Nuevos estudios muestran que los gestos pequeños importan más de lo que se piensa.
A finales de agosto, Erin Alexander, de 57 años, se sentó en el estacionamiento de una tienda Target en Fairfield, California, y lloró. Su cuñada había fallecido en fechas recientes y Alexander la estaba pasando mal ese día.
Una barista que trabajaba en el Starbucks del Target tampoco se sentía bien. La máquina de café expreso se había descompuesto y ella estaba muy estresada. Alexander (quien había dejado de llorar y había entrado por un poco de cafeína) sonrió, pidió un té verde helado y le dio ánimos. Después de recoger su pedido, vio un mensaje en el vaso: “Erin”, había escrito la barista junto a un corazón, “tu alma es de oro”.
“No estoy segura de saber lo que significa ‘tu alma es de oro’”, afirmó Alexander, quien rio y lloró al recordar lo ocurrido.
No obstante, la calidez de ese gesto pequeño e inesperado, de parte de una persona desconocida que no tenía ni idea de lo que le estaba pasando, la conmovió profundamente.
“Por supuesto, me seguía sintiendo muy triste”, comentó Alexander, “pero ese pequeño detalle me alegró el resto del día”.
Nuevos hallazgos, publicados en agosto en la revista Journal of Experimental Psychology,corroboran lo poderosas que pueden ser experiencias como la de Alexander. Los investigadores descubrieron que las personas que realizan un acto de bondad al azar suelen subestimar cuánto lo apreciará el receptor, y creen que esa subestimación quizá impide que hagamos cosas buenas por el prójimo con más frecuencia.
“Tenemos cierto sesgo de negatividad en lo que respecta a la conexión social. Simplemente, no pensamos que el impacto positivo de nuestras acciones sea tan positivo como lo es”, aseveró Marisa Franco, psicóloga y autora del libro Platonic: How the Science of Attachment Can Help You Make —and Keep— Friends, quien no participó en la investigación reciente.
“Con un estudio como este, espero que más personas se inspiren para realizar actos de bondad al azar”, dijo.
Subestimar el poder de los detalles
El estudio reciente consistió en ocho experimentos de tamaño reducido que tenían un diseño y participantes distintos. Por ejemplo, en uno de ellos se les pidió a estudiantes de licenciatura que realizaran actos de consideración de su elección, como llevar a un compañero del campus a su casa, hornear galletas o invitarle una taza de café a alguien.
En otro, los investigadores reunieron a 84 participantes durante dos fríos fines de semana en la pista de patinaje sobre hielo del parque Maggie Daley de Chicago. Se les dio un chocolate caliente del quiosco de refrigerios y se les dijo que podían quedárselo o dárselo a un desconocido como acto de bondad. A los 75 participantes que regalaron su chocolate caliente se les pidió que adivinaran lo “importante” que le parecería el acto de bondad al receptor en una escala de 0 (muy poco) a 10 (muy importante), y que predijeran cómo calificaría el receptor su estado de ánimo al recibir la bebida (desde mucho más negativo de lo normal a mucho más positivo de lo normal). A continuación, se les pidió a los receptores que informaran cómo se sentían en realidad utilizando las mismas escalas.
En ese experimento, y en todos los demás, las personas que tenían el gesto de amabilidad subestimaban de manera sistemática lo mucho que lo agradecían en realidad, afirmó uno de los autores del estudio, Amit Kumar, profesor adjunto de mercadotecnia y psicología de la Universidad de Texas en Austin.
“Creemos que estas expectativas mal calibradas son importantes para determinar el comportamiento”, dijo. “No conocer el impacto positivo que tenemos puede ser un obstáculo para que las personas realicen este tipo de actos de bondad en la vida cotidiana”.
Se ideó otro experimento del estudio para ayudar a los investigadores a entender mejor esta tendencia a subestimar el poder de nuestros propios actos bondadosos. En él, Kumar y su equipo reunieron a 200 participantes en el parque Maggie Daley. Un grupo de control de 50 participantes recibió un pastelito solo por participar en el estudio y calificó su estado de ánimo. Otras 50 personas que no recibieron un pastelito calificaron cómo creían que se sentirían las demás después de recibir uno.
A un tercer grupo de 50 personas se les dijo que podían regalar un pastelito a desconocidos y se les pidió que calificaran su propio estado de ánimo y cómo creían que se sentirían los receptores. Una vez más, los investigadores descubrieron que quienes recibían un pastelito como resultado de un acto de bondad al azar se sentían mejor de lo que creía la persona que lo regalaba.
Además, las personas que recibieron un pastelillo por un acto de bondad se calificaron a sí mismas en una escala de felicidad más alta que las que recibieron uno solo por participar en el estudio, lo que sugiere que obtuvieron un estímulo emocional gracias al gesto, además de la golosina.
“La gente tiende a pensar que lo que está dando es algo pequeño, tal vez relativamente insignificante”, dijo Kumar. “Pero los receptores son menos propensos a pensar así. Consideran que el gesto es mucho más significativo porque también piensan en el hecho de que alguien ha hecho algo bueno por ellos”.
Cómo demostrarles a los demás que te importan
La idea de que la bondad puede aumentar el bienestar no es nueva. Los estudios han demostrado que el comportamiento prosocial (en esencia, ayudar a los demás por voluntad propia) puede ayudar a reducir los niveles diarios de estrés de las personas, y que simples actos de conexión, como enviar un mensaje de texto a un amigo, significan más de lo que muchos de nosotros creemos. No obstante, los investigadores que estudian la amabilidad y la amistad dicen que esperan que los nuevos hallazgos refuercen los argumentos científicos para llevar a cabo este tipo de gestos más a menudo.
“He descubierto que puede ser muy difícil convencer a la gente de ser amable”, dijo Tara Cousineau, psicóloga clínica, profesora de meditación y autora de The Kindness Cure: How The Science of Compassion Can Heal Your Heart and Your World. “A la gente le gusta la amabilidad y, sin embargo, con frecuencia le incomoda la idea de ser amable”.
El estrés también puede impedir que la gente sea amable con los demás, dijo, al igual que la “vocecita juiciosa” en la cabeza de las personas que hace que se cuestionen si su gesto o regalo será malinterpretado, o si hará que el receptor se sienta presionado a devolverlo.
“Cuando surge el impulso de la amabilidad”, dice Cousineau, “lo pensamos demasiado”.
Cousineau afirmó que es poco probable que un acto de amabilidad sea contraproducente y, en algunos casos, puede desencadenar aún más bondad. Jennifer Oldham, de 36 años, quien en julio perdió a su hija de 9 años, Hallie, después de que un árbol cayó sobre el auto en el que viajaba durante una tormenta, creó hace poco un grupo en Facebook (Keeping Kindness for Hallie) que anima a los participantes a realizar actos de bondad al azar. La gente ha comprado víveres y leche de fórmula para bebés en honor a Hallie. Han donado material escolar y han regalado hortensias a desconocidos.
“Ningún acto pequeño pasa desapercibido”, dijo Oldham. “Ayudará a tu propio corazón, quizá incluso más que a los destinatarios”.
Algunas veces es algo mucho más bobo. Cuando Kimberly Britt, presidenta del Phoenix College en Arizona se fue de vacaciones una semana de julio, su vicepresidenta de asuntos estudiantiles escondió 60 pollos de hule en su despacho.
“Lo hizo de modo que no los hallara todos de inmediato, y me tomó algún tiempo”, dijo. “Pero la idea era ponerle una sonrisa a mi día cuando volviera”.
Funcionó y eso ha inspirado a Britt a empezar un desafío para realizar actos de bondad al azar en el campus. Hasta ahora han documentado 200 de estos gestos: un docente que hizo más de lo necesario para pasar tiempo con un estudiante que tenía dificultades emocionales, alguien que llevó comida a la oficina, otro integrante del personal que hizo café para todos sus colegas.
Si aún no tienes el hábito de realizar actos bondadosos al azar, o si no te resulta natural, Franco sugirió que empieces por pensar en lo que te gusta hacer.
“No se trata de que pienses: ‘Ay, ahora tengo que aprender a hacer galletas para ser amable’”, dijo. “Se trata de pensar en qué habilidades y talentos tienes y en cómo puedes convertirlos en una ofrenda para otras personas”.
Fuente: NYT