Hace rato que pasó el tiempo de considerar pobre a quienes reciben determinadas cantidades de dinero, sea un dólar, dólar y medio o dos dólares norteamericanos o sus equivalentes. Así era relativamente fácil medir la pobreza y la cantidad de personas clasificadas como pobres. Pero llegaron nuevos economistas, nuevos sociólogos, nuevos pensadores que se dieron cuenta, tras largas cavilaciones, de que ser pobre implicaba algo más que tener o no una cantidad de dinero.
Hablaron entonces de una pobreza monetaria insuficiente. Lo de nuevo no tenía nada que ver con la edad de los economistas, sociólogos, pensadores y antropólogos culturales, era una referencia a los enfoques diferentes y a la observación más detenida de las necesidades de un ser humano o de una familia. Pronto cayeron en la cuenta de que las personas necesitan agua potable, sanitarios, viviendas confortables, acceso a servicios de salud de calidad, medios para educarse también con calidad y hasta hubo quienes dijeron que debían valorarse los estados de bienestar o felicidad de los individuos y las familias. Como puede apreciarse, este manojo de necesidades hacía más complicada la medición de la pobreza, pero era imposible dejar de tomar en cuenta estos elementos a la hora de afirmar que un país había superado la pobreza de su gente o que estaba en vía de superarla.
El gran drama de hoy, el gran desafío de las naciones, de las inteligencias y de los capitales es ver que se difunde un crecimiento económico que fomenta fortunas y fabrica capitalistas en grandes proporciones, pero que no logra reducir la pobreza de la mayoría de su gente. Este es el desafío de la hora, más allá de la guerra de Rusia y Ucrania.
Fuente: Hoy