Por Lluís Foix
Hay una visión urbana, funcionarial y política de la ruralidad que acaba imponiéndose ante la indefensión de los que quedan en el territorio, lo cuidan, lo cultivan y lo conocen mejor que nadie. Hay un sentimiento imborrable de arraigo y pertenencia a la tierra.
El abandono de la agricultura y la ganadería no solo tiene efectos económicos negativos para la sostenibilidad ambiental y climática sino que cada vez somos menos autosuficientes y dependientes de los productos que vienen de fuera imponiendo políticas de precios dictados por inversores cuyo principal objetivo es el lucro.
Se precisan soluciones imaginativas para mantener la habitabilidad estable del mundo rural
Los tres productos mediterráneos históricos como son el aceite, el vino y los cereales se pagan al agricultor al mismo precio que hace veinte años. Las causas de la despoblación rural son muchas y complejas. Pero los intentos para repoblar el país vaciado se proyectan desde departamentos oficiales sin tener en cuenta la experiencia y la sabiduría acumulada de muchas generaciones que han mantenido con la tierra una relación estrecha, patrimonial, casi mística.
Conozco bien a Ramon Cornellana que en plena temporada de pastoreo en Farrera (Pallars Sobirà) ha decidido retirar sus 450 ovejas y llevarlas a Puiggròs (Les Garrigues) porque en dos días de finales de junio dos osos mataron a diez de sus ovejas. Los Cornellana pastoreaban en Farrera desde hace más de un siglo. Recuerdo la trashumancia que emprendían al comenzar el verano desde las planicies de Les Garrigues hasta llegar a Farrera al cabo de varios días. Ahora lo hacían con camiones. Los osos se reimplantaron en el Pirineo en 1992. Una pareja primeriza ha ido reproduciéndose en las dos vertientes de la cordillera y en estos momentos rozan el centenar de ejemplares. El oficio de pastor a campo abierto ha desaparecido. Ramon no volverá con las ovejas a Farrera donde los Cornellana tienen casa desde hace varias generaciones. El oso ha ganado la batalla al pastor.
Desde los organismos oficiales se le dijo que le pagarían el coste de las ovejas desaparecidas, pero que tenía que pastorear el rebaño protegido por verjas con vibraciones eléctricas y con perros suficientes para ahuyentar al oso.
“Lo que no tiene precio”, me contó Ramon cuando decidió llevarse las ovejas de Farrera, “es mi relación profesional y sentimental con una tierra en la que ya mi bisabuelo empezó a apacentar un pequeño rebaño por unas montañas que miran a la Pica d’Estats desde la distancia”. Los Cornellana pasaban todo el verano en Farrera y ahora irán de vez en cuando. La visión urbanita de cómo tiene que ser el mundo rural va despoblando paulatinamente a nuestros pequeños pueblos que pierden la cultura propia, las costumbres y la historia secular que han acumulado.
Otro caso que desespera a los agricultores es la plaga de conejos que ha destruido cosechas de cereales, ha hecho el anillo letal en el tronco de árboles jóvenes y han dañado a amplias partidas de viñedos. Ha habido varias manifestaciones de afectados con un eco mínimo en la opinión pública. Se van a autorizar batidas, pero no son suficientes. Soltar varias docenas de zorros o introducir buitres o águilas sería una solución razonable. Pero los criterios medioambientales son tan rígidos que no admiten revisiones.
En el año 2010 había 26.836 agricultores censados en Catalunya. Ahora hay 22.233 con tendencia a la baja. La ruralidad en su sentido más genuino está retrocediendo respecto a la visión urbana de la vida en los pueblos. Pienso que es un error que, si no se pone remedio, será irreversible. Pensemos que una de las crisis más potentes que se avecinan es la alimentaria en el ámbito global. El campo necesita subsistir no solo para remediar las dificultades de los agricultores sino porque es un bien de interés público que será cada vez más imprescindible.
El turismo rural es una ayuda para que muchos pueblos puedan evitar la despoblación progresiva. Pero topamos también con la Administración y sus planes urbanísticos, que son de una rigidez extrema. En muchos sitios no se pueden construir viviendas nuevas porque no hay espacio edificable. Hay que encontrar soluciones razonables, estéticas e imaginativas si de verdad se quiere mantener el patrimonio cultural, histórico y productivo de nuestra tierra. Hay que contar con la opinión de los que han mantenido viva la vida rural a pesar de todas las adversidades.
Fuente: La Vanguardia.