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Bad Bunny, Tokischa y el tiempo

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Pablo McKinney.

Grande fue el escándalo cuando Rafael Leonidas Trujillo sacó el “perico ripia’o” de los patios y los prostíbulos y lo introdujo a los grades salones del país, como instrumento de su propaganda política. 

Luego, finalizando la década de los años sesenta, un “negrito casi lindo”, talentoso y carismático abandonó el rincón de la tarima dedicado a los cantantes de orquestas y rompió a cantar y a bailar con un erotismo que para entonces rozaba la vulgaridad y encantó a señoras y señores… y así llegó “El Cuabero”… y su estilla. Hagan memoria

Años después, Pochy Familia indignaría a nuestros padres con su ritmo atropellado y sus letras cargadas de un morbo cuyo clímax resumía una  petición de porno light: “levanten la mano las mujeres que quieran compota”,para no citar aquí las tantas canciones que formaron o más bien deformaron a mi generación en La cárcel de Sing Sing, “yo tuve que matar a un ser que quise amar/ y aunque aun estando muerta, yo la quiero, al verla con su amante, a los dos los maté”.

Ahora, andamos los señores mayores indignados ante el descomunal éxito local y global de unos muchachos que son la expresión de su tiempo, un tiempo que les hace incapaces de escribir: “la prefiero compartida antes que vaciar mi vida”, porque en el barrio con su Blas Durán correspondiente aprendieron otro ruego: “Pégamela, mami, pégamela, pero no me dejes”, por eso no quieren saber de  “tocar mi nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor por donde quiera”, pues lo de ellos es más pedestre y carnal: “Si quiere te ‘la saco’. Dos tragos y sabes que me pongo bellaco”.

Pero, cuidado. Ni el mundo se acaba ni la postmodernidad nos destruye, solo es nuestro mundo, nuestro tiempo, el que va muriendo y otorgando la razón al viejo axioma budista citado en Desiderata: “sea que te resulte claro o no, indudablemente el universo marcha como debiera”.

            No. No es que el mundo se está acabando, es que está muriendo nuestro mundo construido entre “7 días con el pueblo”, “Casa de Teatro y “El Bar de los espejos”, y pensar que uno pensaba que para las penas de amor, ¡ay!, “nada como dormirse en el resplandor de unos ojos brujos, DESPUÉS DEL FUEGO. (…) Ven desnuda. Te vestirá mi amor… y mi locura”

            Tokischa y Bad Bunny son inocentes. Culpas son del tiempo y no de España. En fin, cántala otra vez, Alberto, cántala otra vez: “Y uno es una isla desierta/, un médalo en el mar, un espejismo/, empieza por abrir todas las puertas/ y termina a solas con sí mismo”.(Parábola de uno mismo. Alberto Cortez). 

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Pablo McKinney.

Grande fue el escándalo cuando Rafael Leonidas Trujillo sacó el “perico ripia’o” de los patios y los prostíbulos y lo introdujo a los grades salones del país, como instrumento de su propaganda política. 

Luego, finalizando la década de los años sesenta, un “negrito casi lindo”, talentoso y carismático abandonó el rincón de la tarima dedicado a los cantantes de orquestas y rompió a cantar y a bailar con un erotismo que para entonces rozaba la vulgaridad y encantó a señoras y señores… y así llegó “El Cuabero”… y su estilla. Hagan memoria

Años después, Pochy Familia indignaría a nuestros padres con su ritmo atropellado y sus letras cargadas de un morbo cuyo clímax resumía una  petición de porno light: “levanten la mano las mujeres que quieran compota”,para no citar aquí las tantas canciones que formaron o más bien deformaron a mi generación en La cárcel de Sing Sing, “yo tuve que matar a un ser que quise amar/ y aunque aun estando muerta, yo la quiero, al verla con su amante, a los dos los maté”.

Ahora, andamos los señores mayores indignados ante el descomunal éxito local y global de unos muchachos que son la expresión de su tiempo, un tiempo que les hace incapaces de escribir: “la prefiero compartida antes que vaciar mi vida”, porque en el barrio con su Blas Durán correspondiente aprendieron otro ruego: “Pégamela, mami, pégamela, pero no me dejes”, por eso no quieren saber de  “tocar mi nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor por donde quiera”, pues lo de ellos es más pedestre y carnal: “Si quiere te ‘la saco’. Dos tragos y sabes que me pongo bellaco”.

Pero, cuidado. Ni el mundo se acaba ni la postmodernidad nos destruye, solo es nuestro mundo, nuestro tiempo, el que va muriendo y otorgando la razón al viejo axioma budista citado en Desiderata: “sea que te resulte claro o no, indudablemente el universo marcha como debiera”.

            No. No es que el mundo se está acabando, es que está muriendo nuestro mundo construido entre “7 días con el pueblo”, “Casa de Teatro y “El Bar de los espejos”, y pensar que uno pensaba que para las penas de amor, ¡ay!, “nada como dormirse en el resplandor de unos ojos brujos, DESPUÉS DEL FUEGO. (…) Ven desnuda. Te vestirá mi amor… y mi locura”

            Tokischa y Bad Bunny son inocentes. Culpas son del tiempo y no de España. En fin, cántala otra vez, Alberto, cántala otra vez: “Y uno es una isla desierta/, un médalo en el mar, un espejismo/, empieza por abrir todas las puertas/ y termina a solas con sí mismo”.(Parábola de uno mismo. Alberto Cortez). 

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