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El mundo tiene que elegir: cooperar o colapsar

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Es un impulso natural humano, y político, retraernos cuando nos amenaza una crisis que parece escapar a nuestro control. El mundo se está enfrentando a varias de esas tensiones a la vez: la escasez de alimentos, la inflación, la persistencia de la COVID-19 y los efectos del calentamiento global. En conjunto, amenazan la estabilidad y la prosperidad de los países en todo el mundo. Esa amenaza podría acelerar el repliegue ante la globalización y la cooperación internacional que muchos países han iniciado ya.

Esta no es la lección que se debe sacar. La COVID-19, el cambio climático y, ahora, el fantasma de una crisis alimentaria global demuestran claramente que los problemas del mundo están muy ligados entre sí, como también las soluciones. El poder de la cooperación ha quedado patente en la respuesta coordinada a la agresión de Rusia. Se necesita más cooperación, y no menos, para abrirnos camino en otras crisis y poder avanzar.

Esto se puede aplicar incluso a la inflación, un agudo problema que los estadounidenses, como muchas personas en otros países, esperan que sus gobiernos nacionales resuelvan. La inflación es ahora más alta que en cualquier otro momento desde principios de la década de 1980, lo que significa que muchas personas no pueden permitirse seguir comprando los mismos productos y servicios. Los republicanos han intentado culpar al gobierno federal del aumento de los precios, por haber sobreestimulado la economía nacional con fondos de ayuda para responder a la pandemia, y los analistas económicos coinciden, en general, en que este ha sido uno de los factores.

El banco central de Estados Unidos, la Reserva Federal (Fed, como se le conoce en EE. UU.), responsable de mantener a raya la inflación, fue inicialmente lenta en su reacción. Pero ahora está actuando con urgencia para encarecer los créditos y, de ese modo, enfriar la demanda de productos y servicios. El 15 de junio, la Fed elevó su tipo de interés de referencia en 0,75 puntos porcentuales, una subida atípicamente fuerte.

La alta inflación en otras economías desarrolladas subraya que el aumento de los precios es un fenómeno global, causado en gran parte por las interrupciones mundiales en el suministro de combustible, alimentos y otras mercancías. A medida que la Fed ponga coto a la demanda, el gobierno de Biden puede paliar las dificultades económicas con medidas que amplíen la disponibilidad de los productos y servicios. Algunos de los obstáculos son internos: Estados Unidos debe proponerse en serio construir más vivienda, por ejemplo, que para la mayoría de las familias estadounidenses supone el gasto más alto.

Otros son globales: la Casa Blanca debe arrimar el hombro en la tarea de aumentar la producción global de energía, fomentando la extracción de combustibles fósiles a corto plazo e invirtiendo en el desarrollo de fuentes de energía sostenibles. También hemos hecho un llamamiento al presidente Biden para que acabe con los aranceles a las importaciones chinas, una medida que el gobierno ya está considerando, según las informaciones.

Estados Unidos puede ayudarse a sí mismo y al resto del mundo trabajando con otros países —en especial los de África, Medio Oriente y el sur de Asia que corren un mayor riesgo— para abordar una inminente y grave crisis alimentaria. El desabastecimiento ya es muy acusado en algunas partes de África, y algunas de las razones son bien conocidas: las temperaturas extremas a causa del cambio climático, los estragos económicos de la COVID-19 y la desigualdad de los recursos. Pero la cruel guerra rusa contra Ucrania ha generado un nuevo y abrumador problema.

Ucrania es la cuarta mayor exportadora de grano y semillas del mundo, sobre todo maíz y trigo, pero, con sus puertos ocupados o bloqueados por Rusia, su capacidad de exportación se ha reducido drásticamente. Es esencial poner en circulación el grano ucraniano. Gran parte de él se destina normalmente a los países en desarrollo que se enfrentan a la escasez de alimentos más grave, y hay que vaciar los silos ucranianos para dejar espacio al grano que está a punto de ser cosechado.

A eso hay que sumarle otros factores relacionados con la guerra: las sanciones contra Bielorrusia y Rusia que han reducido el suministro mundial de un fertilizante fundamental, la potasa; los graneros destruidos por los bombardeos rusos; los países que, como India, suspenden la mayor parte de sus exportaciones de trigo para asegurarse, comprensiblemente, de cubrir su propia necesidad; y es obvio que la guerra de Vladimir Putin está teniendo unas repercusiones devastadoras en el abastecimiento y el precio de los alimentos mucho más allá de las fronteras de Ucrania.

Las Naciones Unidas dicen que alrededor de 25 millones de toneladas de granos están actualmente en Ucrania sin poder salir.
Las Naciones Unidas dicen que alrededor de 25 millones de toneladas de granos están actualmente en Ucrania sin poder salir.Credit…Efrem Lukatsky/Associated Press

Como ocurre demasiado a menudo, son los países más pobres los que se llevan el golpe más duro, y la historia demuestra que el hambre puede volverse letal rápidamente. Nigeria, Somalia, Etiopía, Egipto y Yemen ya están sufriendo penurias a causa de la escasez de alimentos, como señala The Washington Post; el aumento de los precios ha provocado protestas en Argentina, Indonesia, Túnez y Sri Lanka, entre otros países.

Lo que más limita la exportación de grano ucraniano es la incapacidad del país de utilizar su principal puerto en el mar Negro, el de Odesa. Ucrania ha intentado exportar su grano por carretera, por ferrocarril y por río, pero estos métodos permiten una carga muy inferior a la que se podría exportar a través de los puertos ucranianos. Antes de la invasión rusa, Ucrania exportaba una media de 3,5 millones de toneladas de grano al mes. Esa cifra cayó hasta las 300.000 toneladas en marzo y en abril aumentó a poco más de un millón de toneladas.

Odesa podría asumir ese volumen, y sigue bajo el control ucraniano. El problema son los buques de guerra y las minas que impiden el transporte marítimo. Rusia ha dicho que está dispuesta a abrir un corredor seguro para la salida de Odesa, pero que esperaría que, a cambio, se levantaran algunas sanciones. Estados Unidos y sus aliados se han resistido a levantar cualquier sanción; los ucranianos dicen que no se puede confiar en Rusia.

El tiempo se acaba. La cosecha de trigo del invierno está ya madura, y, según los cálculos de las Naciones Unidas, hasta 25 millones de toneladas de grano podrían echarse a perder en Ucrania si no se exportan pronto. Incluso con un acuerdo inmediato para despejar el camino a Odesa, se necesitarían semanas para organizar una flotilla dispuesta a correr el riesgo de entrar en una zona de guerra y pagar el seguro y la escolta necesarios. Si se utilizaran los barcos de la OTAN, surgiría el peligro de una confrontación directa con los buques de guerra rusos, cosa que los aliados occidentales se han propuesto evitar.

El secretario general de la ONU, António Guterres, ha declaradoque “no hay una solución efectiva para la crisis alimentaria sin reintegrar la producción agrícola de Ucrania y la producción de alimentos de Rusia y Bielorrusia en los mercados mundiales, a pesar de la guerra”. Sugirió, de hecho, que Estados Unidos y Europa relajen las sanciones existentes contra las exportaciones agrícolas rusa y bielorrusa a cambio de permitir que el grano ucraniano llegue sin trabas al resto del mundo.

Es encomiable que se intente anteponer el suministro mundial de alimentos a las exigencias del conflicto, pero la suavización de las sanciones que pide Rusia —las impuestas a las exportaciones y las transacciones económicas rusas, como dijo el viceministro de Exteriores, Andréi Rudenko, en los medios estatales— sería ceder ante la agresión de Rusia y a su intento de chantaje humanitario.

Lo que sí podría funcionar es que los países que pueden verse más afectados por la crisis dirijan a Putin un llamamiento conjunto. Putin ya ha mantenido reuniones bilaterales con los dirigentes de Turquía, Israel y la Unión Africana, entre otros, y ha insistidopúblicamente en que los únicos responsables de que surja una crisis mundial de alimentos y energía son la codicia de Occidente y las sanciones occidentales. Repitió enfáticamente ese mensaje en un discurso pronunciado el viernes en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, y culpó a Estados Unidos de la inestabilidad mundial.

Sin embargo, quizá le resulte más difícil desoír un llamamiento de los países amenazados por el hambre, y en especial el de aquellos que hasta ahora se han resistido a las presiones occidentales para que contribuyan al ostracismo de Rusia. Estados Unidos debería alentar y apoyar ese llamamiento, que haría que estos países se involucraran al servicio de sus propios intereses críticos. Y si ese llamamiento incluye una propuesta para proporcionarles escolta a los barcos con bandera ucraniana, Ucrania podría sentir menos desconfianza.

Existe una acuciante escasez de confianza y cooperación internacional, pero es la única manera de salir de cualquiera de estas crisis entrelazadas. El gobierno de Biden debería verlo como un momento crítico para el liderazgo de Estados Unidos en el mundo, y dar un paso adelante para afrontarlo.

Fuente: NYT

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Es un impulso natural humano, y político, retraernos cuando nos amenaza una crisis que parece escapar a nuestro control. El mundo se está enfrentando a varias de esas tensiones a la vez: la escasez de alimentos, la inflación, la persistencia de la COVID-19 y los efectos del calentamiento global. En conjunto, amenazan la estabilidad y la prosperidad de los países en todo el mundo. Esa amenaza podría acelerar el repliegue ante la globalización y la cooperación internacional que muchos países han iniciado ya.

Esta no es la lección que se debe sacar. La COVID-19, el cambio climático y, ahora, el fantasma de una crisis alimentaria global demuestran claramente que los problemas del mundo están muy ligados entre sí, como también las soluciones. El poder de la cooperación ha quedado patente en la respuesta coordinada a la agresión de Rusia. Se necesita más cooperación, y no menos, para abrirnos camino en otras crisis y poder avanzar.

Esto se puede aplicar incluso a la inflación, un agudo problema que los estadounidenses, como muchas personas en otros países, esperan que sus gobiernos nacionales resuelvan. La inflación es ahora más alta que en cualquier otro momento desde principios de la década de 1980, lo que significa que muchas personas no pueden permitirse seguir comprando los mismos productos y servicios. Los republicanos han intentado culpar al gobierno federal del aumento de los precios, por haber sobreestimulado la economía nacional con fondos de ayuda para responder a la pandemia, y los analistas económicos coinciden, en general, en que este ha sido uno de los factores.

El banco central de Estados Unidos, la Reserva Federal (Fed, como se le conoce en EE. UU.), responsable de mantener a raya la inflación, fue inicialmente lenta en su reacción. Pero ahora está actuando con urgencia para encarecer los créditos y, de ese modo, enfriar la demanda de productos y servicios. El 15 de junio, la Fed elevó su tipo de interés de referencia en 0,75 puntos porcentuales, una subida atípicamente fuerte.

La alta inflación en otras economías desarrolladas subraya que el aumento de los precios es un fenómeno global, causado en gran parte por las interrupciones mundiales en el suministro de combustible, alimentos y otras mercancías. A medida que la Fed ponga coto a la demanda, el gobierno de Biden puede paliar las dificultades económicas con medidas que amplíen la disponibilidad de los productos y servicios. Algunos de los obstáculos son internos: Estados Unidos debe proponerse en serio construir más vivienda, por ejemplo, que para la mayoría de las familias estadounidenses supone el gasto más alto.

Otros son globales: la Casa Blanca debe arrimar el hombro en la tarea de aumentar la producción global de energía, fomentando la extracción de combustibles fósiles a corto plazo e invirtiendo en el desarrollo de fuentes de energía sostenibles. También hemos hecho un llamamiento al presidente Biden para que acabe con los aranceles a las importaciones chinas, una medida que el gobierno ya está considerando, según las informaciones.

Estados Unidos puede ayudarse a sí mismo y al resto del mundo trabajando con otros países —en especial los de África, Medio Oriente y el sur de Asia que corren un mayor riesgo— para abordar una inminente y grave crisis alimentaria. El desabastecimiento ya es muy acusado en algunas partes de África, y algunas de las razones son bien conocidas: las temperaturas extremas a causa del cambio climático, los estragos económicos de la COVID-19 y la desigualdad de los recursos. Pero la cruel guerra rusa contra Ucrania ha generado un nuevo y abrumador problema.

Ucrania es la cuarta mayor exportadora de grano y semillas del mundo, sobre todo maíz y trigo, pero, con sus puertos ocupados o bloqueados por Rusia, su capacidad de exportación se ha reducido drásticamente. Es esencial poner en circulación el grano ucraniano. Gran parte de él se destina normalmente a los países en desarrollo que se enfrentan a la escasez de alimentos más grave, y hay que vaciar los silos ucranianos para dejar espacio al grano que está a punto de ser cosechado.

A eso hay que sumarle otros factores relacionados con la guerra: las sanciones contra Bielorrusia y Rusia que han reducido el suministro mundial de un fertilizante fundamental, la potasa; los graneros destruidos por los bombardeos rusos; los países que, como India, suspenden la mayor parte de sus exportaciones de trigo para asegurarse, comprensiblemente, de cubrir su propia necesidad; y es obvio que la guerra de Vladimir Putin está teniendo unas repercusiones devastadoras en el abastecimiento y el precio de los alimentos mucho más allá de las fronteras de Ucrania.

Las Naciones Unidas dicen que alrededor de 25 millones de toneladas de granos están actualmente en Ucrania sin poder salir.
Las Naciones Unidas dicen que alrededor de 25 millones de toneladas de granos están actualmente en Ucrania sin poder salir.Credit…Efrem Lukatsky/Associated Press

Como ocurre demasiado a menudo, son los países más pobres los que se llevan el golpe más duro, y la historia demuestra que el hambre puede volverse letal rápidamente. Nigeria, Somalia, Etiopía, Egipto y Yemen ya están sufriendo penurias a causa de la escasez de alimentos, como señala The Washington Post; el aumento de los precios ha provocado protestas en Argentina, Indonesia, Túnez y Sri Lanka, entre otros países.

Lo que más limita la exportación de grano ucraniano es la incapacidad del país de utilizar su principal puerto en el mar Negro, el de Odesa. Ucrania ha intentado exportar su grano por carretera, por ferrocarril y por río, pero estos métodos permiten una carga muy inferior a la que se podría exportar a través de los puertos ucranianos. Antes de la invasión rusa, Ucrania exportaba una media de 3,5 millones de toneladas de grano al mes. Esa cifra cayó hasta las 300.000 toneladas en marzo y en abril aumentó a poco más de un millón de toneladas.

Odesa podría asumir ese volumen, y sigue bajo el control ucraniano. El problema son los buques de guerra y las minas que impiden el transporte marítimo. Rusia ha dicho que está dispuesta a abrir un corredor seguro para la salida de Odesa, pero que esperaría que, a cambio, se levantaran algunas sanciones. Estados Unidos y sus aliados se han resistido a levantar cualquier sanción; los ucranianos dicen que no se puede confiar en Rusia.

El tiempo se acaba. La cosecha de trigo del invierno está ya madura, y, según los cálculos de las Naciones Unidas, hasta 25 millones de toneladas de grano podrían echarse a perder en Ucrania si no se exportan pronto. Incluso con un acuerdo inmediato para despejar el camino a Odesa, se necesitarían semanas para organizar una flotilla dispuesta a correr el riesgo de entrar en una zona de guerra y pagar el seguro y la escolta necesarios. Si se utilizaran los barcos de la OTAN, surgiría el peligro de una confrontación directa con los buques de guerra rusos, cosa que los aliados occidentales se han propuesto evitar.

El secretario general de la ONU, António Guterres, ha declaradoque “no hay una solución efectiva para la crisis alimentaria sin reintegrar la producción agrícola de Ucrania y la producción de alimentos de Rusia y Bielorrusia en los mercados mundiales, a pesar de la guerra”. Sugirió, de hecho, que Estados Unidos y Europa relajen las sanciones existentes contra las exportaciones agrícolas rusa y bielorrusa a cambio de permitir que el grano ucraniano llegue sin trabas al resto del mundo.

Es encomiable que se intente anteponer el suministro mundial de alimentos a las exigencias del conflicto, pero la suavización de las sanciones que pide Rusia —las impuestas a las exportaciones y las transacciones económicas rusas, como dijo el viceministro de Exteriores, Andréi Rudenko, en los medios estatales— sería ceder ante la agresión de Rusia y a su intento de chantaje humanitario.

Lo que sí podría funcionar es que los países que pueden verse más afectados por la crisis dirijan a Putin un llamamiento conjunto. Putin ya ha mantenido reuniones bilaterales con los dirigentes de Turquía, Israel y la Unión Africana, entre otros, y ha insistidopúblicamente en que los únicos responsables de que surja una crisis mundial de alimentos y energía son la codicia de Occidente y las sanciones occidentales. Repitió enfáticamente ese mensaje en un discurso pronunciado el viernes en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, y culpó a Estados Unidos de la inestabilidad mundial.

Sin embargo, quizá le resulte más difícil desoír un llamamiento de los países amenazados por el hambre, y en especial el de aquellos que hasta ahora se han resistido a las presiones occidentales para que contribuyan al ostracismo de Rusia. Estados Unidos debería alentar y apoyar ese llamamiento, que haría que estos países se involucraran al servicio de sus propios intereses críticos. Y si ese llamamiento incluye una propuesta para proporcionarles escolta a los barcos con bandera ucraniana, Ucrania podría sentir menos desconfianza.

Existe una acuciante escasez de confianza y cooperación internacional, pero es la única manera de salir de cualquiera de estas crisis entrelazadas. El gobierno de Biden debería verlo como un momento crítico para el liderazgo de Estados Unidos en el mundo, y dar un paso adelante para afrontarlo.

Fuente: NYT

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