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Nosotros, que emigramos tanto

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Por Jaume V. Aroca

En el Museu d’Història de la Immigracio, Jordi, el guía, propone un ejercicio a los escolares. Puestos en círculo pide a los que son inmigrantes que levanten las manos. Algunos las alzan. Luego pide que las levanten los que son hijos de inmigrantes. Y luego los nietos. Al final, casi todos los alumnos tienen las manos levantadas.

En cualquier ciudad europea que no haya entrado en un proceso de empobrecimiento ocurriría algo similar si hiciésemos el mismo ejercicio.

La primera ley española de emigración es de 1907. Tiene ya 115 años. Un siglo y pico.

En el archivo de la Casa de l’Ardiaca de Barcelona se conserva un ejemplar de un informe sobre lo que esta ley pretendía conseguir: una emigración legal y ordenada –confío en que estas palabras les resulten familiares ahora–.

La lectura de esas páginas es demoledora. Describe a los cientos de miles emigrantes españoles -muchos de ellos catalanes- que fueron esclavizados en américa latina. Gran parte de ellos eran considerados emigrantes ilegales.

Informe sobre la emigración española hacia américa 1912
Informe sobre la emigración española hacia américa 1912 LVG

De este periodo, en Catalunya, apenas queda otra memoria que las casas de los indians . Los afortunados que regresaron y construyeron mansiones sensacionales. Pero hemos borrado la memoria mayoritaria de los perdedores.

Entre finales del siglo XIX y hasta la Gran Depresión, 52 millones de europeos huyeron del continente. Y casi nunca este proceso fue amable ni para los que llegaban ni para los que ya estaban allí donde recalaron.

No fue amable el trato para los republicanos españoles en La Retirada, como tampoco para los cientos de miles degasterbeiter -trabajadores invitados-, los españoles en las fábricas del milagro alemán.

También el franquismo trató de conseguir una emigración legal y ordenada. Incluso la Barcelona del régimen tuvo durante algunos años su propia política de devoluciones de los que llegaban a la ciudad. Cualquiera de nosotros puede demostrar que esa política fracasó.

El río Bidasoa, en Iruña siempre fue un lugar de tránsito para los emigrantes clandestinos españoles hacia la Europa rica. Muchos perecieron ahogados. Ahora aún allí mueren los emigrantes. Que se sepa, el último fue Denko, un joven guineano que arrastró la corriente en abril de este año.

Una de las primeras comunidades de marroquíes asentadas en el norte de España está en Figueres. Su origen se remonta a la crisis del petróleo de los años setenta. Los sindicatos franceses, ante el severo deterioro del mercado de trabajo interno, instaron a su gobierno a cerrar las fronteras. Los marroquíes que cruzaban la península para llegar a la próspera Francia quedaron atrapados en Portbou. Y aquí hicieron su vida.

Así, todo indica que, salvo la imperecedero deseo de prosperar de la humanidad, lo demás está destinado, con el tiempo, a cambiar.

Zygmunt Bauman, en su libro póstumo  Retrotopia (Paidos)subraya que tratar de cerrar el paso a esta realidad “es tan irrisorio como la decisión de atrincherarse en casa para evitar las consecuencias de una guerra nuclear”. Y si esto es así, la pregunta es: ¿queremos responder mejor que nuestros antepasados a este desafío? Y si la respuesta es que sí, ¿cómo lo hacemos?

En cualquier caso, la nostalgia por nuestro pasado uniforme –blanco, cristiano y occidental– no parece una opción realista.

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Fuente: La Vanguardia.

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Por Jaume V. Aroca

En el Museu d’Història de la Immigracio, Jordi, el guía, propone un ejercicio a los escolares. Puestos en círculo pide a los que son inmigrantes que levanten las manos. Algunos las alzan. Luego pide que las levanten los que son hijos de inmigrantes. Y luego los nietos. Al final, casi todos los alumnos tienen las manos levantadas.

En cualquier ciudad europea que no haya entrado en un proceso de empobrecimiento ocurriría algo similar si hiciésemos el mismo ejercicio.

La primera ley española de emigración es de 1907. Tiene ya 115 años. Un siglo y pico.

En el archivo de la Casa de l’Ardiaca de Barcelona se conserva un ejemplar de un informe sobre lo que esta ley pretendía conseguir: una emigración legal y ordenada –confío en que estas palabras les resulten familiares ahora–.

La lectura de esas páginas es demoledora. Describe a los cientos de miles emigrantes españoles -muchos de ellos catalanes- que fueron esclavizados en américa latina. Gran parte de ellos eran considerados emigrantes ilegales.

Informe sobre la emigración española hacia américa 1912
Informe sobre la emigración española hacia américa 1912 LVG

De este periodo, en Catalunya, apenas queda otra memoria que las casas de los indians . Los afortunados que regresaron y construyeron mansiones sensacionales. Pero hemos borrado la memoria mayoritaria de los perdedores.

Entre finales del siglo XIX y hasta la Gran Depresión, 52 millones de europeos huyeron del continente. Y casi nunca este proceso fue amable ni para los que llegaban ni para los que ya estaban allí donde recalaron.

No fue amable el trato para los republicanos españoles en La Retirada, como tampoco para los cientos de miles degasterbeiter -trabajadores invitados-, los españoles en las fábricas del milagro alemán.

También el franquismo trató de conseguir una emigración legal y ordenada. Incluso la Barcelona del régimen tuvo durante algunos años su propia política de devoluciones de los que llegaban a la ciudad. Cualquiera de nosotros puede demostrar que esa política fracasó.

El río Bidasoa, en Iruña siempre fue un lugar de tránsito para los emigrantes clandestinos españoles hacia la Europa rica. Muchos perecieron ahogados. Ahora aún allí mueren los emigrantes. Que se sepa, el último fue Denko, un joven guineano que arrastró la corriente en abril de este año.

Una de las primeras comunidades de marroquíes asentadas en el norte de España está en Figueres. Su origen se remonta a la crisis del petróleo de los años setenta. Los sindicatos franceses, ante el severo deterioro del mercado de trabajo interno, instaron a su gobierno a cerrar las fronteras. Los marroquíes que cruzaban la península para llegar a la próspera Francia quedaron atrapados en Portbou. Y aquí hicieron su vida.

Así, todo indica que, salvo la imperecedero deseo de prosperar de la humanidad, lo demás está destinado, con el tiempo, a cambiar.

Zygmunt Bauman, en su libro póstumo  Retrotopia (Paidos)subraya que tratar de cerrar el paso a esta realidad “es tan irrisorio como la decisión de atrincherarse en casa para evitar las consecuencias de una guerra nuclear”. Y si esto es así, la pregunta es: ¿queremos responder mejor que nuestros antepasados a este desafío? Y si la respuesta es que sí, ¿cómo lo hacemos?

En cualquier caso, la nostalgia por nuestro pasado uniforme –blanco, cristiano y occidental– no parece una opción realista.

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Fuente: La Vanguardia.

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