Por Pablo McKinney.
El pasado sábado, en Manzanillo, junto a un pequeño grupo de colegas periodistas, tuvimos la oportunidad de desayunar con el presidente Luis Abinader y, sin censura de ningún tipo, repasar los temas de la agenda nacional.
Abinader dedicó casi todo el fin de semana a la provincia de Monte Cristi en donde todo parece indicar que esta vez una alianza público-privada con un grupo de inversionistas con visión de país “y un par” para asumir los riesgos, podrán hacer realidad el viejo sueño montecristeño de reencontrar el esplendor perdido, que trae al recuerdo la firma del Manifiesto para la liberación de Cuba, donde Martí sólo pudo ofrecerle y le ofreció al más grande e invicto militar latinoamericano de todos los tiempos, Máximo Gómez Báez, nada más que “la probable ingratitud de los hombres”.
En 24 horas, Abinader encabezó el inicio de una planta de generación de 800 megas que será la salvación del suministro energético de toda la región, además de diversificar la matriz energética nacional con gas natural; y dio inicio a la construcción del esperado muelle de Manzanillo y el Hotel Super 8, lugar del encuentro.
De lo tratado con Abinader, rescato su firme decisión de resistir las presiones para que el país acoja “temporalmente” a ciudadanos haitianos en campos de refugiados, con la agravante de que nueve de cada diez de los ciudadanos del hermano país calificarían como refugiados económicos y el resto como refugiados políticos; así como su preocupación por la falta de documentos de identidad de los vecinos y la imposibilidad legal del Estado dominicano para documentarlos.
Al final, de tanto hablar del poder gubernamental, por iniciativa de Roberto Cavada pasamos a conversar sobre la edad verdadera de un hombre ante los poderes del amor tardío. Ahí quise yo hacer un aporte puramente literario, y fue ese el único momento de censura de los 83 minutos de conversación, y llegó con la recomendación de “no tocar esa tecla”. Pensé en Álvarez Bogaert y me callé.
Además del momento de “censura lamentable”, el otro momento conflictivo del recorrido fue la falta de una taza de café de greca durante todo el viernes, lo que vino a salvar la solidaridad del asistente gastronómico del presidente que, a su cuenta y riesgo, nos brindó una taza de café recién colado del termo presidencial. Deberían ascenderlo. ¡Dios se lo pague!
Fuente: Listín Diario.