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Disparos y bandidos hacen que en Haití la escuela sea un sueño imposible para los niños

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Las escuelas enfrentan un descenso en el número de profesores y personal, muchos de los cuales murieron o migraron. El país ha perdido alrededor de una cuarta parte de sus docentes.

Escrito Por: Frances Robles

La última vez que Faida Pierre, de 10 años, fue a la escuela, su madre la encontró varada en el tejado del edificio escolar, descalza y llorando, mientras una banda asaltaba los alrededores en el barrio céntrico de Puerto Príncipe.

El director y los docentes habían llamado a los padres para que recogieran a sus hijos cuando el sonido de los disparos se hizo más fuerte y se acercaron hombres armados. Entonces todos corrieron para salvar sus vidas. Pero, Faida se quedó sola.

El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.

“Había pánico”, recordó Faida, “y la gente salía corriendo del edificio. La gente decía que los bandidos habían atacado el barrio, así que los niños trataban de llegar a la azotea”.

Eso fue hace un año y, al igual que otros 300.000 niños de todo Haití, Faida, quien cursaba tercer grado, dejó de ir a la escuela.

Al ser despojados de su educación y de sus perspectivas de futuro, legiones de niños haitianos son las víctimas olvidadas de la violencia de las bandas que ha afectado al país: sin hogar, con hambre y, a menudo, siendo objetivos de reclutamiento por parte de los grupos armados de los que huyeron.

Dos niños se apoyan en una moto mientras miran hacia arriba. También se ven otras motocicletas.
Faida Pierre, izquierda, en el edificio de la escuela que se convirtió en refugio temporal. Faida dejó la escuela de su barrio porque la violencia de las bandas había hecho que la zona fuera muy insegura.
Un montón de basura dentro de un patio.
Un residente limpiando montones de basura en la escuela Lycée Marie Jeanne de Puerto Príncipe. La violencia ha provocado que 300.000 niños haitianos hayan dejado de asistir a la escuela.

Muchas escuelas están cerradas porque se encuentran en zonas ocupadas por las bandas. Otras se han convertido en refugios de facto porque más de un millón de personas —aproximadamente el 10 por ciento de la población del país— han abandonado sus hogares debido a las pandillas que tomaron sus comunidades.

Después de que una oleada de violencia paralizó Puerto Príncipe, la capital, el pasado mes de febrero, los miembros de cerca de 15.000 hogares acudieron a los edificios gubernamentales y escolares en busca de protección, según UNICEF, la organización de defensa de la infancia de las Naciones Unidas, que también ha realizado un seguimiento del número de niños que no asisten a la escuela.

Incluso las familias cuyas escuelas permanecieron abiertas dijeron que no habían podido matricular a sus hijos porque no tenían dinero para pagar las cuotas escolares, los uniformes y los materiales. La mayoría de los niños de Haití asisten a escuelas privadas, pero las escuelas públicas también cobran cuotas modestas que muchas familias cuyas casas y negocios fueron quemados hasta los cimientos ya no pueden pagar.

Al mismo tiempo, decenas de miles de niños han abandonado Puerto Príncipe en busca de lugares más seguros en otros puntos de Haití, saturando las escuelas de varias comunidades.

Una persona sostiene contenedores de alimentos que van a ser distribuidos.
Platos de almuerzo entregados por el Programa Mundial de Alimentos que se distribuyen en la escuela. Alrededor de un millón de personas en Haití se han visto obligadas a abandonar sus hogares debido a la violencia de las bandas.
Un hombre sostiene un bate de béisbol con la mano derecha, mientras con la izquierda rodea el cuello de otro hombre.
Un hombre con un bate de béisbol intenta mantener el orden en un punto de distribución de alimentos en la escuela Lycée Marie Jeanne.

Las escuelas también han tenido que enfrentar un descenso en el número de profesores y personal, muchos de los cuales murieron o abandonaron el país. Las escuelas de Haití han perdido alrededor de una cuarta parte de sus profesores, según funcionarios del gobierno.

Además de las pérdidas educativas, estar fuera de la escuela les hace vulnerables a unirse a los mismos grupos armados que causan estragos en sus vidas. Los expertos calculan que hasta la mitad de los miembros de las bandas son menores.

En la provincia que se ubica Puerto Príncipe, 77.000 alumnos de noveno grado se presentaron al examen final estatal al final del año escolar 2023-24, lo que implica un descenso de 10.000 estudiantes con respecto al año anterior, según reportó el Ministerio de Educación. Como resultado, las autoridades estiman que unos 130.000 estudiantes de la región de la capital se retiraron de los 13 grados del sistema escolar durante el pasado año.

Los funcionarios dijeron que no habían podido hacer una evaluación completa de cuántos alumnos desertaron este año.

Si bien Faida no va a la escuela, sí vive en una. El padre de Faida murió en un ataque de una banda, dijo su madre, así que ella y Faida se unieron a las casi 5000 personas que viven en la escuela Lycée Marie Jeanne de Puerto Príncipe.

Cuando una reportera y una fotógrafa de The New York Times visitaron la escuela en otoño, Faida y su madre, Faroline Parice, dormían a la intemperie en un patio inundado de mosquitos y agua de lluvia.

Una mujer con gorro rojo de pie entre dos niños.
Faroline Parice en el minúsculo espacio al aire libre de la escuela Lycée Marie Jeanne donde duerme su familia.
Vista aérea de personas reunidas en torno a un grifo de agua llenando recipientes.
Gente reunida para conseguir agua en la escuela.

“Por la noche, a veces se despierta llorando”, dijo Parice. “Pregunta cuándo va a volver a la escuela”.

Wudley Beauge, de 17 años, y su hermana de 15, Sadora Damus, también estaban allí y han perdido más de un año de escuela.

Sadora sueña con ser jefa de policía, pero tendría que aprobar los exámenes de noveno grado para poder ingresar a la academia de policía, y dejó los estudios después de octavo. Wudley, que no pasó del décimo curso, quiere ser mecánico de automóviles.

Duermen en el suelo de un aula junto con una decena de personas.

“Mi primera prioridad sería regresar a la escuela porque cuando comparto mis objetivos con personas mayores que yo, me dicen: ‘Si quieres ser mecánico, debes volver a la escuela’”, dijo Wudley. “Mi familia no tiene dinero para enviarme a la escuela de mecánica”.

Una niña bajo un tendedero de ropa.
Sadora Damus, de 16 años, quiere ser jefa de policía, pero lleva más de un año sin poder ir a la escuela.
Una mujer sostiene la mano de un niño pequeño dentro de una habitación desordenada.
Soirilia Elpenord en el aula de la escuela Lycée Marie Jeanne donde vive su familia.

Su madre, Soirilia Elpenord, de 38 años, quiere que sus hijos vayan a la escuela, pero como su tienda de cosméticos y su casa fueron incendiadas por los pandilleros, la madre de cuatro hijos dijo que encontrar refugio era más importante que aprender.

“¿La escuela? No es una prioridad”, dijo. “Mi prioridad es sobrevivir. La principal prioridad de todos los padres de Haití ahora mismo es sobrevivir”.

UNICEF ha trabajado con el gobierno haitiano para brindar ayuda en efectivo a las familias necesitadas, pero da prioridad a aquellas cuyos hijos están matriculados en la escuela, y muchos padres dijeron que no cumplían los requisitos para recibir ayuda.

Bruno Maes, que recientemente dejó su cargo al frente de UNICEF en Haití, reconoció que no había fondos suficientes para ayudar a todas las familias, pero afirmó que más niños abandonarán la escuela si no reciben ayuda.

La situación educativa se complicó con los más de 100.000 estudiantes, principalmente de la capital, que se trasladaron al sur, donde la vida es relativamente tranquila.

Pero las escuelas no tenían plazas para ellos. Muchos estudiantes huyeron solo con la ropa que llevaban puesta y se presentaron sin actas de nacimiento, expedientes académicos ni ningún otro documento que demostrara en qué año iban.

“Hay falta de documentos, hay el impacto de la violencia que los obliga a huir, y luego no hay cupos en las escuelas, tampoco hay dinero y no pueden pagar”, dijo Maes. “El rango de los problemas que afectan a la mayoría de los niños es enorme”.

Dos niños pequeños de pie alrededor de unas lonas de plástico.
Mavence, de 4 años, y Vendredi, de 7, fuera de las carpas donde han estado viviendo sus familias en la escuela Lycée Marie Jeanne.
Se ve a una persona en la parte de atrás asomándose desde una lona de plástico.
Romain Mario bajo su carpa improvisada en la escuela.

Es mucho lo que está en juego: según UNICEF, el número de niños reclutados por las bandas el año pasado aumentó un 70 por ciento . Según los expertos, es habitual ver a niños de 7 años trabajando como vigías de las bandas.

Janine Morna, que investiga la situación de los niños en los conflictos armados para Amnistía Internacional, dijo que los jóvenes integrantes de las bandas de Haití a los que había entrevistado para un informe en preparación le contaron que se habían unido a ellas bajo amenazas o por desesperación económica. Las bandas suelen ofrecer una pequeña paga mensual o permiten que los miembros más jóvenes se queden con el cambio después de hacer mandados, dijo.

Ninguno de los menores que entrevistó estaba escolarizado.

“Sabemos que las escuelas pueden prevenir el reclutamiento manteniendo a los niños activos y participando”, dijo Morna. “A los niños con los que hablamos se les dejaba sin hacer nada: a veces se les confinaba en sus casas o en los lugares de desplazamiento sin darles la oportunidad de enriquecerse y jugar”.

“La perspectiva de unirse a una banda”, añadió, “se hace más atractiva cuanto más tiempo pasan fuera de la escuela”.

Las autoridades haitianas dijeron que estaban comprometidas a mejorar el sistema educativo como paso clave para estabilizar el país. El objetivo es lograr que las escuelas sean más asequibles garantizando la gratuidad de los primeros años y brindando a las familias estipendios y libros.

El gobierno también alquiló edificios para alojar a los estudiantes cuyas escuelas se habían convertido en refugios de facto.

“Haití ha invertido mucho en educación”, dijo el ministro de Educación, Augustin Antoine.

Un hombre con traje trabaja en un escritorio.
Augustin Antoine, ministro de Educación de Haití, en su despacho. El gobierno, dijo, se ha comprometido a utilizar su sistema escolar en un intento de estabilizar el país.
Una persona peina el cabello de un niño en un espacio donde están reunidas otras personas.
Casi 5000 personas viven en la escuela Lycée Marie Jeanne.

Algunas escuelas del Departamento Oeste, que incluye Puerto Príncipe, reabrieron en otoño, pero con menos alumnos, dijo Etienne Louisseul France, funcionario del ministerio de Educación que supervisa las escuelas de esa región.

Haití ha estado sumido en la confusión desde 2021, cuando fue asesinado su último presidente electo. El año pasado, las bandas se unieron en ataques coordinados contra comisarías, hospitales y barrios enteros. Con un departamento de policía colapsado —muchos agentes aprovecharon los visados humanitarios de Estados Unidos—, el gobierno ha tenido dificultades por contener la violencia.

El aeropuerto de Puerto Príncipe está cerrado desde noviembre después de que miembros de las bandas dispararon contra aviones comerciales estadounidenses. Una fuerza internacional, financiada por el gobierno de Joe Biden e integrada en su mayoría por policías kenianos, ha hecho poco por disminuir el control de las bandas sobre la capital.

Según la ONU, al menos 5600 personas murieron en 2024, casi un 25 por ciento más que el año anterior.

“Ahora la situación es que muchas escuelas han tenido que cerrar, incluso las privadas”, dijo France, añadiendo que las autoridades tienen que “pensar en un Plan B”.

El plan alternativo de Elpenord es enviar a su hijo a vivir con una familia lejos de su barrio para que pueda asistir a la escuela. Su hija intentó regresar a la escuela hace unas semanas, pero las escaramuzas entre bandas la dejaron fuera.

“Siento que esto me está destruyendo”, dijo su hijo, Wudley, que aún espera empezar el décimo año. “Y me pone triste”.

Fuente: The New York Times

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Las escuelas enfrentan un descenso en el número de profesores y personal, muchos de los cuales murieron o migraron. El país ha perdido alrededor de una cuarta parte de sus docentes.

Escrito Por: Frances Robles

La última vez que Faida Pierre, de 10 años, fue a la escuela, su madre la encontró varada en el tejado del edificio escolar, descalza y llorando, mientras una banda asaltaba los alrededores en el barrio céntrico de Puerto Príncipe.

El director y los docentes habían llamado a los padres para que recogieran a sus hijos cuando el sonido de los disparos se hizo más fuerte y se acercaron hombres armados. Entonces todos corrieron para salvar sus vidas. Pero, Faida se quedó sola.

El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.

“Había pánico”, recordó Faida, “y la gente salía corriendo del edificio. La gente decía que los bandidos habían atacado el barrio, así que los niños trataban de llegar a la azotea”.

Eso fue hace un año y, al igual que otros 300.000 niños de todo Haití, Faida, quien cursaba tercer grado, dejó de ir a la escuela.

Al ser despojados de su educación y de sus perspectivas de futuro, legiones de niños haitianos son las víctimas olvidadas de la violencia de las bandas que ha afectado al país: sin hogar, con hambre y, a menudo, siendo objetivos de reclutamiento por parte de los grupos armados de los que huyeron.

Dos niños se apoyan en una moto mientras miran hacia arriba. También se ven otras motocicletas.
Faida Pierre, izquierda, en el edificio de la escuela que se convirtió en refugio temporal. Faida dejó la escuela de su barrio porque la violencia de las bandas había hecho que la zona fuera muy insegura.
Un montón de basura dentro de un patio.
Un residente limpiando montones de basura en la escuela Lycée Marie Jeanne de Puerto Príncipe. La violencia ha provocado que 300.000 niños haitianos hayan dejado de asistir a la escuela.

Muchas escuelas están cerradas porque se encuentran en zonas ocupadas por las bandas. Otras se han convertido en refugios de facto porque más de un millón de personas —aproximadamente el 10 por ciento de la población del país— han abandonado sus hogares debido a las pandillas que tomaron sus comunidades.

Después de que una oleada de violencia paralizó Puerto Príncipe, la capital, el pasado mes de febrero, los miembros de cerca de 15.000 hogares acudieron a los edificios gubernamentales y escolares en busca de protección, según UNICEF, la organización de defensa de la infancia de las Naciones Unidas, que también ha realizado un seguimiento del número de niños que no asisten a la escuela.

Incluso las familias cuyas escuelas permanecieron abiertas dijeron que no habían podido matricular a sus hijos porque no tenían dinero para pagar las cuotas escolares, los uniformes y los materiales. La mayoría de los niños de Haití asisten a escuelas privadas, pero las escuelas públicas también cobran cuotas modestas que muchas familias cuyas casas y negocios fueron quemados hasta los cimientos ya no pueden pagar.

Al mismo tiempo, decenas de miles de niños han abandonado Puerto Príncipe en busca de lugares más seguros en otros puntos de Haití, saturando las escuelas de varias comunidades.

Una persona sostiene contenedores de alimentos que van a ser distribuidos.
Platos de almuerzo entregados por el Programa Mundial de Alimentos que se distribuyen en la escuela. Alrededor de un millón de personas en Haití se han visto obligadas a abandonar sus hogares debido a la violencia de las bandas.
Un hombre sostiene un bate de béisbol con la mano derecha, mientras con la izquierda rodea el cuello de otro hombre.
Un hombre con un bate de béisbol intenta mantener el orden en un punto de distribución de alimentos en la escuela Lycée Marie Jeanne.

Las escuelas también han tenido que enfrentar un descenso en el número de profesores y personal, muchos de los cuales murieron o abandonaron el país. Las escuelas de Haití han perdido alrededor de una cuarta parte de sus profesores, según funcionarios del gobierno.

Además de las pérdidas educativas, estar fuera de la escuela les hace vulnerables a unirse a los mismos grupos armados que causan estragos en sus vidas. Los expertos calculan que hasta la mitad de los miembros de las bandas son menores.

En la provincia que se ubica Puerto Príncipe, 77.000 alumnos de noveno grado se presentaron al examen final estatal al final del año escolar 2023-24, lo que implica un descenso de 10.000 estudiantes con respecto al año anterior, según reportó el Ministerio de Educación. Como resultado, las autoridades estiman que unos 130.000 estudiantes de la región de la capital se retiraron de los 13 grados del sistema escolar durante el pasado año.

Los funcionarios dijeron que no habían podido hacer una evaluación completa de cuántos alumnos desertaron este año.

Si bien Faida no va a la escuela, sí vive en una. El padre de Faida murió en un ataque de una banda, dijo su madre, así que ella y Faida se unieron a las casi 5000 personas que viven en la escuela Lycée Marie Jeanne de Puerto Príncipe.

Cuando una reportera y una fotógrafa de The New York Times visitaron la escuela en otoño, Faida y su madre, Faroline Parice, dormían a la intemperie en un patio inundado de mosquitos y agua de lluvia.

Una mujer con gorro rojo de pie entre dos niños.
Faroline Parice en el minúsculo espacio al aire libre de la escuela Lycée Marie Jeanne donde duerme su familia.
Vista aérea de personas reunidas en torno a un grifo de agua llenando recipientes.
Gente reunida para conseguir agua en la escuela.

“Por la noche, a veces se despierta llorando”, dijo Parice. “Pregunta cuándo va a volver a la escuela”.

Wudley Beauge, de 17 años, y su hermana de 15, Sadora Damus, también estaban allí y han perdido más de un año de escuela.

Sadora sueña con ser jefa de policía, pero tendría que aprobar los exámenes de noveno grado para poder ingresar a la academia de policía, y dejó los estudios después de octavo. Wudley, que no pasó del décimo curso, quiere ser mecánico de automóviles.

Duermen en el suelo de un aula junto con una decena de personas.

“Mi primera prioridad sería regresar a la escuela porque cuando comparto mis objetivos con personas mayores que yo, me dicen: ‘Si quieres ser mecánico, debes volver a la escuela’”, dijo Wudley. “Mi familia no tiene dinero para enviarme a la escuela de mecánica”.

Una niña bajo un tendedero de ropa.
Sadora Damus, de 16 años, quiere ser jefa de policía, pero lleva más de un año sin poder ir a la escuela.
Una mujer sostiene la mano de un niño pequeño dentro de una habitación desordenada.
Soirilia Elpenord en el aula de la escuela Lycée Marie Jeanne donde vive su familia.

Su madre, Soirilia Elpenord, de 38 años, quiere que sus hijos vayan a la escuela, pero como su tienda de cosméticos y su casa fueron incendiadas por los pandilleros, la madre de cuatro hijos dijo que encontrar refugio era más importante que aprender.

“¿La escuela? No es una prioridad”, dijo. “Mi prioridad es sobrevivir. La principal prioridad de todos los padres de Haití ahora mismo es sobrevivir”.

UNICEF ha trabajado con el gobierno haitiano para brindar ayuda en efectivo a las familias necesitadas, pero da prioridad a aquellas cuyos hijos están matriculados en la escuela, y muchos padres dijeron que no cumplían los requisitos para recibir ayuda.

Bruno Maes, que recientemente dejó su cargo al frente de UNICEF en Haití, reconoció que no había fondos suficientes para ayudar a todas las familias, pero afirmó que más niños abandonarán la escuela si no reciben ayuda.

La situación educativa se complicó con los más de 100.000 estudiantes, principalmente de la capital, que se trasladaron al sur, donde la vida es relativamente tranquila.

Pero las escuelas no tenían plazas para ellos. Muchos estudiantes huyeron solo con la ropa que llevaban puesta y se presentaron sin actas de nacimiento, expedientes académicos ni ningún otro documento que demostrara en qué año iban.

“Hay falta de documentos, hay el impacto de la violencia que los obliga a huir, y luego no hay cupos en las escuelas, tampoco hay dinero y no pueden pagar”, dijo Maes. “El rango de los problemas que afectan a la mayoría de los niños es enorme”.

Dos niños pequeños de pie alrededor de unas lonas de plástico.
Mavence, de 4 años, y Vendredi, de 7, fuera de las carpas donde han estado viviendo sus familias en la escuela Lycée Marie Jeanne.
Se ve a una persona en la parte de atrás asomándose desde una lona de plástico.
Romain Mario bajo su carpa improvisada en la escuela.

Es mucho lo que está en juego: según UNICEF, el número de niños reclutados por las bandas el año pasado aumentó un 70 por ciento . Según los expertos, es habitual ver a niños de 7 años trabajando como vigías de las bandas.

Janine Morna, que investiga la situación de los niños en los conflictos armados para Amnistía Internacional, dijo que los jóvenes integrantes de las bandas de Haití a los que había entrevistado para un informe en preparación le contaron que se habían unido a ellas bajo amenazas o por desesperación económica. Las bandas suelen ofrecer una pequeña paga mensual o permiten que los miembros más jóvenes se queden con el cambio después de hacer mandados, dijo.

Ninguno de los menores que entrevistó estaba escolarizado.

“Sabemos que las escuelas pueden prevenir el reclutamiento manteniendo a los niños activos y participando”, dijo Morna. “A los niños con los que hablamos se les dejaba sin hacer nada: a veces se les confinaba en sus casas o en los lugares de desplazamiento sin darles la oportunidad de enriquecerse y jugar”.

“La perspectiva de unirse a una banda”, añadió, “se hace más atractiva cuanto más tiempo pasan fuera de la escuela”.

Las autoridades haitianas dijeron que estaban comprometidas a mejorar el sistema educativo como paso clave para estabilizar el país. El objetivo es lograr que las escuelas sean más asequibles garantizando la gratuidad de los primeros años y brindando a las familias estipendios y libros.

El gobierno también alquiló edificios para alojar a los estudiantes cuyas escuelas se habían convertido en refugios de facto.

“Haití ha invertido mucho en educación”, dijo el ministro de Educación, Augustin Antoine.

Un hombre con traje trabaja en un escritorio.
Augustin Antoine, ministro de Educación de Haití, en su despacho. El gobierno, dijo, se ha comprometido a utilizar su sistema escolar en un intento de estabilizar el país.
Una persona peina el cabello de un niño en un espacio donde están reunidas otras personas.
Casi 5000 personas viven en la escuela Lycée Marie Jeanne.

Algunas escuelas del Departamento Oeste, que incluye Puerto Príncipe, reabrieron en otoño, pero con menos alumnos, dijo Etienne Louisseul France, funcionario del ministerio de Educación que supervisa las escuelas de esa región.

Haití ha estado sumido en la confusión desde 2021, cuando fue asesinado su último presidente electo. El año pasado, las bandas se unieron en ataques coordinados contra comisarías, hospitales y barrios enteros. Con un departamento de policía colapsado —muchos agentes aprovecharon los visados humanitarios de Estados Unidos—, el gobierno ha tenido dificultades por contener la violencia.

El aeropuerto de Puerto Príncipe está cerrado desde noviembre después de que miembros de las bandas dispararon contra aviones comerciales estadounidenses. Una fuerza internacional, financiada por el gobierno de Joe Biden e integrada en su mayoría por policías kenianos, ha hecho poco por disminuir el control de las bandas sobre la capital.

Según la ONU, al menos 5600 personas murieron en 2024, casi un 25 por ciento más que el año anterior.

“Ahora la situación es que muchas escuelas han tenido que cerrar, incluso las privadas”, dijo France, añadiendo que las autoridades tienen que “pensar en un Plan B”.

El plan alternativo de Elpenord es enviar a su hijo a vivir con una familia lejos de su barrio para que pueda asistir a la escuela. Su hija intentó regresar a la escuela hace unas semanas, pero las escaramuzas entre bandas la dejaron fuera.

“Siento que esto me está destruyendo”, dijo su hijo, Wudley, que aún espera empezar el décimo año. “Y me pone triste”.

Fuente: The New York Times

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