportaron –‎a partir de ‎la tarde del 17 de febrero– 1 400 explosiones diarias. Inmediatamente, las provincias ‎rebeldes de ‎Donetsk y Lugansk –que seguían considerándose ucranianas aunque reclamaban la ‎autonomía en el ‎seno de Ucrania– evacuaron a más de 100 000 civiles para protegerlos de la ‎lluvia de fuego ‎desatada por las tropas de Kiev. La mayoría de esos civiles se replegó hacia el ‎interior del ‎Donbass y otros huyeron hacia Rusia. ‎

En 2014 y 2015, cuando se produjo la guerra civil entre Kiev, por un lado, y Donetsk ‎y Lugansk ‎del otro lado, los daños humanos y materiales eran una cuestión interna de Ucrania. ‎Pero, a partir ‎de entonces, prácticamente toda la población del Donbass se planteó la posibilidad ‎de emigrar y ‎adquirió la nacionalidad rusa. Por consiguiente, los bombardeos que Kiev inició el 17 ‎de febrero ‎en el Donbass fueron un ataque contra rusos ucranianos. Y Moscú acudió en ayuda de ‎sus ‎ciudadanos a partir del 24 de febrero. ‎

La cronología de los hechos es indiscutible. No fue Moscú sino el gobierno de Kiev quien ‎quiso ‎esta guerra, aun sabiendo el precio –previsible– que tendría para Ucrania. El presidente ‎Zelenski ‎puso deliberadamente a su pueblo en peligro y sobre él recae –sólo sobre él– la ‎responsabilidad ‎de lo que hoy sufren los ucranianos. ‎

‎¿Por qué actuó así Zelenski? Desde el inicio de su mandato, Volodimir Zelenski mantuvo el ‎apoyo ‎del Estado ucraniano –apoyo iniciado por su predecesor Petro Porochenko– a las ‎malversaciones ‎de fondos que cometían sus padrinos estadounidenses y también mantuvo el ‎respaldo a los ‎extremistas de su país –los “banderistas”. El presidente ruso Vladimir Putin calificó ‎a los primeros ‎de «banda de drogadictos» y a los segundos de «neonazis» [1]. ‎

Además, Volodimir Zelenski no sólo declaró públicamente que no quería resolver el conflicto ‎en ‎el Donbass aplicando los Acuerdos de Minsk –acuerdos que Ucrania firmó en su momento– ‎sino ‎que también prohibió a sus conciudadanos hablar ruso en las escuelas y en las ‎administraciones –‎a pesar de que al menos la mitad de los ucranianos hablan ruso en su vida ‎diaria. Peor aún, el 1º ‎de julio de 2021, Zelenski firmó una ley racial que de hecho excluye a los ‎ucranianos de origen ‎eslavo del ejercicio de los derechos humanos y las libertades fundamentales ‎‎ [2]. ‎

El ejército ruso penetró inicialmente en territorio ucraniano no desde el Donbass sino ‎desde ‎Bielorrusia y Crimea, destruyó las instalaciones militares ucranianas que la OTAN ya ‎venía ‎utilizando desde hace años, arremetió contra los regimientos banderistas y ahora ‎está ‎dedicándose a eliminar esos regimientos en el este de Ucrania. Los propagandistas ‎de Londres y ‎sus casi 150 agencias de comunicación [3] aseguran ahora que, luego de ser rechazado por la ‎gloriosa resistencia de los ucranianos, ‎el ejército ruso ha renunciado a su objetivo inicial, que sería ‎tomar Kiev. ‎

Pero el presidente Putin nunca dijo, ¡absolutamente nunca!, que Rusia tomaría Kiev, derrocaría ‎al ‎presidente Zelenski u ocuparía el país. Al contrario, Putin siempre recalcó que sus objetivos ‎de ‎guerra eran «desnazificar Ucrania» y eliminar los arsenales de armamento extranjero ‎‎(de ‎la OTAN) acumulado en el país. Eso es exactamente lo que está haciendo el ejército ruso. ‎

La población ucraniana está sufriendo. Otra vez comprobamos que la guerra es cruel y ‎que ‎siempre mueren inocentes. Pero no nos decían eso cuando las tropas de potencias ‎occidentales ‎arrasaban Faluya, por ejemplo. Hoy la propaganda manipula nuestras emociones y, ‎como ‎nadie habló de los bombardeos ucranianos iniciados contra el Donbass el 17 de febrero, ‎la ‎opinión pública de Occidente responsabiliza a los rusos y los califica erróneamente ‎de ‎‎«agresores». ‎

Pero, independientemente de toda la compasión que podamos sentir, el sufrimiento del ‎alguien ‎no demuestra que tenga razón. De hecho, los criminales sufren como los inocentes. ‎

La delegación ucraniana ante la Corte Internacional de Justicia logró ‎obtener una medida cautelar contra Rusia. ‎

Ucrania se dirigió a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) –el tribunal interno de la ONU– y ‎esta ‎ordenó a Rusia, el 16 de marzo, poner fin a las operaciones y retirar sus tropas ‎‎ [4]. Sin embargo, ‎como acabo ‎de demostrar más arriba, el Derecho da la razón a Rusia. ‎

‎¿Cómo es posible que se haya llegado a manipular la Corte Internacional de Justicia? ‎Ucrania ‎refirió el hecho que el presidente Putin había declarado, en su discurso sobre la ‎operación militar ‎especial rusa, que las poblaciones del Donbass eran víctimas de un ‎‎«genocidio». Ucrania negó ‎ese «genocidio» y acusó a Rusia de haber utilizado indebidamente ‎ese argumento. ‎

En derecho internacional, la palabra genocidio ya no designa la erradicación de una etnia sino ‎una ‎masacre coordinada por un gobierno. Durante los 8 últimos años entre 13 000 y 22 000 ‎civiles ‎fueron asesinados en el Donbass –Kiev afirma que fueron 13 000 y según las estadísticas ‎de ‎Moscú en realidad son 22 000. Rusia, que envió a la CJI un alegato escrito, señala ‎que ‎su operación militar no se basa en la Convención para la Prevención y la Represión del ‎Crimen de ‎Genocidio sino en el Artículo 51 de la Carta de la ONU, que autoriza el uso de la fuerza ‎en caso de ‎legítima defensa –lo cual el presidente Putin ya había mencionado en su discurso. ‎Pero la CIJ ‎aceptó como bueno el desmentido de Ucrania… sin proceder a ninguna verificación y ‎concluyó ‎que Rusia había utilizado injustificadamente la mencionada Convención. Como Rusia ‎no había ‎creído necesario el envío de representantes y se había limitado a enviar su defensa ‎por escrito, ‎la CIJ aprovechó la ausencia física de representantes rusos para imponer a la ‎Federación Rusa una ‎decisión aberrante. Segura de estar en su derecho, Rusia se negó a aceptar ‎la decisión y reclama ‎ahora una conclusión sobre el fondo de la cuestión, conclusión que ‎no se presentará antes de finales ‎de septiembre.‎

Después de haber visto esto, sólo es posible entender la duplicidad de ‎los occidentales ‎si ponemos los acontecimientos en contexto. ‎

Hace una decena de años que los politólogos estadounidenses nos dicen que el ‎incuestionable ‎ascenso de Rusia y de China desembocará inevitablemente en una guerra. ‎Esa afirmación ‎se basa en un concepto creado por el politólogo Graham Allison: la «trampa de ‎Tucídides» ‎‎ [5]. ‎Con ‎ese concepto, Graham Allison toma como referencia las guerras del Peloponeso que ‎tuvieron ‎lugar en el siglo IV a.n.e entre Esparta y Atenas. El estratega e historiador ateniense ‎Tucídides ‎analizaba que la guerra se había hecho inevitable cuando Esparta, que dominaba ‎Grecia, comprendió ‎que Atenas estaba conformando en el exterior un imperio que la llevaría a ‎cuestionar la ‎hegemonía espartana. Aunque parece lógica, esa analogía es falsa. Basta recordar ‎que Esparta y ‎Atenas eran ciudades-Estados griegas vecinas mientras que Estados Unidos, Rusia ‎y China ‎ni siquiera comparten la misma cultura. ‎

Por ejemplo, China rechaza la proposición de competencia comercial del ‎presidente ‎estadounidense Biden. Y es que China tiene su propia tradición de establecer una ‎relación en ‎la cual todos salgan ganando, lo que ha dado en llamarse «win win». Pero cuando ‎China ‎propone ese tipo de relación no se refiere simplemente a contratos comerciales ‎provechosos ‎para ambas partes sino a su propia historia. Veamos.‎

La población de la «Nación del Centro», así ‎designan los chinos a su país, es extremadamente ‎numerosa y su territorio es muy vasto. Desde ‎la época de la China imperial, eso hacía que ‎el emperador se viera obligado a delegar gran parte ‎de su autoridad –incluso hoy China es el país ‎más descentralizado del mundo. Cuando ‎el emperador emitía un decreto podía suceder que ‎aquella medida, útil para ciertas provincias, ‎no tuviese consecuencias prácticas para otras. Pero ‎el emperador tenía que ‎asegurarse de cada gobernador local pusiera en aplicación su decreto, ‎en vez de ignorarlo por ‎considerar que no era importante para su provincia. En aras de preservar ‎su autoridad, ‎el emperador otorgaba entonces alguna concesión extra a quienes pudiesen ‎no tener un interés ‎particular en aplicar el decreto imperial y así garantizaba que aquellos ‎gobernadores estuviesen ‎siempre interesados en respetar su autoridad. ‎

Desde el inicio de la crisis ucraniana, China, más que limitarse a mantener una posición ‎de ‎no alineamiento, ha protegido a su aliado en el Consejo de Seguridad de ‎la ONU. ‎Erróneamente, Estados Unidos temió que China proporcionase armamento a Moscú. ‎Pero eso ‎no ha sucedido nunca. China observa el desarrollo de los acontecimientos y se basa en ‎esa ‎experiencia para saber lo que podría suceder si ella misma tratara de recuperar ‎Taiwán. ‎Resultado: Pekín ha declinado cortésmente las proposiciones de Washington. Pekín actúa ‎con una ‎visión de largo plazo y sabe, por experiencia, que si permite que Rusia sea ‎destruida ‎los occidentales no tardarán en volverse nuevamente contra China. La propia China ‎sólo puede ‎salvarse si se mantiene junto a Rusia, aunque tenga algún día que reclamarle la ‎Siberia. ‎

Volvamos ahora a la «trampa de Tucídides». ‎

Rusia sabe que Estados Unidos quiere sacarla de la escena y está previendo una ‎eventual ‎invasión/destrucción. El territorio de Rusia es inmenso pero su población, en relación ‎con ‎su enorme superficie geográfica, no es numerosa, lo cual dificulta su defensa. Desde ‎el siglo ‎XIX, Rusia ha sabido defenderse evadiendo al enemigo. Cuando Napoleón –en el siglo ‎XIX– y ‎Hitler –en el siglo XX– la invadieron, Rusia desplazó su población hacia el este y quemó ‎sus ‎propias ciudades antes de la llegada del invasor. Los invasores se vieron así en la ‎imposibilidad de ‎aprovisionar sus tropas, tuvieron que enfrentar el invierno sin lo necesario y ‎finalmente se vieron ‎obligados a retirarse. Esa estrategia defensiva de “tierra quemada” ‎funcionó porque Napoleón y ‎Hitler no tenían bases logísticas cerca de Rusia. ‎

Hoy en día, la Rusia moderna sabe que el almacenamiento de armamento estadounidense ‎cerca ‎de sus fronteras –en el centro y el este de Europa– conspira contra su estrategia defensiva. ‎Es ‎por eso que, en el momento de la disolución de la URSS, Rusia precisó que ‎la OTAN ‎nunca debería extenderse hacia el este. Conocedores de la Historia, el presidente ‎francés ‎Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl, exigieron entonces a sus ‎aliados ‎occidentales que aceptaran ese compromiso. Durante la reunificación alemana, ‎redactaron y ‎firmaron un tratado que garantizaba que la OTAN nunca cruzaría la línea Oder-‎Neisse, o sea la ‎frontera germano-polaca. ‎

Rusia obtuvo que ese compromiso quedara registrado en las declaraciones de la OSCE ‎emitidas ‎en Estambul (1999) y en Astaná (2010). Pero Estados Unidos violó ese principio 
 en 1999 (incorporación de Chequia, Hungría y Polonia a la OTAN), 
 en 2004 (incorporación de Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia),‎ 
 en 2009 (incorporación de Albania y Croacia),‎ 
 en 2017 (incorporación de Montenegro) y, más recientemente, 
 en 2020 (incorporación de Macedonia del Norte). ‎

El problema no es que esos países se hayan aliado a Washington sino que almacenan ‎armamento ‎estadounidense en sus territorios. Nadie critica que esos Estados hayan escogido sus ‎aliados, ‎lo que Moscú les reprocha es que están sirviendo a Estados Unidos como bases en ‎la ‎preparación de un ataque contra Rusia. ‎

Victoria Nuland no conoció personalmente a Leo Strauss. ‎Pero ‎el pensamiento de Leo Strauss llegó a ella a través de su esposo, Robert Kagan. ‎Este ‎matrimonio –Victoria Nuland y Robert Kagan– fundó el Proyecto para el Nuevo ‎Siglo ‎Americano (PNAC, siglas en inglés), el “think tank” que expresó públicamente su deseo de ‎que ‎Estados Unidos sufriera una catástrofe similar a la Pearl Harbour para que ‎ese país ‎se decidiera por fin a aplicar su política. Para esa gente, los atentados del 11 de ‎septiembre ‎de 2001 fueron una “sorpresa divina”, que permitió prolongar el predominio ‎de ‎Estados Unidos.

En octubre de 2021, la “straussiana” Victoria Nuland [6], número 2 del ‎Departamento ‎de Estado, viajó a Moscú para intimar a Rusia a aceptar el despliegue de ‎armamento ‎estadounidense en el centro y el este de Europa. Comenzó prometiendo que ‎Washington ‎invertiría en Rusia. De las promesas la señora Nuland pasó a las amenazas y, como ‎Moscú ‎mantenía su posición, concluyó que Washington pondría al presidente Putin ante un ‎tribunal ‎internacional. Después de ponerla a ella en la calle, Moscú respondió –el 17 de diciembre– ‎enviando a ‎Washington una proposición de tratado que garantizaría la paz sobre la base del ‎estricto respeto ‎de la Carta de las Naciones Unidas. Y esa es la causa de la tormenta actual ‎porque respetar la ‎Carta de la ONU –basada en el principio de la igualdad y la soberanía de ‎los Estados– implicaría ‎tener que reformar la OTAN, cuyo funcionamiento establece ‎precisamente una jerarquía entre ‎los países miembros de esa alianza bélica. Atrapado en la ‎‎«trampa de Tucídides», ‎Estados Unidos fomentó los actos que llevaron a la actual guerra ‎en Ucrania. ‎

La manera de actuar de los anglosajones ante la crisis ucraniana encuentra toda su lógica ‎si ‎admitimos que su intención excluir a Rusia de la escena internacional. No tratan de ‎rechazar ‎militarmente al ejército ruso, tampoco tratan de coartar la acción del gobierno ruso sino ‎que ‎están empeñados en hacer desaparecer toda huella de la cultura rusa en Occidente. Y ‎de paso, ‎debilitan a… la Unión Europea. ‎

Comenzaron congelando los bienes de los oligarcas rusos en Occidente –medida que la ‎población ‎rusa aplaude porque considera que esos individuos se enriquecieron ilegalmente con el ‎saqueo de ‎la Rusia postsoviética. Después, los anglosajones impusieron a las empresas ‎occidentales el cese ‎de sus actividades en Rusia. Siguieron adelante cortando la comunicación ‎entre los bancos rusos y ‎los bancos occidentales a través del sistema SWIFT. Pero, si bien los ‎bancos rusos se ven ‎duramente afectados por esas medidas –que sin embargo no afectan al ‎gobierno ruso–, ‎lo interesante es que el cese de la actividad de las empresas occidentales ‎en Rusia en realidad ‎está beneficiando a Rusia al permitirle recuperar sus inversiones a ‎bajo costo. ‎

Por cierto, la Bolsa de Moscú, que estuvo cerrada desde el 25 de febrero –el día siguiente al ‎inicio ‎de la «operación militar especial» en Ucrania– hasta el 24 de marzo, registró una ‎fuerte ‎progresión en cuanto reinició sus operaciones. El índice RTS retrocedió el primer día en ‎un ‎‎4,26%, pero ese es el índice que mide principalmente valores especulativos. En cambio, el ‎índice ‎IMOEX, que mide la actividad económica nacional, registró un alza de 4,43%. ‎Los verdaderos ‎perdedores resultan ser los países miembros de la Unión Europea, que cometieron ‎la estupidez de ‎adoptar las «sanciones» contra Rusia. ‎

Paul Wolfowitz entró en contacto con el pensamiento de Leo ‎Strauss ‎a través de su profesor de filosofía, Alan Bloom. Wolfowitz se convirtió después en ‎alumno de ‎Leo Strauss, en la universidad de Chicago. Leo Strauss lo convenció de que los judíos ‎no tienen ‎nada que esperar de las democracias y de que, para protegerse de un nuevo ‎Holocausto, tienen ‎que instaurar su propio Reich, según el principio de que siempre “es mejor ser ‎martillo que ‎yunque”.

Ya en 1991, Paul Wolfowitz, otro “straussiano”, escribía en un informe oficial que ‎Estados Unidos ‎tenía que impedir que alguna potencia lograra desarrollarse hasta convertirse en ‎un competidor ‎para la gran potencia estadounidense. En aquella época, la URSS estaba en ruinas ‎y Wolfowitz ‎designó a la Unión Europea como el rival potencial que Estados Unidos tendría que ‎abatir [7]. ‎

Y eso fue exactamente lo que el propio Wolfowitz hizo en 2003, cuando se convirtió en ‎el ‎segundo personaje más importante del Pentágono. Paul Wolfowitz prohibió que ‎Alemania ‎y Francia pudiesen participar en la reconstrucción de Irak [8]. De eso hablaba también Victoria ‎Nuland, en 2014, cuando ‎instruyó al embajador estadounidense en Kiev «¡Que le den por ‎el culo a la Unión Europea!» ‎‎ [9]. ‎

Ahora, en 2022, Washington ordena a la Unión Europea poner fin a sus compras de ‎hidrocarburos ‎rusos. Si la UE se pliega a ese dictado, Alemania se irá a la ruina, y con ella el resto de la Unión ‎Europea. Eso no sería un “daño colateral” sino el resultado de una estrategia ‎estructurada y ‎claramente expresada en Washington hace 30 años. ‎

Lo principal para Washington es excluir a Rusia de todas las organizaciones internacionales. ‎Ya ‎logró excluirla del G8 en 2014. El pretexto entonces no era la independencia de ‎Crimea ‎‎–independencia que la población de Crimea ya reclamaba desde la disolución de ‎la URSS, ‎meses antes de que Ucrania fuese independiente– sino la incorporación de esa península ‎a la ‎Federación Rusa.

Ahora, en 2022, la crisis alrededor de Ucrania sirve de pretexto para tratar ‎de ‎excluir a Rusia del G20. Ante esa pretensión, China señaló inmediatamente que nadie puede ‎ser ‎excluido de un foro informal que ni siquiera tiene estatutos de membresía [10]. Pero ‎no importa, ‎el presidente estadounidense Joe Biden volvió a la carga sobre ese tema el 24 y el ‎‎25 de marzo, ‎mientras se hallaba en Europa. ‎

Washington también multiplica los contactos para excluir a Rusia de la Organización Mundial ‎del ‎Comercio (OMC). Pero los principios básicos de la OMC ya están siendo ‎gravemente ‎cuestionados, no por Rusia sino por las medidas coercitivas unilaterales que ‎Occidente instaura ‎bajo la denominación de «sanciones». El hecho es que sacar a Rusia de la ‎OMC sería perjudicial ‎para todos. Y sobre ese punto es conveniente releer los escritos de Paul ‎Wolfowitz, quien ‎escribía en 1991 que Washington no tiene que tratar de ser «el mejor» sino ‎‎«el primero», ‎por encima de los demás. Eso implica, precisaba Wolfowitz, que para mantener ‎su hegemonía ‎Estados Unidos no debe vacilar en sufrir cierto daño… con tal de que los demás ‎salgan mucho ‎más perjudicados. Estamos a punto de convertirnos en víctimas de esa manera de ‎‎“razonar”. ‎

Lo más importante para los straussianos es excluir a Rusia de las Naciones Unidas. ‎Eso es ‎imposible… si se respeta la Carta de la ONU. Pero Washington no vacilará en pisotear ‎ese ‎documento, como ya lo ha hecho con tantos otros. Salvo unas pocas ‎excepciones, ‎Estados Unidos ya ha entrado en contacto con todos los países miembros de ‎la ONU. Ya ‎permeados por la propaganda anglosajona, casi todos están convencidos de que un ‎Estado ‎miembro del Consejo de Seguridad de la ONU ha emprendido una guerra de conquista ‎contra un ‎país vecino y Washington podría alcanzar su objetivo si logra convocar una Asamblea ‎General ‎extraordinaria de la ONU y modificar los estatutos de la organización. ‎

Una especia de histeria se ha apoderado de Occidente, donde se ha desatado una forma ‎de ‎cacería de brujas contra todo lo ruso, sin que alguien se tome el trabajo de preguntarse ‎si eso ‎tiene algo que ver con la crisis ucraniana. Se prohíben las actuaciones de artistas rusos, ‎aunque ‎sean notoriamente contrarios al presidente Putin. La universidad X prohíbe el estudio de ‎las obras ‎del escritor antisoviético Solzhenitsin mientras que la universidad Y prohíbe el estudio ‎de ‎Dostoievski –el campeón del debate y del libre arbitrio. Por acá, se cancela la actuación de ‎un ‎director de orquesta… porque es ruso y más allá se suprimen las obras de Chaikovski ‎del ‎repertorio de las orquestas. Todo lo que es ruso tiene que desaparecer de nuestras mentes, ‎como ‎cuando el Imperio Romano arrasó Cartago y destruyó metódicamente toda huella de ‎su ‎existencia, tanto que aún hoy no sabemos gran cosa sobre aquella civilización. ‎

El 21 de marzo, el presidente Biden dejó muy claro lo que Washington pretende. Ante un ‎auditorio ‎de jefes de empresas, Biden declaró:
«Es el momento de que las cosas cambien. Habrá un Nuevo Orden Mundial y nosotros ‎tenemos ‎que dirigirlo. Y tenemos que unir el resto del mundo libre para hacerlo.» ‎‎ [11] ‎

Ese nuevo orden [12] diviría el mundo en dos bloques herméticos, sería un corte como ‎no se ha ‎visto nunca antes, como no se ha visto ni siquiera en la época de la guerra fría. ‎

Algunos países, como Polonia, creen aun así tendrían algo que ganar con esa ‎división. ‎Por ejemplo, el general polaco Waldemar Skrzypczak acaba de reclamar que el enclave ‎ruso de ‎Kaliningrado sea puesto en manos de Polonia [13]. Y, en efecto, después de la división del mundo, ¿cómo podrá Moscú comunicarse con ese ‎territorio?‎

Thierry Meyssan

Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las «primaveras árabes»(2017).

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por Thierry Meyssan

El conflicto en Ucrania no lo inició Rusia el 24 de febrero. Lo comenzó Ucrania ‎una semana antes y la OSCE es testigo de ello. Este conflicto periférico fue ‎planificado por Washington para imponer un Nuevo Orden Mundial que excluiría ‎a Rusia y después a China. ¡No deje usted que lo engañen!‎

De visita en Polonia, el presidente estadounidense Joe Biden calificó al presidente ruso ‎Vladimir Putin de “carnicero”, durante un encuentro con la prensa. Más tarde, en un discurso ‎público, Biden exclamó: “¡Por el amor de Dios, ese hombre no puede seguir en el poder!” ‎El Departamento de Estado ha tratado de restar importancia a esas declaraciones afirmando ‎que Biden se refería sólo al hecho de ejercer el poder sobre los vecinos de Rusia, sin precisar ‎dónde estaría ejerciéndose tal poder.

La operación militar de Rusia en Ucrania comenzó hace un mes. Pero las operaciones ‎de ‎propaganda de la OTAN están en marcha desde hace mes y medio. ‎

Como siempre, la propaganda de guerra de los anglosajones se coordina ‎desde Londres. ‎Los británicos han adquirido –desde la Primera Guerra Mundial– una experiencia ‎sin precedente ‎en ese campo. En 1914, Londres logró convencer a su población de que el ‎ejército alemán había ‎violado mujeres masivamente en Bélgica y de que cada británico estaba en ‎el deber de acudir ‎en ayuda de aquellas pobres mujeres. Aquello era más convincente que tratar ‎de explicar que ‎el Káiser Guillermo II estaba tratando de rivalizar con el Imperio colonial inglés. ‎Al final del ‎conflicto, la población británica exigió que las víctimas fuesen indemnizadas. ‎Se procedió ‎entonces a contabilizarlas y resultó que se había exagerado extraordinariamente ‎lo que ‎realmente había sucedido.‎

El presidente ucraniano Volodimir Zelenski declaró la guerra a Rusia ‎cuando ordenó a los banderistas incorporados a su ejército atacar a los ciudadanos rusos del ‎Donbass, ataque iniciado el 17 de febrero. Y después provocó a Moscú al declarar, ante los ‎dirigentes políticos de los países miembros de la OTAN, que Ucrania se dotaría de la bomba ‎atómica, en violación de los tratados internacionales firmados por ese país.

‎Esta vez, en 2022, los británicos han logrado convencer a los europeos de que, el 24 de ‎febrero, ‎los rusos atacaron Ucrania para ocuparla y anexarla. Según esa versión, Moscú estaría ‎tratando ‎de reconstituir la Unión Soviética y se dispondría a atacar una tras otra sus ‎antiguas ‎‎“posesiones”. Claro, esta versión es para los occidentales más honorable que hablar de ‎la ‎‎«trampa de Tucídides», la cual mencionaré más adelante.‎

En realidad, el 17 de febrero, las tropas de Kiev atacaron a la población del Donbass. ‎Después, ‎Ucrania agitó un pañuelo rojo ante el toro ruso con el discurso del presidente Volodimir ‎Zelenski ‎ante los dirigentes políticos y militares de la OTAN reunidos en Munich. Zelenski anunció ‎allí que ‎su país se dotaría del arma atómica ante Rusia. ‎

Si no me cree, estimado lector, aquí van los reportes de la Organización para la Seguridad y ‎la ‎Cooperación en Europa (OSCE) [ver el cuadro que aparece al final de este párrafo]. Hacía ‎meses ‎que no había combates en el Donbass, pero los observadores de la OSCE reportaron –‎a partir de ‎la tarde del 17 de febrero– 1 400 explosiones diarias. Inmediatamente, las provincias ‎rebeldes de ‎Donetsk y Lugansk –que seguían considerándose ucranianas aunque reclamaban la ‎autonomía en el ‎seno de Ucrania– evacuaron a más de 100 000 civiles para protegerlos de la ‎lluvia de fuego ‎desatada por las tropas de Kiev. La mayoría de esos civiles se replegó hacia el ‎interior del ‎Donbass y otros huyeron hacia Rusia. ‎

En 2014 y 2015, cuando se produjo la guerra civil entre Kiev, por un lado, y Donetsk ‎y Lugansk ‎del otro lado, los daños humanos y materiales eran una cuestión interna de Ucrania. ‎Pero, a partir ‎de entonces, prácticamente toda la población del Donbass se planteó la posibilidad ‎de emigrar y ‎adquirió la nacionalidad rusa. Por consiguiente, los bombardeos que Kiev inició el 17 ‎de febrero ‎en el Donbass fueron un ataque contra rusos ucranianos. Y Moscú acudió en ayuda de ‎sus ‎ciudadanos a partir del 24 de febrero. ‎

La cronología de los hechos es indiscutible. No fue Moscú sino el gobierno de Kiev quien ‎quiso ‎esta guerra, aun sabiendo el precio –previsible– que tendría para Ucrania. El presidente ‎Zelenski ‎puso deliberadamente a su pueblo en peligro y sobre él recae –sólo sobre él– la ‎responsabilidad ‎de lo que hoy sufren los ucranianos. ‎

‎¿Por qué actuó así Zelenski? Desde el inicio de su mandato, Volodimir Zelenski mantuvo el ‎apoyo ‎del Estado ucraniano –apoyo iniciado por su predecesor Petro Porochenko– a las ‎malversaciones ‎de fondos que cometían sus padrinos estadounidenses y también mantuvo el ‎respaldo a los ‎extremistas de su país –los “banderistas”. El presidente ruso Vladimir Putin calificó ‎a los primeros ‎de «banda de drogadictos» y a los segundos de «neonazis» [1]. ‎

Además, Volodimir Zelenski no sólo declaró públicamente que no quería resolver el conflicto ‎en ‎el Donbass aplicando los Acuerdos de Minsk –acuerdos que Ucrania firmó en su momento– ‎sino ‎que también prohibió a sus conciudadanos hablar ruso en las escuelas y en las ‎administraciones –‎a pesar de que al menos la mitad de los ucranianos hablan ruso en su vida ‎diaria. Peor aún, el 1º ‎de julio de 2021, Zelenski firmó una ley racial que de hecho excluye a los ‎ucranianos de origen ‎eslavo del ejercicio de los derechos humanos y las libertades fundamentales ‎‎ [2]. ‎

El ejército ruso penetró inicialmente en territorio ucraniano no desde el Donbass sino ‎desde ‎Bielorrusia y Crimea, destruyó las instalaciones militares ucranianas que la OTAN ya ‎venía ‎utilizando desde hace años, arremetió contra los regimientos banderistas y ahora ‎está ‎dedicándose a eliminar esos regimientos en el este de Ucrania. Los propagandistas ‎de Londres y ‎sus casi 150 agencias de comunicación [3] aseguran ahora que, luego de ser rechazado por la ‎gloriosa resistencia de los ucranianos, ‎el ejército ruso ha renunciado a su objetivo inicial, que sería ‎tomar Kiev. ‎

Pero el presidente Putin nunca dijo, ¡absolutamente nunca!, que Rusia tomaría Kiev, derrocaría ‎al ‎presidente Zelenski u ocuparía el país. Al contrario, Putin siempre recalcó que sus objetivos ‎de ‎guerra eran «desnazificar Ucrania» y eliminar los arsenales de armamento extranjero ‎‎(de ‎la OTAN) acumulado en el país. Eso es exactamente lo que está haciendo el ejército ruso. ‎

La población ucraniana está sufriendo. Otra vez comprobamos que la guerra es cruel y ‎que ‎siempre mueren inocentes. Pero no nos decían eso cuando las tropas de potencias ‎occidentales ‎arrasaban Faluya, por ejemplo. Hoy la propaganda manipula nuestras emociones y, ‎como ‎nadie habló de los bombardeos ucranianos iniciados contra el Donbass el 17 de febrero, ‎la ‎opinión pública de Occidente responsabiliza a los rusos y los califica erróneamente ‎de ‎‎«agresores». ‎

Pero, independientemente de toda la compasión que podamos sentir, el sufrimiento del ‎alguien ‎no demuestra que tenga razón. De hecho, los criminales sufren como los inocentes. ‎

La delegación ucraniana ante la Corte Internacional de Justicia logró ‎obtener una medida cautelar contra Rusia. ‎

Ucrania se dirigió a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) –el tribunal interno de la ONU– y ‎esta ‎ordenó a Rusia, el 16 de marzo, poner fin a las operaciones y retirar sus tropas ‎‎ [4]. Sin embargo, ‎como acabo ‎de demostrar más arriba, el Derecho da la razón a Rusia. ‎

‎¿Cómo es posible que se haya llegado a manipular la Corte Internacional de Justicia? ‎Ucrania ‎refirió el hecho que el presidente Putin había declarado, en su discurso sobre la ‎operación militar ‎especial rusa, que las poblaciones del Donbass eran víctimas de un ‎‎«genocidio». Ucrania negó ‎ese «genocidio» y acusó a Rusia de haber utilizado indebidamente ‎ese argumento. ‎

En derecho internacional, la palabra genocidio ya no designa la erradicación de una etnia sino ‎una ‎masacre coordinada por un gobierno. Durante los 8 últimos años entre 13 000 y 22 000 ‎civiles ‎fueron asesinados en el Donbass –Kiev afirma que fueron 13 000 y según las estadísticas ‎de ‎Moscú en realidad son 22 000. Rusia, que envió a la CJI un alegato escrito, señala ‎que ‎su operación militar no se basa en la Convención para la Prevención y la Represión del ‎Crimen de ‎Genocidio sino en el Artículo 51 de la Carta de la ONU, que autoriza el uso de la fuerza ‎en caso de ‎legítima defensa –lo cual el presidente Putin ya había mencionado en su discurso. ‎Pero la CIJ ‎aceptó como bueno el desmentido de Ucrania… sin proceder a ninguna verificación y ‎concluyó ‎que Rusia había utilizado injustificadamente la mencionada Convención. Como Rusia ‎no había ‎creído necesario el envío de representantes y se había limitado a enviar su defensa ‎por escrito, ‎la CIJ aprovechó la ausencia física de representantes rusos para imponer a la ‎Federación Rusa una ‎decisión aberrante. Segura de estar en su derecho, Rusia se negó a aceptar ‎la decisión y reclama ‎ahora una conclusión sobre el fondo de la cuestión, conclusión que ‎no se presentará antes de finales ‎de septiembre.‎

Después de haber visto esto, sólo es posible entender la duplicidad de ‎los occidentales ‎si ponemos los acontecimientos en contexto. ‎

Hace una decena de años que los politólogos estadounidenses nos dicen que el ‎incuestionable ‎ascenso de Rusia y de China desembocará inevitablemente en una guerra. ‎Esa afirmación ‎se basa en un concepto creado por el politólogo Graham Allison: la «trampa de ‎Tucídides» ‎‎ [5]. ‎Con ‎ese concepto, Graham Allison toma como referencia las guerras del Peloponeso que ‎tuvieron ‎lugar en el siglo IV a.n.e entre Esparta y Atenas. El estratega e historiador ateniense ‎Tucídides ‎analizaba que la guerra se había hecho inevitable cuando Esparta, que dominaba ‎Grecia, comprendió ‎que Atenas estaba conformando en el exterior un imperio que la llevaría a ‎cuestionar la ‎hegemonía espartana. Aunque parece lógica, esa analogía es falsa. Basta recordar ‎que Esparta y ‎Atenas eran ciudades-Estados griegas vecinas mientras que Estados Unidos, Rusia ‎y China ‎ni siquiera comparten la misma cultura. ‎

Por ejemplo, China rechaza la proposición de competencia comercial del ‎presidente ‎estadounidense Biden. Y es que China tiene su propia tradición de establecer una ‎relación en ‎la cual todos salgan ganando, lo que ha dado en llamarse «win win». Pero cuando ‎China ‎propone ese tipo de relación no se refiere simplemente a contratos comerciales ‎provechosos ‎para ambas partes sino a su propia historia. Veamos.‎

La población de la «Nación del Centro», así ‎designan los chinos a su país, es extremadamente ‎numerosa y su territorio es muy vasto. Desde ‎la época de la China imperial, eso hacía que ‎el emperador se viera obligado a delegar gran parte ‎de su autoridad –incluso hoy China es el país ‎más descentralizado del mundo. Cuando ‎el emperador emitía un decreto podía suceder que ‎aquella medida, útil para ciertas provincias, ‎no tuviese consecuencias prácticas para otras. Pero ‎el emperador tenía que ‎asegurarse de cada gobernador local pusiera en aplicación su decreto, ‎en vez de ignorarlo por ‎considerar que no era importante para su provincia. En aras de preservar ‎su autoridad, ‎el emperador otorgaba entonces alguna concesión extra a quienes pudiesen ‎no tener un interés ‎particular en aplicar el decreto imperial y así garantizaba que aquellos ‎gobernadores estuviesen ‎siempre interesados en respetar su autoridad. ‎

Desde el inicio de la crisis ucraniana, China, más que limitarse a mantener una posición ‎de ‎no alineamiento, ha protegido a su aliado en el Consejo de Seguridad de ‎la ONU. ‎Erróneamente, Estados Unidos temió que China proporcionase armamento a Moscú. ‎Pero eso ‎no ha sucedido nunca. China observa el desarrollo de los acontecimientos y se basa en ‎esa ‎experiencia para saber lo que podría suceder si ella misma tratara de recuperar ‎Taiwán. ‎Resultado: Pekín ha declinado cortésmente las proposiciones de Washington. Pekín actúa ‎con una ‎visión de largo plazo y sabe, por experiencia, que si permite que Rusia sea ‎destruida ‎los occidentales no tardarán en volverse nuevamente contra China. La propia China ‎sólo puede ‎salvarse si se mantiene junto a Rusia, aunque tenga algún día que reclamarle la ‎Siberia. ‎

Volvamos ahora a la «trampa de Tucídides». ‎

Rusia sabe que Estados Unidos quiere sacarla de la escena y está previendo una ‎eventual ‎invasión/destrucción. El territorio de Rusia es inmenso pero su población, en relación ‎con ‎su enorme superficie geográfica, no es numerosa, lo cual dificulta su defensa. Desde ‎el siglo ‎XIX, Rusia ha sabido defenderse evadiendo al enemigo. Cuando Napoleón –en el siglo ‎XIX– y ‎Hitler –en el siglo XX– la invadieron, Rusia desplazó su población hacia el este y quemó ‎sus ‎propias ciudades antes de la llegada del invasor. Los invasores se vieron así en la ‎imposibilidad de ‎aprovisionar sus tropas, tuvieron que enfrentar el invierno sin lo necesario y ‎finalmente se vieron ‎obligados a retirarse. Esa estrategia defensiva de “tierra quemada” ‎funcionó porque Napoleón y ‎Hitler no tenían bases logísticas cerca de Rusia. ‎

Hoy en día, la Rusia moderna sabe que el almacenamiento de armamento estadounidense ‎cerca ‎de sus fronteras –en el centro y el este de Europa– conspira contra su estrategia defensiva. ‎Es ‎por eso que, en el momento de la disolución de la URSS, Rusia precisó que ‎la OTAN ‎nunca debería extenderse hacia el este. Conocedores de la Historia, el presidente ‎francés ‎Francois Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl, exigieron entonces a sus ‎aliados ‎occidentales que aceptaran ese compromiso. Durante la reunificación alemana, ‎redactaron y ‎firmaron un tratado que garantizaba que la OTAN nunca cruzaría la línea Oder-‎Neisse, o sea la ‎frontera germano-polaca. ‎

Rusia obtuvo que ese compromiso quedara registrado en las declaraciones de la OSCE ‎emitidas ‎en Estambul (1999) y en Astaná (2010). Pero Estados Unidos violó ese principio 
 en 1999 (incorporación de Chequia, Hungría y Polonia a la OTAN), 
 en 2004 (incorporación de Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia),‎ 
 en 2009 (incorporación de Albania y Croacia),‎ 
 en 2017 (incorporación de Montenegro) y, más recientemente, 
 en 2020 (incorporación de Macedonia del Norte). ‎

El problema no es que esos países se hayan aliado a Washington sino que almacenan ‎armamento ‎estadounidense en sus territorios. Nadie critica que esos Estados hayan escogido sus ‎aliados, ‎lo que Moscú les reprocha es que están sirviendo a Estados Unidos como bases en ‎la ‎preparación de un ataque contra Rusia. ‎

Victoria Nuland no conoció personalmente a Leo Strauss. ‎Pero ‎el pensamiento de Leo Strauss llegó a ella a través de su esposo, Robert Kagan. ‎Este ‎matrimonio –Victoria Nuland y Robert Kagan– fundó el Proyecto para el Nuevo ‎Siglo ‎Americano (PNAC, siglas en inglés), el “think tank” que expresó públicamente su deseo de ‎que ‎Estados Unidos sufriera una catástrofe similar a la Pearl Harbour para que ‎ese país ‎se decidiera por fin a aplicar su política. Para esa gente, los atentados del 11 de ‎septiembre ‎de 2001 fueron una “sorpresa divina”, que permitió prolongar el predominio ‎de ‎Estados Unidos.

En octubre de 2021, la “straussiana” Victoria Nuland [6], número 2 del ‎Departamento ‎de Estado, viajó a Moscú para intimar a Rusia a aceptar el despliegue de ‎armamento ‎estadounidense en el centro y el este de Europa. Comenzó prometiendo que ‎Washington ‎invertiría en Rusia. De las promesas la señora Nuland pasó a las amenazas y, como ‎Moscú ‎mantenía su posición, concluyó que Washington pondría al presidente Putin ante un ‎tribunal ‎internacional. Después de ponerla a ella en la calle, Moscú respondió –el 17 de diciembre– ‎enviando a ‎Washington una proposición de tratado que garantizaría la paz sobre la base del ‎estricto respeto ‎de la Carta de las Naciones Unidas. Y esa es la causa de la tormenta actual ‎porque respetar la ‎Carta de la ONU –basada en el principio de la igualdad y la soberanía de ‎los Estados– implicaría ‎tener que reformar la OTAN, cuyo funcionamiento establece ‎precisamente una jerarquía entre ‎los países miembros de esa alianza bélica. Atrapado en la ‎‎«trampa de Tucídides», ‎Estados Unidos fomentó los actos que llevaron a la actual guerra ‎en Ucrania. ‎

La manera de actuar de los anglosajones ante la crisis ucraniana encuentra toda su lógica ‎si ‎admitimos que su intención excluir a Rusia de la escena internacional. No tratan de ‎rechazar ‎militarmente al ejército ruso, tampoco tratan de coartar la acción del gobierno ruso sino ‎que ‎están empeñados en hacer desaparecer toda huella de la cultura rusa en Occidente. Y ‎de paso, ‎debilitan a… la Unión Europea. ‎

Comenzaron congelando los bienes de los oligarcas rusos en Occidente –medida que la ‎población ‎rusa aplaude porque considera que esos individuos se enriquecieron ilegalmente con el ‎saqueo de ‎la Rusia postsoviética. Después, los anglosajones impusieron a las empresas ‎occidentales el cese ‎de sus actividades en Rusia. Siguieron adelante cortando la comunicación ‎entre los bancos rusos y ‎los bancos occidentales a través del sistema SWIFT. Pero, si bien los ‎bancos rusos se ven ‎duramente afectados por esas medidas –que sin embargo no afectan al ‎gobierno ruso–, ‎lo interesante es que el cese de la actividad de las empresas occidentales ‎en Rusia en realidad ‎está beneficiando a Rusia al permitirle recuperar sus inversiones a ‎bajo costo. ‎

Por cierto, la Bolsa de Moscú, que estuvo cerrada desde el 25 de febrero –el día siguiente al ‎inicio ‎de la «operación militar especial» en Ucrania– hasta el 24 de marzo, registró una ‎fuerte ‎progresión en cuanto reinició sus operaciones. El índice RTS retrocedió el primer día en ‎un ‎‎4,26%, pero ese es el índice que mide principalmente valores especulativos. En cambio, el ‎índice ‎IMOEX, que mide la actividad económica nacional, registró un alza de 4,43%. ‎Los verdaderos ‎perdedores resultan ser los países miembros de la Unión Europea, que cometieron ‎la estupidez de ‎adoptar las «sanciones» contra Rusia. ‎

Paul Wolfowitz entró en contacto con el pensamiento de Leo ‎Strauss ‎a través de su profesor de filosofía, Alan Bloom. Wolfowitz se convirtió después en ‎alumno de ‎Leo Strauss, en la universidad de Chicago. Leo Strauss lo convenció de que los judíos ‎no tienen ‎nada que esperar de las democracias y de que, para protegerse de un nuevo ‎Holocausto, tienen ‎que instaurar su propio Reich, según el principio de que siempre “es mejor ser ‎martillo que ‎yunque”.

Ya en 1991, Paul Wolfowitz, otro “straussiano”, escribía en un informe oficial que ‎Estados Unidos ‎tenía que impedir que alguna potencia lograra desarrollarse hasta convertirse en ‎un competidor ‎para la gran potencia estadounidense. En aquella época, la URSS estaba en ruinas ‎y Wolfowitz ‎designó a la Unión Europea como el rival potencial que Estados Unidos tendría que ‎abatir [7]. ‎

Y eso fue exactamente lo que el propio Wolfowitz hizo en 2003, cuando se convirtió en ‎el ‎segundo personaje más importante del Pentágono. Paul Wolfowitz prohibió que ‎Alemania ‎y Francia pudiesen participar en la reconstrucción de Irak [8]. De eso hablaba también Victoria ‎Nuland, en 2014, cuando ‎instruyó al embajador estadounidense en Kiev «¡Que le den por ‎el culo a la Unión Europea!» ‎‎ [9]. ‎

Ahora, en 2022, Washington ordena a la Unión Europea poner fin a sus compras de ‎hidrocarburos ‎rusos. Si la UE se pliega a ese dictado, Alemania se irá a la ruina, y con ella el resto de la Unión ‎Europea. Eso no sería un “daño colateral” sino el resultado de una estrategia ‎estructurada y ‎claramente expresada en Washington hace 30 años. ‎

Lo principal para Washington es excluir a Rusia de todas las organizaciones internacionales. ‎Ya ‎logró excluirla del G8 en 2014. El pretexto entonces no era la independencia de ‎Crimea ‎‎–independencia que la población de Crimea ya reclamaba desde la disolución de ‎la URSS, ‎meses antes de que Ucrania fuese independiente– sino la incorporación de esa península ‎a la ‎Federación Rusa.

Ahora, en 2022, la crisis alrededor de Ucrania sirve de pretexto para tratar ‎de ‎excluir a Rusia del G20. Ante esa pretensión, China señaló inmediatamente que nadie puede ‎ser ‎excluido de un foro informal que ni siquiera tiene estatutos de membresía [10]. Pero ‎no importa, ‎el presidente estadounidense Joe Biden volvió a la carga sobre ese tema el 24 y el ‎‎25 de marzo, ‎mientras se hallaba en Europa. ‎

Washington también multiplica los contactos para excluir a Rusia de la Organización Mundial ‎del ‎Comercio (OMC). Pero los principios básicos de la OMC ya están siendo ‎gravemente ‎cuestionados, no por Rusia sino por las medidas coercitivas unilaterales que ‎Occidente instaura ‎bajo la denominación de «sanciones». El hecho es que sacar a Rusia de la ‎OMC sería perjudicial ‎para todos. Y sobre ese punto es conveniente releer los escritos de Paul ‎Wolfowitz, quien ‎escribía en 1991 que Washington no tiene que tratar de ser «el mejor» sino ‎‎«el primero», ‎por encima de los demás. Eso implica, precisaba Wolfowitz, que para mantener ‎su hegemonía ‎Estados Unidos no debe vacilar en sufrir cierto daño… con tal de que los demás ‎salgan mucho ‎más perjudicados. Estamos a punto de convertirnos en víctimas de esa manera de ‎‎“razonar”. ‎

Lo más importante para los straussianos es excluir a Rusia de las Naciones Unidas. ‎Eso es ‎imposible… si se respeta la Carta de la ONU. Pero Washington no vacilará en pisotear ‎ese ‎documento, como ya lo ha hecho con tantos otros. Salvo unas pocas ‎excepciones, ‎Estados Unidos ya ha entrado en contacto con todos los países miembros de ‎la ONU. Ya ‎permeados por la propaganda anglosajona, casi todos están convencidos de que un ‎Estado ‎miembro del Consejo de Seguridad de la ONU ha emprendido una guerra de conquista ‎contra un ‎país vecino y Washington podría alcanzar su objetivo si logra convocar una Asamblea ‎General ‎extraordinaria de la ONU y modificar los estatutos de la organización. ‎

Una especia de histeria se ha apoderado de Occidente, donde se ha desatado una forma ‎de ‎cacería de brujas contra todo lo ruso, sin que alguien se tome el trabajo de preguntarse ‎si eso ‎tiene algo que ver con la crisis ucraniana. Se prohíben las actuaciones de artistas rusos, ‎aunque ‎sean notoriamente contrarios al presidente Putin. La universidad X prohíbe el estudio de ‎las obras ‎del escritor antisoviético Solzhenitsin mientras que la universidad Y prohíbe el estudio ‎de ‎Dostoievski –el campeón del debate y del libre arbitrio. Por acá, se cancela la actuación de ‎un ‎director de orquesta… porque es ruso y más allá se suprimen las obras de Chaikovski ‎del ‎repertorio de las orquestas. Todo lo que es ruso tiene que desaparecer de nuestras mentes, ‎como ‎cuando el Imperio Romano arrasó Cartago y destruyó metódicamente toda huella de ‎su ‎existencia, tanto que aún hoy no sabemos gran cosa sobre aquella civilización. ‎

El 21 de marzo, el presidente Biden dejó muy claro lo que Washington pretende. Ante un ‎auditorio ‎de jefes de empresas, Biden declaró:
«Es el momento de que las cosas cambien. Habrá un Nuevo Orden Mundial y nosotros ‎tenemos ‎que dirigirlo. Y tenemos que unir el resto del mundo libre para hacerlo.» ‎‎ [11] ‎

Ese nuevo orden [12] diviría el mundo en dos bloques herméticos, sería un corte como ‎no se ha ‎visto nunca antes, como no se ha visto ni siquiera en la época de la guerra fría. ‎

Algunos países, como Polonia, creen aun así tendrían algo que ganar con esa ‎división. ‎Por ejemplo, el general polaco Waldemar Skrzypczak acaba de reclamar que el enclave ‎ruso de ‎Kaliningrado sea puesto en manos de Polonia [13]. Y, en efecto, después de la división del mundo, ¿cómo podrá Moscú comunicarse con ese ‎territorio?‎

Thierry Meyssan

Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las «primaveras árabes»(2017).

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