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Amor es María José

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Por Pablo McKinney. El bulevar de la vida

​Hace ahora mil años, en febrero 14 de 2005exactamente, -con la esperanza de que uno hablara de amores impertinentes, de esos “fugaces amores eternos” a los que canta el Serrat, (que está en país a decirnos un adiós imposible), una joven periodista me preguntó qué era para mí el amor, y le respondí: “Para mí, amor es María José”, la hermana de las Carmelitas, la versión hispana de la Madre Teresa en tierras banilejas, la misma que escondía en el Colegio de Fátima, de Baní, a los termocefálicos chicos del FEFLAS a quienes perseguía la Policía por andar protestando a coro, cantando verdades o clamando enronquecido: “A la Policía le quedan dos caminos/, unirse al pueblo o ser asesino”, pero igual nos perseguía el teniente Pasón y sus secuaces en su “Perrera”. (Para que vean que el desmadre de la Policía viene de lejos).

​Para mí, amor es María José, la del corazón tan grande, que en toda su vida no ha tenido tiempo para otra cosa que no sea servir, si es a los más pobres, mejor. Y es bueno insistir en eso de los más pobres, porque muchos parecen haber olvidado para quién vivió Jesús, y van a la Iglesia el domingo, comulgan y se confiesan, pero el lunes vuelven a la oficina, a la empresa, al barrio o la esquina, con la misma mezquindad y ese diabólico talento para el mal, la especulación o la explotación más inhumana.​

Para mí, amor es María José la monjita solidaria de nuestra adolescencia, ahora desde el marginado barrio de Los Barracones, en Baní, donde cada día ella hace cristianismo del bueno, sembrando con su ejemplo la palabra de Dios, ay, que “por sus hechos los conoceréis”, y siempre es importante citar al camarada Isaías, segunda requisitoria, que citaba al Señor cuando dijo: “Cuando llegan a mis atrios no les exijo nada/, no quiero velas dones e incienso/, solo quiero que sean buenos/, que hagan el bien/. Entonces los iluminaré para que sean fieles a la vida que les di/, que es todo lo que yo, vuestro padre, quiero para Uds., mis hijos”. He ahí la esencia de Dios, es decir, del amor. Por eso, si hoy aquella joven periodista volviera a preguntarme qué es para mí el amor, volvería a responderle: “Amor, lo que se dice amor…es María José”,

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Por Pablo McKinney. El bulevar de la vida

​Hace ahora mil años, en febrero 14 de 2005exactamente, -con la esperanza de que uno hablara de amores impertinentes, de esos “fugaces amores eternos” a los que canta el Serrat, (que está en país a decirnos un adiós imposible), una joven periodista me preguntó qué era para mí el amor, y le respondí: “Para mí, amor es María José”, la hermana de las Carmelitas, la versión hispana de la Madre Teresa en tierras banilejas, la misma que escondía en el Colegio de Fátima, de Baní, a los termocefálicos chicos del FEFLAS a quienes perseguía la Policía por andar protestando a coro, cantando verdades o clamando enronquecido: “A la Policía le quedan dos caminos/, unirse al pueblo o ser asesino”, pero igual nos perseguía el teniente Pasón y sus secuaces en su “Perrera”. (Para que vean que el desmadre de la Policía viene de lejos).

​Para mí, amor es María José, la del corazón tan grande, que en toda su vida no ha tenido tiempo para otra cosa que no sea servir, si es a los más pobres, mejor. Y es bueno insistir en eso de los más pobres, porque muchos parecen haber olvidado para quién vivió Jesús, y van a la Iglesia el domingo, comulgan y se confiesan, pero el lunes vuelven a la oficina, a la empresa, al barrio o la esquina, con la misma mezquindad y ese diabólico talento para el mal, la especulación o la explotación más inhumana.​

Para mí, amor es María José la monjita solidaria de nuestra adolescencia, ahora desde el marginado barrio de Los Barracones, en Baní, donde cada día ella hace cristianismo del bueno, sembrando con su ejemplo la palabra de Dios, ay, que “por sus hechos los conoceréis”, y siempre es importante citar al camarada Isaías, segunda requisitoria, que citaba al Señor cuando dijo: “Cuando llegan a mis atrios no les exijo nada/, no quiero velas dones e incienso/, solo quiero que sean buenos/, que hagan el bien/. Entonces los iluminaré para que sean fieles a la vida que les di/, que es todo lo que yo, vuestro padre, quiero para Uds., mis hijos”. He ahí la esencia de Dios, es decir, del amor. Por eso, si hoy aquella joven periodista volviera a preguntarme qué es para mí el amor, volvería a responderle: “Amor, lo que se dice amor…es María José”,

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