Por: Dr. Huberto Bogaert García
Cada cierto tiempo nos enteramos con asombro de que un hombre, reconocido a veces en su medio social como entusiasta y colaborador, o como celoso y conflictivo con su pareja, llega al extremo de matar a su compañera, a sus hijos y, finalmente, de suicidarse.
Podemos hacer un esfuerzo e intentar explicar el crimen de la pareja, considerando posibles conflictos y celos provocados o fantaseados. Pero, ¿qué motiva a ese hombre a matar a sus hijos?
Estos hechos trágicos se repiten esporádicamente y los especialistas de la conducta son invitados a dar su opinión. Con frecuencia se invoca el machismo como un factor socio-cultural determinante. Una explicación psiquiátrica no siempre se cree justificada porque el testimonio de las personas próximas no siempre confirma la existencia de una locura manifiesta. Sin embargo, el machismo por sí solo no permite explicar los crímenes pasionales.
Cuando la pasión conlleva la perturbación del equilibrio mental de una persona, se convierte en un estado mórbido. El estado pasional mórbido polariza la actividad mental y obnubila el juicio del sujeto.
Existen estados pasionales que se complican progresivamente y finalmente provocan crisis trágicas, cuando provocan una descarga explosiva de la pulsión de muerte.
Un hombre aparentemente normal puede convertirse en el protagonista de una tragedia pasional. Esto así, porque no debemos llevarnos de las apariencias.
No hace falta ser un loco, un esquizofrénico mentalmente incoherente, para ocasionar una tragedia. Los responsables directos de estos sucesos suelen tener personalidades frágiles o inmaduras, aun cuando se desenvuelvan con cierto grado de adaptación. Sin embargo, ante determinadas circunstancias de la vida de pareja, estos sujetos se descompensan y viven una crisis pasional.
Si queremos saber si una persona es anormal no nos podemos llevar de las apariencias ni de la opinión de un lego. Solo una evaluación psicológica profunda, hecha por un especialista, puede sacarnos de la duda.
Los individuos con delirios pasionales crónicos de tipo paranoico o con brotes delirantes agudos tienen un control precario de la agresividad; y, en determinadas circunstancias—como celos, sentimientos de abandono o de rechazo—, los mecanismos de defensa que normalmente le permiten al ego manejar la angustia de separación, dejan de operar y surge la pulsión de muerte de un modo masivo, provocando la tragedia pasional.
El delirio pasional puede conllevar la muerte de los hijos porque de ese modo, aniquilando la descendencia, se anulan esas tensiones de la vida que generó la angustia de separación. La unidad con el otro, con esa pareja idealizada como una posesión absoluta, fracasa; y la única alternativa que vislumbra el sujeto para recuperar la añorada paz de la unidad primordial es la aniquilación total. En ese sentido, la pulsión de muerte debe ser entendida como el deseo de un no deseo; como un último anhelo dirigido a anular los deseos ajenos que provocaron las diferencias, mediante el exterminio.
Las tragedias pasionales provocadas par la manifestación masiva de la pulsión de muerte tienen su origen último en la incapacidad del sujeto delirante de hacer el duelo de la unión primordial con la madre.
El duelo no hecho se desplaza hacia el partenaire sexual y, ante el conflicto de pareja provocado por la imposibilidad de recuperar la unidad soñada, la única “solución” vislumbrada por el individuo es la aniquilación total de las partes. Sólo así se puede recuperar ese tiempo primordial, fantasmático y cuasi mítico, en el que se anulan todas las diferencias. La verdadera causa de la tragedia pasional es el “fuego” del amor sin límites.