Por David Dusster
Veinte años después, Lula da Silva ansía volver a la presidencia de Brasil para acabar con la pesadilla de la extrema derecha. Ha ganado la primera vuelta y, pese a unas primeras valoraciones agoreras, es favorito para imponerse al actual jefe de Estado, Jair Bolsonaro, el 30 de octubre. Pero no va a ser fácil, como se ha visto en el ácido y corrosivo debate televisivo de esta semana. No se trata de ganar, sino de impedir que el otro gane. Así, Brasil se encuentra ante una elección de rechazos. Los dos candidatos generan animadversión, representan algo intolerable para casi la mitad de los ciudadanos. Aunque hay una diferencia sustancial: Bolsonaro va anunciando que el resultado, si no le favorece, habrá sido manipulado. Algo ya visto en EE.UU. o Bolivia, por ejemplo.
Lula da Silva y su sucesora Dilma Roussef aplicaron políticas de redistribución social jamás vistas en el país, pero sus gestiones quedaron encharcadas en la corrupción. Para muchos brasileños, Bolsonaro es un manipulador con tics dictatoriales que crea y difunde fake news , atiza fobias y revindica a torturadores. Pero no deja de ser el representante de las fuerzas de derecha, inmersas en una travesía del desierto apartadas del poder durante quince años. Gracias a que la derecha y buena parte de los medios de comunicación han mirado a otro lado, Bolsonaro no ha acabado con la democracia, pero ha socavado sus cimientos. Impulsó la destitución arbitraria de Dilma Roussef y su núcleo de influencia logró encarcelar a Lula casi dos años hasta que su condena fue invalidada por irregularidades.
La prensa brasileña se ve atrapada, como los electores, entre dos propuestas antagónicas. Lula da Silva incluso ha entrado en el juego sucio en campaña, difundiendo un vídeo en el que se ve a Bolsonaro afirmando que, si hace falta, está dispuesto a comer carne humana como hacen los indígenas. La comisión electoral ha obligado a retirar ese vídeo, pero ha calado la idea de que los yanomani, los indígenas a los que se refiere Bolsonaro, nunca han tenido tradiciones o hábitos caníbales.
Este episodio es una metáfora de la canibalización que sufre Brasil, que con Lula pasó de la ilusión a la decepción de la corrupción, y que ahora sufre a un líder al que acechan causas judiciales por “formar un grupo paramilitar digital” y negar la covid y las atenciones médicas a millones de brasileños. Como decía la canción famosa, tristeza não tem fin, felicidade sim . Lo peor es que el retrato de campaña de Brasil se puede traspolar a muchos países del mundo.