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Jada Pinkett Smith no tendría que ‘aceptar una broma’. Tampoco tú

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Por: Roxane Gay

Esta no es una defensa de Will Smith, quien no necesita que yo lo defienda.El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.

En su lugar, esto es una defensa de la piel fina. Es una defensa de los límites y de ser humanos y de hacer respetar los límites de uno. Es un rechazo de la incesante valorización de aceptar una broma, de tener sentido del humor. Es un rechazo de que se espere que nos tomemos a risa todo lo que la gente quiera decirnos y hacernos.

Pienso mucho en que se nos pide constantemente que tengamos la piel cada vez menos fina. Endurécete, se nos dice, seamos quienes seamos, hayamos pasado por lo que hayamos pasado o estemos pasando. Deja de ser tan frágil y sensible. Relájate.

No estoy hablando de las críticas constructivas o de pedir que se rindan cuentas, sino del intenso escrutinio y los comentarios innecesarios con que tienen que lidiar las personas cuando contrarían las expectativas de los demás de un modo u otro.

¿A quién beneficia toda esta piel dura? A quienes quieren comportarse con impunidad. Si quienes son objeto de sus burlas tuvieran la piel menos fina, sus agresores podrían decir o hacer lo que les plazca. Si todos tuviésemos la más dura de las pieles, nadie tendría que asumir la responsabilidad por las crueldades, las grandes y las pequeñas. Es una idea atractiva para algunos, supongo.

La piel dura suele salir a colación en el contexto de la comedia. Bien hecha, la comedia puede ofrecer observaciones ingeniosas y mordaces sobre las flaquezas humanas. Puede obligarnos a mirarnos en el espejo y a ser sinceros con nosotros mismos, a reírnos y seguir adelante. Hecha no tan bien, puede dejar a quienes toma como objeto escocidos, vulnerables y heridos, no de muerte, pero heridos.

No tendría ni que decir que los cómicos son libres de decir lo que les plazca. Larga vida a las licencias creativas y a la libertad de expresión. Pero debería ser evidente que quienes son objeto de bromas e insultos tienen todo el derecho a reaccionar y responder. Existe la extraña idea de que hay una nobleza en tolerar o, mejor aún, incluso disfrutar del humor que ataca quién eres, qué haces o qué aspecto tienes; que la libertad de expresión conlleva la obligación de poner la otra mejilla, de estar por encima y tomártelo todo a risa. Lo vemos a menudo cuando los cómicos quieren hacer chistes sobre la raza, la agresión sexual, la violencia de género u otros problemas que, para quienes los experimentan, no tienen demasiada gracia. Si no puedes reírte con ello, no tienes sentido del humor. Tienes la piel muy fina. Eres un problema.

He dejado de aspirar a tener una piel menos fina, y ya no la espero ni admiro de los demás. Porque, a veces, las personas no pueden aceptar una broma. En algunas situaciones, sí: nos falta sentido del humor. Si se nos endurece mucho la piel, no sentiremos nada en absoluto, que es lo menos razonable que cabe esperar. Y no sabremos que se nos ha hecho daño o se nos ha herido hasta que sea demasiado tarde.

Durante la emisión de los Oscar de 2022, el cómico Chris Rock hizo una broma sobre el pelo rapado de Jada Pinkett Smith. “Jada, te adoro”, dijo. “G. I. Jane 2: estoy deseando verla”. El público, incluido el marido de Pinkett Smith, Will Smith, se rio, pero ella puso los ojos en blanco y gesto desencajado. Su piel dura se resquebrajó.

Probablemente sepan lo que sucedió instantes después: Smith se dirigió al escenario de los Oscar, le dio una bofetada a Rock, volvió a su asiento y después le gritó a Rock que sacara de su boca el nombre de su esposa. Smith volvió a repetirlo por si acaso, con una palabra malsonante. Las risas se convirtieron en risitas nerviosas, luego en un silencio estupefacto. No estaba claro si esto era parte de la vida real, y entonces todo fue evidente: lo que estábamos presenciando era a una persona que no aceptaba la broma. Estábamos viendo una piel que se había ablandado hasta no haber piel.

Pinkett Smith padece alopecia, una enfermedad que provoca la pérdida del cabello y que afecta desproporcionadamente a las mujeres negras. Rock tuvo muy mal gusto al burlarse de su pelo. Ha dicho que no sabía lo de su alopecia, pero probablemente sabía al menos que el chiste escocería, puesto que produjo el documental Good Hair, que trata sobre las mujeres negras y sus relaciones, a menudo tirantes, con su cabello.

Pinkett Smith ha hablado sin tapujos sobre su lucha con la pérdida del cabello, difícil para cualquiera, pero especialmente dura en el mundo de los famosos, tan sexista y preocupado por la imagen, de Estados Unidos, donde las mujeres, sobre todo, soportan una interminable letanía de comentarios sobre su aspecto, la indumentaria que eligen, sus relaciones personales y cualquier otra cosa que la gente pueda encontrar para desacreditarlas. A mujeres famosas como Whitney Houston, Britney Spears, Amanda Bynes, Janet Jackson, Monica Lewinsky y Meghan Markle se las ha empujado hasta el límite con dicho escrutinio y la inadmisible expectativa de que endurezcan su piel ante el escarnio, la falta de respeto, los insultos y las bromas. Aunque luego, mucho después de estas humillaciones públicas, se reexamine y condene cómo se las trató, los míseros actos de contrición pública son insuficientes y llegan demasiado tarde. El daño está hecho.

La violencia siempre está mal y resuelve muy poco. Smith tenía muchas mejores opciones que no pasaban por ponerle las manos encima a otra persona delante del mundo entero. La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas abrió una investigación sobre el incidente la tarde del lunes, y Smith se disculpó con Rock y con el mundo esa misma noche a través de Instagram.

Aun así, Smith vio seguramente el dolor de su mujer, y es posible que él mismo experimentara un momento de fragilidad, de piel fina. En sus memorias, Will, el actor escribe sobre la culpa que sentía porque, de niño, no pudo proteger a su madre del maltrato de su padre. La pulla de Rock no fue en modo alguno lo mismo que la violencia doméstica, pero entiendo que Smith no fuera capaz de aceptar esa broma a costa de su esposa, dadas las capas de contexto y las historias públicas y privadas que preludiaron esa noche.

Estoy intentando respetar un espacio para todas esas capas: el cansancio de Pinkett Smith por ser objeto de bromas, la serie de malas decisiones de Smith y el intento de Rock de mantener la compostura al instante de haber sido objeto de violencia. Lamentablemente, el incidente se ha convertido en una especie de test de Rorschach sobre el cual la gente proyecta sus antecedentes, opiniones y afinidades. Y lo que se pierde de vista en el discurso es que, por muy decepcionante que fuese el incidente, también fue un raro momento de defensa pública de una mujer negra.

También presenciamos un ejemplo, la semana pasada, de una mujer obligada a tener una piel increíblemente dura y que en gran medida se quedó sin defensa. Durante las vistas de confirmación de la jueza Ketanji Brown Jackson para la Corte Suprema de Estados Unidos, la distinguida jurista soportó toda clase de insultos, racismo y misoginia de los senadores republicanos que formularon preguntas ridículas que, en realidad, aprovecharon como oportunidad para pavonearse. La jueza Jackson fue aplaudida en muchos círculos por su calma y su compostura.

Para muchas mujeres negras, fue un espectáculo doloroso, porque sabemos lo que es experimentar ese tipo de escrutinios, interrogatorios y faltas de respeto en los entornos personales y profesionales. Sabemos lo que es resistir el escrutinio sin ninguna intervención. Entendimos que la única manera de proceder para la jueza Jackson era mantenerse serena, estoica, impermeable. También reparamos en que, salvo el senador Cory Booker, los demócratas no protegieron a la candidata de su presidente. Al parecer, el Comité Judicial del Senado valoró más el decoro que la dignidad de la jueza Jackson.

También se pudo ver la piel fina en los Premios de la Crítica Cinematográfica de 2022, cuando la directora Jane Campion hizo la extraña afirmación de que las estrellas del tenis Venus y Serena Williams “no juegan contra los hombres, como yo tengo que hacer”. Sea lo que fuere lo que la llevó a decir esas palabras tan extrañas, innecesarias e incorrectas —es obvio que Campion no las tenía previstas, y que era presa de la adrenalina del momento—, obligó a las hermanas a tener la piel dura, a aceptar la broma a su costa. Cuando las captaron las cámaras, las hermanas Williams sonrieron extrañadas y mantuvieron la compostura. Después —Campion se disculpó al día siguiente—, fueron inconmensurablemente corteses. Su dura piel resistió, como lo ha hecho ante innumerables e incalificables insultos y lo hará muchas veces más. No debería ser así.

Sí, todas ellas son figuras públicas. Ser refractarios a las críticas y al escarnio es una necesidad para los famosos o para cualquiera con exposición pública. Pero no importa lo dura que tengas la piel o lo protegido que estés por la riqueza, la fama y el poder: que se rían de ti no tiene gracia. A veces, es intolerable. Cuando van siempre contra ti —las bromas, los insultos, las descortesías y cosas peores—, como le ocurre a la mayoría de las mujeres negras, la piel que llevamos toda una vida endureciendo podría hacerse pedazos. Solo somos humanas, y lo son, también, las personas que nos quieren.

Roxane Gay (@RGay) es escritora de la sección de Opinión de The New York Times. Es autora de los libros AyitiMala feministaMujeres difíciles y Hambre, entre otros libros. Escribe el boletín The Audacity y presenta el pódcast The Roxane Gay Agenda.

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Por: Roxane Gay

Esta no es una defensa de Will Smith, quien no necesita que yo lo defienda.El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.

En su lugar, esto es una defensa de la piel fina. Es una defensa de los límites y de ser humanos y de hacer respetar los límites de uno. Es un rechazo de la incesante valorización de aceptar una broma, de tener sentido del humor. Es un rechazo de que se espere que nos tomemos a risa todo lo que la gente quiera decirnos y hacernos.

Pienso mucho en que se nos pide constantemente que tengamos la piel cada vez menos fina. Endurécete, se nos dice, seamos quienes seamos, hayamos pasado por lo que hayamos pasado o estemos pasando. Deja de ser tan frágil y sensible. Relájate.

No estoy hablando de las críticas constructivas o de pedir que se rindan cuentas, sino del intenso escrutinio y los comentarios innecesarios con que tienen que lidiar las personas cuando contrarían las expectativas de los demás de un modo u otro.

¿A quién beneficia toda esta piel dura? A quienes quieren comportarse con impunidad. Si quienes son objeto de sus burlas tuvieran la piel menos fina, sus agresores podrían decir o hacer lo que les plazca. Si todos tuviésemos la más dura de las pieles, nadie tendría que asumir la responsabilidad por las crueldades, las grandes y las pequeñas. Es una idea atractiva para algunos, supongo.

La piel dura suele salir a colación en el contexto de la comedia. Bien hecha, la comedia puede ofrecer observaciones ingeniosas y mordaces sobre las flaquezas humanas. Puede obligarnos a mirarnos en el espejo y a ser sinceros con nosotros mismos, a reírnos y seguir adelante. Hecha no tan bien, puede dejar a quienes toma como objeto escocidos, vulnerables y heridos, no de muerte, pero heridos.

No tendría ni que decir que los cómicos son libres de decir lo que les plazca. Larga vida a las licencias creativas y a la libertad de expresión. Pero debería ser evidente que quienes son objeto de bromas e insultos tienen todo el derecho a reaccionar y responder. Existe la extraña idea de que hay una nobleza en tolerar o, mejor aún, incluso disfrutar del humor que ataca quién eres, qué haces o qué aspecto tienes; que la libertad de expresión conlleva la obligación de poner la otra mejilla, de estar por encima y tomártelo todo a risa. Lo vemos a menudo cuando los cómicos quieren hacer chistes sobre la raza, la agresión sexual, la violencia de género u otros problemas que, para quienes los experimentan, no tienen demasiada gracia. Si no puedes reírte con ello, no tienes sentido del humor. Tienes la piel muy fina. Eres un problema.

He dejado de aspirar a tener una piel menos fina, y ya no la espero ni admiro de los demás. Porque, a veces, las personas no pueden aceptar una broma. En algunas situaciones, sí: nos falta sentido del humor. Si se nos endurece mucho la piel, no sentiremos nada en absoluto, que es lo menos razonable que cabe esperar. Y no sabremos que se nos ha hecho daño o se nos ha herido hasta que sea demasiado tarde.

Durante la emisión de los Oscar de 2022, el cómico Chris Rock hizo una broma sobre el pelo rapado de Jada Pinkett Smith. “Jada, te adoro”, dijo. “G. I. Jane 2: estoy deseando verla”. El público, incluido el marido de Pinkett Smith, Will Smith, se rio, pero ella puso los ojos en blanco y gesto desencajado. Su piel dura se resquebrajó.

Probablemente sepan lo que sucedió instantes después: Smith se dirigió al escenario de los Oscar, le dio una bofetada a Rock, volvió a su asiento y después le gritó a Rock que sacara de su boca el nombre de su esposa. Smith volvió a repetirlo por si acaso, con una palabra malsonante. Las risas se convirtieron en risitas nerviosas, luego en un silencio estupefacto. No estaba claro si esto era parte de la vida real, y entonces todo fue evidente: lo que estábamos presenciando era a una persona que no aceptaba la broma. Estábamos viendo una piel que se había ablandado hasta no haber piel.

Pinkett Smith padece alopecia, una enfermedad que provoca la pérdida del cabello y que afecta desproporcionadamente a las mujeres negras. Rock tuvo muy mal gusto al burlarse de su pelo. Ha dicho que no sabía lo de su alopecia, pero probablemente sabía al menos que el chiste escocería, puesto que produjo el documental Good Hair, que trata sobre las mujeres negras y sus relaciones, a menudo tirantes, con su cabello.

Pinkett Smith ha hablado sin tapujos sobre su lucha con la pérdida del cabello, difícil para cualquiera, pero especialmente dura en el mundo de los famosos, tan sexista y preocupado por la imagen, de Estados Unidos, donde las mujeres, sobre todo, soportan una interminable letanía de comentarios sobre su aspecto, la indumentaria que eligen, sus relaciones personales y cualquier otra cosa que la gente pueda encontrar para desacreditarlas. A mujeres famosas como Whitney Houston, Britney Spears, Amanda Bynes, Janet Jackson, Monica Lewinsky y Meghan Markle se las ha empujado hasta el límite con dicho escrutinio y la inadmisible expectativa de que endurezcan su piel ante el escarnio, la falta de respeto, los insultos y las bromas. Aunque luego, mucho después de estas humillaciones públicas, se reexamine y condene cómo se las trató, los míseros actos de contrición pública son insuficientes y llegan demasiado tarde. El daño está hecho.

La violencia siempre está mal y resuelve muy poco. Smith tenía muchas mejores opciones que no pasaban por ponerle las manos encima a otra persona delante del mundo entero. La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas abrió una investigación sobre el incidente la tarde del lunes, y Smith se disculpó con Rock y con el mundo esa misma noche a través de Instagram.

Aun así, Smith vio seguramente el dolor de su mujer, y es posible que él mismo experimentara un momento de fragilidad, de piel fina. En sus memorias, Will, el actor escribe sobre la culpa que sentía porque, de niño, no pudo proteger a su madre del maltrato de su padre. La pulla de Rock no fue en modo alguno lo mismo que la violencia doméstica, pero entiendo que Smith no fuera capaz de aceptar esa broma a costa de su esposa, dadas las capas de contexto y las historias públicas y privadas que preludiaron esa noche.

Estoy intentando respetar un espacio para todas esas capas: el cansancio de Pinkett Smith por ser objeto de bromas, la serie de malas decisiones de Smith y el intento de Rock de mantener la compostura al instante de haber sido objeto de violencia. Lamentablemente, el incidente se ha convertido en una especie de test de Rorschach sobre el cual la gente proyecta sus antecedentes, opiniones y afinidades. Y lo que se pierde de vista en el discurso es que, por muy decepcionante que fuese el incidente, también fue un raro momento de defensa pública de una mujer negra.

También presenciamos un ejemplo, la semana pasada, de una mujer obligada a tener una piel increíblemente dura y que en gran medida se quedó sin defensa. Durante las vistas de confirmación de la jueza Ketanji Brown Jackson para la Corte Suprema de Estados Unidos, la distinguida jurista soportó toda clase de insultos, racismo y misoginia de los senadores republicanos que formularon preguntas ridículas que, en realidad, aprovecharon como oportunidad para pavonearse. La jueza Jackson fue aplaudida en muchos círculos por su calma y su compostura.

Para muchas mujeres negras, fue un espectáculo doloroso, porque sabemos lo que es experimentar ese tipo de escrutinios, interrogatorios y faltas de respeto en los entornos personales y profesionales. Sabemos lo que es resistir el escrutinio sin ninguna intervención. Entendimos que la única manera de proceder para la jueza Jackson era mantenerse serena, estoica, impermeable. También reparamos en que, salvo el senador Cory Booker, los demócratas no protegieron a la candidata de su presidente. Al parecer, el Comité Judicial del Senado valoró más el decoro que la dignidad de la jueza Jackson.

También se pudo ver la piel fina en los Premios de la Crítica Cinematográfica de 2022, cuando la directora Jane Campion hizo la extraña afirmación de que las estrellas del tenis Venus y Serena Williams “no juegan contra los hombres, como yo tengo que hacer”. Sea lo que fuere lo que la llevó a decir esas palabras tan extrañas, innecesarias e incorrectas —es obvio que Campion no las tenía previstas, y que era presa de la adrenalina del momento—, obligó a las hermanas a tener la piel dura, a aceptar la broma a su costa. Cuando las captaron las cámaras, las hermanas Williams sonrieron extrañadas y mantuvieron la compostura. Después —Campion se disculpó al día siguiente—, fueron inconmensurablemente corteses. Su dura piel resistió, como lo ha hecho ante innumerables e incalificables insultos y lo hará muchas veces más. No debería ser así.

Sí, todas ellas son figuras públicas. Ser refractarios a las críticas y al escarnio es una necesidad para los famosos o para cualquiera con exposición pública. Pero no importa lo dura que tengas la piel o lo protegido que estés por la riqueza, la fama y el poder: que se rían de ti no tiene gracia. A veces, es intolerable. Cuando van siempre contra ti —las bromas, los insultos, las descortesías y cosas peores—, como le ocurre a la mayoría de las mujeres negras, la piel que llevamos toda una vida endureciendo podría hacerse pedazos. Solo somos humanas, y lo son, también, las personas que nos quieren.

Roxane Gay (@RGay) es escritora de la sección de Opinión de The New York Times. Es autora de los libros AyitiMala feministaMujeres difíciles y Hambre, entre otros libros. Escribe el boletín The Audacity y presenta el pódcast The Roxane Gay Agenda.

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