«Luto y estupor», así se describen las reacciones de la sociedad estadounidense después de que 18 niños y 2 maestros fueran acribillados por un adolescente que llevaba un arma de asalto automática, con la que sembró horror y muerte hasta que fue baleado por la policía.
Estupor, «asombro o sorpresa exagerada que impide a una persona hablar o reaccionar.» El de Texas fue el último de 213 tiroteos masivos desatados en EE.UU. en los 145 días que pasaron de este 2022, según la organización Gun Violence Archive. O sea, más de uno por día. Saldo: en ese período murieron baleadas 17.196 personas. No llegamos a mitad de año todavía. En 2021 los estadounidenses se sorprendieron 692 veces por la muerte a tiros de 20.920 personas. Con esos números, difícil creer que haya sorpresa y estupor. Mas bien parece que sorpresa, estupor, bandera a media asta forman parte del mismo discurso que establece como lógica que el chico que entró con un arma de asalto a la escuela era un «inadaptado».
La policía definió al autor de la última masacre como un «tirador solitario». ¿Qué soledad se puede suponer de alguien que imitó a 212 tiradores «solitarios» que lo anticiparon en menos de medio año? Difícil creer en la marginalidad de un joven, por más problemas de adaptación que pudiera tener, cuando el espacio social, la cultura a la que supuestamente no se puede adaptar confirma su plena adaptación: compró las armas lícitamente como las puede comprar cualquiera. Las anunció en las redes. Era uno más de los 213 que decidieron usar lo que la cultura fomentada por políticas específicas les provee como solución a sus problemas, pese a que la solución armada haya provocado más de 17 mil muertes. ¿Cuántas de esas muertes, incluso, habrán formado parte de familias que sostienen el uso de armas en la sociedad civil?https://9028d2c4ced79dc7d3fd7ff9081d4c33.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html?n=0
Mientras la sociedad estadounidense se debate con sus propios fantasmas, su presidente, Joe Biden, se pregunta «¿cuándo, por Dios, podremos enfrentar al lobby de las armas?». Enfrentar, una palabra complicada por los sentidos que literalmente dispara en el país del norte. Enfrentar al lobby mientras envía armas a Ucrania. El discurso del lobby de las armas llega a todas partes, y trasciende las fronteras de lo que se supone derecha rancia y extrema.
La promoción del uso de armas, en el nivel que sea, civil, fuerzas de seguridad, ejércitos, siempre va de la mano de los discursos de Estado, que funcionan alimentados por intereses en los que resulta prácticamente imposible deslindar lo político del negocio. Pero impacta en la sociedad, en su cultura. En lo que es posible para resolver problemas. Desde este Sur, no estamos ajenos.
Hace pocos días culminó el juicio por la Masacre de Napalpí. Durante las audiencias, historiadorxs e investigadorxs señalaron la participación de civiles armados y recordaron el clamor de los productores rurales del Chaco reclamando policías o en su defecto «armas» para defenderse de los malones.
Malones que solamente existían en el discurso estatal de extensión «patriótica» de fronteras y liberación de las tierras ocupadas secularmente por las poblaciones indígenas para la explotación latifundista. Claro, los malones resultaban amenazantes para justificar su exterminio. Buena parte de la sociedad creyó el discurso. De otra manera no habrían pasado casi 100 años para recién ahora desarticularlo públicamente.
Estamos a un Milei, a una Bullrich, de la cultura de Estados Unidos.
Fuente: Página12